Anna ya no quiere sufrir más. Está dispuesta a no volver a sentir. Aunque eso suponga no dar y recibir amor, tener bondad, compasión y todo buen sentimiento. Es tanto el dolor, que está convencida de que vale la pena sacrificar lo bueno, que cree que es escaso, por todo aquel tormento que no le deja remedio.
Sin pensarlo una vez más, guarda de manera insensible su corazón en una pequeña caja en el fondo del armario. Ya no le hará más daño.
A partir de ese momento, no vuelve a ser feliz. No encuentra alegría o tristeza en su vida. Ni siquiera es capaz de sentir que tomó una buena decisión. En el gran vacío de su pecho no es capaz de padecer ningún sentimiento.
Mientras tanto el corazón, no es capaz de resignarse a estar olvidado. No puede aceptar que no sea necesario, vital. Decide que es el momento de a Anna demostrar que está equivocada y que lo necesita para poder vivir.
Con fuerte decisión, característica que siempre lo ha catalogado, se escapa de la caja mientras Anna no está. Es hora de emprender el viaje que demuestre que debe volver a junto a ella y estar una vez más unificados.