Unicorniocienta

Enfrentamientos

El sol entraba como siempre desde su ventana, avisando que eran las siete de la mañana y tenía que pararse a limpiar porque era para lo único que servía allí. La noche anterior había llegado a las 12am y por segunda vez se durmió con la misma ropa, sentía que sus senos la ahogaban al llevar los brasieres puestos y la blusa de Bob Esponja ajustada, sus párpados se abrían lentamente hasta por fin estar abiertos. Se paró y se fue a bañar antes de arrepentirse y quedarse en aquella cama otra vez rendida. Se bañó rápido con una coleta hecha agarrando todo aquel pajón rizado, se puso un vestido hasta las rodillas pegado al cuerpo de colores, parecía que un unicornio lo había vomitado, luego se puso unos zapatos negros y bajó a recibir sus regaños y organizar la casa. Puso a calentar el café antes de que la madrastra se levantara porque de seguro la iba a regañar temprano por desaparecerse todo el día. Después de barrer la casa y fregar los platos sucios fue a llevarle el café frío de todos los días.

—Le traigo su café. —avisó esta desde fuera tocando la puerta con los nudillos.

—Pasa, necesito hablar contigo. —respondió al instante que la chica entró—. Ponme el café en la mesita de noche.

Unicorniocienta obedeció. La madrastra no estaba en su cama como acostumbraba, sino al otro lado de la cama con una cara un poco más animada que de costumbre, y de brazos cruzados.

—Últimamente creo que te he dado mucha libertad, más que la que obtienes y mereces. —dijo haciendo que Unicorniocienta pensara todo lo malo del mundo, tenía miedo por aquella primera frase ya que ella ya ni pedía permiso cuando iba a salir. —Sabes, ayer no estaba con uno de mis pretendientes (que son muchos por cierto), estaba en casa de una vieja amiga...

¿Amigas? Yo ni sabía que tenía amigas, quien carajos se hacía amiga de una víbora... Ah, verdad, otra víbora lo más seguro.

—...Y me he dado cuenta de algo, su empleada tenía uniforme de trabajo...

—¿Espera, qué? —reaccionó sobresaltada sabiendo por donde venía la cosa.

La madrastra no esperó para abrir una gaveta de la otra cómoda y sacar un uniforme para abrirlo delante de ella. Aquella mujer estaba más loca que una cabra, no le bastó con comprarlo, aquel uniforme no era como en las películas y novelas, ese vestidito que te dejaba afuera casi todo, con decencia y lindo a la vez de color rosa o azul, no, aquel parecía que lo había sacado de la cárcel, un pantalón que desde lejos se veía que era unas tres tallas más que la de ella, una camisa con botones del mismo tamaño todo color gris y eso parece que no era suficiente porque luego sacó de la misma cómoda unos zapatos de los que usa el marido de su nueva vecina del frente.

—Desde hoy hacia adelante lo usarás, así que quítate ese horrendo vestido y vete a cambiar. —le ordenó tirando el uniforme al lado de ella en la cama.

Unicorniocienta no podía procesar tanta mierda a vez en su cabeza, tiene que soportar ser su sirvienta desde muy pequeña es tanto así que dejó la escuela en básica solo porque a aquella mujer le dio la ganas de tenerla como sirvienta de lunes a domingos. Después de tantos años ahora precisamente ahora que conoce gente, personas buenas y transparentes que no la buscan para que le sirva un vaso de agua, o para que le limpie la casa, viene aquella mujer y prácticamente la obliga a ponerse aquel horrendo disfraz de preso.

—No tengo otra opción. —preguntó sin mirar el disfraz aquel.

—¡Por supuesto que sí! —afirmó media ofendida

—¿Cuál?

—Largarte de mi casa.

En ese instante se le rompió algo por dentro, pudo ver nublado todo, pero no era por su vista, eran sus lágrimas. ¿Qué le había dado a aquella mujer para prácticamente botarla así porque así?, de todas las cosas malas que le había dicho aquella le dolió más que su mano, ella sentía aquella casa como propia suya, no tenía a donde ir, y tampoco era que quisiera terminar durmiendo en la calle. Tenía unas ganas de llorar que eran inmensas, le temblaba todo el cuerpo, hasta su mentón entonces sacó toda la fuerza que pudo para preguntar un simple ''¿Qué?'' con los ojos entrecerrados.

—Lo que oíste niña. Ya eres mayor de edad, te puedes ir hasta ahora mismo si quieres. Y no te preocupes por los oficios contrataré a otra empleada.

—Pero a mi ni me pagas. —manifestó medio gritando.

La madrastra rio con ganas para luego cambiar su rostro a serio. —Te doy techo, comida, y ropa. —le sacó en cara.

Entonces ahí fue cuando ella no pudo más, tenía dos opciones 1. Hacer como las protagonistas y callar todo para no agrandar el asunto e irse llorando a su habitación y quejarse de la mierda que era su vida ó 2. Explotar todo o que llevaba dentro y luego marcharse con la cabeza en alto. Y decidió la mejor para ella, reconociendo que aquella mujer tenía razón en algo: ya era mayor de edad y se podía mandar sola.

—Tres cosas cucaracha, primero; no me das techo, me das un asqueroso ático el cual nunca tengo tiempo de limpiar porque me explotas con lo de la casa, segundo; esa comida la compro yo, con tu asqueroso dinero que hasta el sol de hoy no sé cómo lo consigues si ni trabajo tienes, y también la preparo yo. Pero sabes algo, estoy harta de ti,



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En el texto hay: humor, cenicienta, romance amor

Editado: 21.03.2020

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