Después de aquella escena, solo se me antojaba materializar una enorme bola de fuego y quemar todo lo que me rodeaba. Aunque, por suerte, logré tranquilizarme un poco, subí a mi auto y conduje con rumbo al bosque para despejar la mente.
Una vez allí, estacioné el vehículo justo frente a la entrada y seguí por el camino de tierra que llevaba hacia el interior del lugar, al mismo tiempo que observaba el paisaje. Pinos enormes, ardillas corriendo de un lado a otro, arbustos frondosos... Había visto esto al menos una vez por semana desde que entré a la secundaria, y aun así, seguía siendo fascinante para mí.
Como de costumbre, continué avanzando por aquel estrecho sendero, y al cabo de unos cinco minutos, llegué a la laguna que tanto me gustaba contemplar. Me senté bastante cerca del borde, recosté la espalda de un pino y sentí cómo la brisa fresca de la tarde acariciaba mi rostro.
En ese momento, la pantalla de mi teléfono se iluminó, y observé que Albert me había enviado un breve texto por Whatsapp, acompañado de una imagen que aún no terminaba de descargarse, por lo que primero leí el mensaje: "Hey, Chris, sé que no te gusta que te tome fotos, pero ibas con Eve y me pareció buen momento para estrenar mi nueva lente. Disculpa los extraños reflejos detrás de ustedes, debe haber sido algún efecto óptico."
Abrí la imagen y sonreí con tristeza. Éramos Eve y yo de espaldas a la cámara, tomados de manos y caminando por el pasillo de la secundaria; y detrás de nosotros, se hallaba una delgada niebla con tonos rojos y azulados que tenía la particular forma de nuestras alas.
Respiré hondo y cerré los ojos con fuerza para poder calmarme un poco. Necesitaba pensar en muchas cosas.
Nuevamente, me vi de pie en medio de aquel largo y blanco pasillo sin fondo. No obstante, esta vez era distinto, puesto que en lugar de tener varias puertas, solo había una grande y negra de la que se desprendían trozos de pintura; y en el medio de ella, se hallaba un cartel que decía: "Todos esconden maldad en lo más profundo de su ser".
Sin hacerle mucho caso a esto último, giré el pomo de la puerta, y me adentré en ella con sigilo. Allí pude ver mi propio cuerpo de frente, sentado junto a la laguna, tal y como me hallaba antes de haber aparecido en el pasillo.
Sin embargo, no tardé en notar que el otro Chris tenía los ojos de un color rojo intenso, se había amarrado la chaqueta a la cintura y sus brazos mostraban unas extrañas marcas negras, bastante parecidas a un tatuaje tribal, que subían desde las yemas de sus dedos hasta parte de su cuello y... antes de poder seguirlo detallando, el sujeto se puso de pie, materializó sus alas y salió disparado.
En cuanto a mí, no podía dejar que mi cuerpo anduviera causando estragos por doquier, así que, también materialicé mis alas y lo seguí de cerca.
Luego de unos minutos volando a una altura considerable, el otro Chris aterrizó en un callejón sin salida, escondió sus alas y volvió a colocarse la chaqueta para disimular los agujeros que estas habían dejado en su camiseta. A continuación, salió a la calle, y caminó hasta la imprenta que quedaba al final de la calzada.
—¿Cuánto por imprimir esto en una lona? —le preguntó al encargado, mostrando la foto que había enviado Albert minutos atrás.
—El precio depende del tamaño y el material en el que lo imprimas, aunque no es una diferencia muy grande —respondió este, a la vez que ordenaba varias cajas detrás del mostrador.
—Entonces que sea en tela, lo bastante grande como para forrar el techo de una habitación mediana.
—Perfecto, lo tendré listo en una hora, serán cincuenta dólares.
—¿Una hora? No tengo tanto tiempo, ten setenta y espero diez minutos —abrió la billetera y sacó un par de billetes arrugados, para después colocarlos sobre el mostrador junto a su teléfono.
—Vaya, parece que la impresora está más rápida que nunca, toma asiento —aseguró el empleado, dirigiéndose a la parte de atrás de la tienda—. No tardará nada.
Dicho esto, Chris se sentó a esperar en el viejo y maltrecho sofá que tenían en el local, y luego de unos pocos minutos, volvió el dependiente con un gran pendón de tela bajo el brazo.
—Listo —asintió, acercándose a él—. Y aquí está el móvil —añadió, entregándole ambas cosas a la vez.
—Vale, creo que servirá —afirmó este último, echándole un vistazo rápido a la imagen antes de regresar al callejón.
Tras asegurarse que no había nadie más en los alrededores, mi otro yo volvió a quitarse la chaqueta, materializó sus alas y salió volando a toda velocidad; por lo que hice lo propio, y lo seguí de cerca.
Al cabo de unos cuantos kilómetros, Taylor comenzó a descender gradualmente hasta aterrizar sobre el suelo de granito de una pequeña terraza, donde escondió sus alas; y al ver que las puertas de cristal que llevaban al interior de la casa estaban cerradas, optó por atravesar una de ellas de un puñetazo y abrirla desde el otro lado.
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Editado: 07.10.2019