Las vagas almas que ambulaban por el lugar totalmente desolado miraban lo poco que quedaban de sus antiguos cuerpos, ahora esqueléticos, rememorando los pocos recuerdos que permanecían en ellos. Habían tomado una pésima decisión al haber entregado sus "tristes" vidas a una mujer que les había prometido el descanso eterno del cual tanto anhelaban queriendo renunciar luego de pasar por malos ratos o problemas personales.
Dentro del lugar hecho ruinas se podían escuchar los desgarradores lamentos de cada una de ellas queriendo de vuelta sus anteriores vidas, deseaban una nueva oportunidad para ser felices y disfrutar de cada día con tranquilidad. Pero ya el pacto estaba hecho, ahora pertenecían a una mujer con sed de poder que hará lo que sea por acabar con cualquier obstáculo que se interponga en su camino.
— ¡Cállense! — Ordenó una voz femenina que hizo flaquear a los pocos esclavos que se encontraban cerca de ella.
La mujer de esbelta figura se levantó de su trono improvisado con huesos humanos y caminó entre la multitud de almas haciendo resonar los tacones y las gruesas cadenas que llevaba en ambos tobillos como parte de su sentencia a vivir allí hasta que se pudra. Su fiel servidor, un esclavo enamorado de ella, se arrodilló ante la imponente mujer como muestra de su respeto hacia ella y luego habló; — Mí señora, dueña de mi triste alma y oscuro corazón...—El esclavo fue interrumpido por la mujer que estaba a una miseria de perder la poca paciencia que le quedaba. —No vengas aquí a decirme halagos, eres un idiota ¡Dejaste que los mocosos escaparan!—
—Mi señora...—
— ¡Cállate! Debería exterminarte. — La mujer comenzó a lanzar su furia sobre el esclavo enamorado que trataba de explicar la situación.
—Pero...—
— ¡Debería darte vergüenza presentarte aquí solo para decirme excusas! —
—Yo, bueno, nosotros...—
— ¡¿Qué?! — Exclamó la dama completamente enfurecida luego de que el deforme monstruo balbuceara palabras que ella no entendía para nada. —Atrapamos a los tutores de los príncipes, la poseedora de la llave, mí señora. — Las palabras del esclavo sonaron como melodía para los oídos de la dama, esta esbozó una gran sonrisa mostrando sus perlados dientes.
—Tráiganla y dejen al otro fuera de su alcance...— Ordenó con notable felicidad. El resto de los esclavos abrieron espacio para los nuevos prisioneros que forcejeaban contra los fuertes monstruos que los llevaban en contra de su voluntad. Astro fue llevado a una de las tantas celdas vacías dejando a Venus sola con todos los monstruos y su líder.
—Es gracioso ¿No?... Crearon un agujero negro por el cual todos pueden entrar con facilidad menos salir, a menos de obtener la llave. —La mirada enojada y melancólica de Venus fue directo a aquella mujer que jamás creyó que le tendría tanto odio como ahora. —No sé de qué hablas, Tara...— Las pocas palabras dichas por la joven tutora provocaron que la mujer frente a ella soltara una escandalosa carcajada haciéndose escuchar por todo el lugar como un eco.
— ¡¿De verdad crees que soy ella?! —
Venus en ningún momento apartó su mirada de los ojos de la esbelta mujer que no paraba de burlarse de ella, cada risotada hacía que la profesora dudara de sus sospechas. ¿Quién más tendría acceso a las pesadillas que la misma guardiana, Tara?
—Muy bien, me atrapaste. — Las frías manos de Tara tocaron las mejillas mojadas de lágrimas de Venus, esta aparto su cara de un movimiento brusco pero la mujer de sombrío corazón la tomó con fuerza e hizo que la viera a los ojos haciendo su agarre más fuerte. —Solo diré esto una vez, querida amiga, entrégame la llave por las buenas y te dejaré en paz. — El aliento helado de Tara chocaba contra el pequeño rostro de Venus estando tan cerca, casi rozando sus narices. Algo en los ojos de la ex guardiana llamó la atención de la profesora, había un ojo completamente blanco, casi sin vida, con una pequeña silueta que no supo descifrar pues Tara empezó a zarandear su cuerpo con fuerza.
— ¡No te daré nada! — Espetó Venus.
El silencio entre ambas hablaba por sí solo, si las miradas mataran, ambas estuviesen en el suelo desangrándose. Era una situación increíblemente tensa, imposible salir de ella sin ser herido.
— ¡Venus! — El grito de desesperación de Astro hizo que el rostro de la recién nombrada se deformara a una mueca de preocupación, lo único que le pasaba por la mente era una escena espantosa donde torturaban a su único amor de la peor forma inimaginable. Los golpes hacia el resistente metal de su celda se escuchaban constantemente creando un sentimiento tremendo de temor dentro de Venus.
A Tara se le reflejó una sonrisa maliciosa en el rostro, soltó a la joven profesora que se quejó luego de golpeare fuertemente contra el suelo. Tan solo bastaron unos segundos para recuperarse y levantarse con la intención de atacar a la sombría chica que no paraba de reírse de ella, eso tan solo incrementó la ira de la maestra que hizo que sus manos fueran envueltas en unas atractivas llamas de color azul.
—No puedo creerlo...— La cara de sorpresa y el tono de burla que usaba Tara empezaba a molestar a Venus, la mujer se convirtió en una sombra y apareció repentinamente detrás de la profesora que miraba a su alrededor confundida. — ¿Te enamoraste de él? —Preguntó en un susurro pero apenas Venus reaccionó ya esta se había esfumado. — ¿Y eso qué te importa? —Escupió la profesora con molestia. — ¡Oh! nada, nada... Pero te diré algo mi querida Venus, el amor te hace débil. —