Isaac estuvo inmerso en sus pensamientos hasta que Rodrigo, dándole una palmada en el hombro lo hizo volver a la realidad.
Se encontraba en uno de los grandes mesones de madera del área de recreación. No había mucho que decir de la decoración de aquel lugar. Pegados a las paredes de la derecha había treinta enormes estantes que se extendían hasta el final de la sala y ascendían hasta tocar el techo, todos llenos de libros muy bien conservados. Para acceder a los que se encontraban en lo más alto, los reos empleaban una de las tantas escaleras plegables que regularmente estaban frente a los anaqueles. Del lado izquierdo de la sala se encontraban los mesones con los juegos de mesa y los ventanales donde los privados de libertad leían y conversaban.
Todos los días podían estar allí cinco horas, aunque claro, debían estar siempre a la vista de más de una docena de custodios que, como si fueran los guardias de la reina de Inglaterra, los vigilaban en forma estoica e inexpresiva.
—¿Te gusta la fantasía, chico? —preguntó Rodrigo al ver el ejemplar de El señor de los anillos que tenía Isaac en sus manos.
—Antes nunca tuve oportunidad de leerlo, aunque siempre me dio curiosidad y dado que…
—Y dado que estarás aquí por muchos años, pues creo que es lo mejor que puedes hacer.
«Muchos años… siglos más bien», pensó el joven mientras sus dedos jugaban con las esquinas del libro.
—Creo que tienes la razón. ¿Qué vas a leer tú? —preguntó Isaac a su compañero.
—Lo que sea de Julio Verne —replicó con cierto orgullo.
—Es algo viejo eso —repuso Isaac sin sorpresa, ya había visto libros de ese autor en la celda, Rodrigo los adoraba—. ¿Cuántas décadas tienen esos libros?
—Yo tengo décadas en este lugar chico —lanzó Rodrigo una carcajada
—Bueno si lo vemos así…
Isaac se quedó pensando. No era mentira que Rodrigo tenía muchos años en Corsucal. Y pronto él recibiría su condena, aunque había momentos del día donde aquello ya no le importaba en realidad. Sin importar la cantidad de años que le dieran, solo una cosa era segura, su vida había terminado.
Sin decir nada se levantó y fue a los grandes ventanales, desde allí fue capaz de ver parte de la fachada externa del castillo donde estaban, Tréboles. Paredes inmensas se extendían al lado izquierdo de donde estaba, revelando al menos una docena de pisos por encima de donde estaban, y seis más hacia abajo. Aquel castillo era colosal.
Como era costumbre el cielo sobre Corsucal estaba encapotado, anunciando una gran tempestad que nunca terminaba de llegar. Esas nubes hacían imposible el paso de la luz del sol. En el horizonte solo podía ver los árboles marchitos que se extendían por un campo árido donde solo se veía un camino de piedras que ascendía hasta llegar a unas enormes rejas, que eran la primera barrera por cruzar para ingresar a la prisión.
A su derecha vio otro sendero, igual que el anterior, pero este ascendía aún más y conducía hasta la entrada de otro castillo, en apariencia más grande que el de Tréboles, y cuyas paredes de color carmesí, desprendían un aura repulsiva y tétrica. Aquel lugar lo hacía sentir como un cordero frente a una jauría de fieras.
«Las Picas…un lugar donde ni los mismos demonios desean estar», susurró una voz en lo más recóndito de su mente.
Rodrigo también le dijo que existía un cuarto castillo, imposible de ver desde su locación actual pero visto por él el día anterior, cuando Jota los hizo limpiar una de las azoteas. Aquel era Diamantes y sus muros tenían el color del cobre. Rodrigo no tenía idea de a qué clase de reos meterían allí, ya que si los supuestos demonios de los que todos hablaban estaban en Las Picas. No tenía idea de que cosa podía habitar en ese último llamado Diamantes.
Un leve golpe en sus pies lo hizo mirar hacia abajo, entonces vio en el suelo un pequeño automóvil rojo; él se agachó a recogerlo y no tardó en llegar un niño de unos doce años, evidentemente era el dueño de aquel juguete.
—¡Disculpe! —dijo el niño que se quedó a poco más de un metro de distancia de Isaac.
Lo contempló de arriba abajo, aquel niño tenía el mismo uniforme que él; no estaba de visita o algo similar, era en efecto, al igual que Rodrigo y él, un privado de libertad. Isaac vio el juguete unos instantes más y luego se lo regresó al joven. Este al tener el juguete de nuevo en sus manos le regaló una sonrisa y salió corriendo, para reunirse con un custodio que lo esperaba en la entrada del área de recreación.
—¿Sorprendido? —preguntó Rodrigo que apareció como un fantasma detrás de Isaac.
—Es que yo no tenía idea de que…
—¿No tenías idea de que pudieras encontrar niños en Corsucal?
Isaac asintió.
—Pues la verdad es que yo tampoco la tenía cuando llegué, pero la cosa es que sí, ese chico debe ser de uno de los pisos de abajo. Allí colocan a los infantes que, al igual que nosotros, han cometido crímenes como el nuestro.
—Pero ese niño es tan joven…
—Pues sí, y es muy triste, aunque si te sirve de consuelo, he escuchado que los custodios de esos pisos son más amables que los que tenemos nosotros aquí.
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Editado: 06.07.2020