Nunca pensé que ese maltrecho campo de Hurling robaría tantas horas a mi vida, cada minuto que transcurría lamentaba no haber venido la noche anterior, más aun sabiendo que este era el primer lugar de interés para nuestra investigación.
Ciertamente mi noche fue agradable y apacible. Hablar con Jeaneth para revivir sus años mozos y nuestras aventuras fue maravilloso.
Pero para mí desdicha, ignoraba que justamente hoy se llevaría a cabo una serie de juegos juveniles de los clubs de Hurling del pueblo. Y como era de esperarse a las ocho de la mañana ya no cabía un alma en el campo.
El lugar era tan pequeño como dijo Bel. Fuera de la cancha solo había unos pocos kioscos donde se vendían hamburguesas y otras clases de comida chatarra. Un par de baños y tres oficinas debajo de las gradas.
Estuve tentado a irme, sin embargo no dejaba de sentir un rastro impuro en el lugar, por lo que no existía excusa alguna, debía quedarme y encontrar la fuente de aquella inmundicia. Pero para eso debía esperar a que el lugar estuviera desierto, más que todo por la seguridad de las personas. Mientras eso sucedía no me quedaba más que quedarme a contemplar los juegos.
En mi estadía en aquel lugar pensé que tal vez debí dejar que Bel viniera conmigo, tal vez se hubiera divertido al menos un poco, pero ese chico era muy volátil. Seguro hubiera querido incendiar la cancha para que todo el mundo huyera. Aunque debo confesar que a las tres de la tarde, aquella idea de desalojar a todas esas personas con un incendio o algo similar ya no me parecía tan mala.
Estuve fuera de quicio el resto del día. Para empezar mi forma de vestir sumamente formal no hizo más que hacerme el foco de las miradas incomodas de varios grupos entre la multitud, los cuales ebrios y apestando a alcohol a más no poder, gritaban sin cesar mientras derramaban cerveza y apoyaban a sus jugadores en aquel infernal calor.
Ni que decir del hecho de tener que quitarme de encima a los vendedores de esa asquerosa comida chatarra que cada cinco minutos me incomodaban. Todo mientras luchaba con las náuseas producidas por el inagotable olor a palomitas de maíz, imperante en las gradas.
Vi una luz al final de aquel túnel cuando mi reloj marcó las seis de la tarde, ya que según el cronograma en la entrada del campo solo quedaba un partido por jugarse. “Golden Celts contra los Beffy Goblins” por lo que creí que lo peor estaba por acabar, sin embargo…
—Hay que repetir el juego —dijo el obeso comentarista desde la mesa de jueces a las siete y media de la noche—. Es un empate, hay que repetir el juego,
—¡Maldita sea esta mierda! —dije perdiendo la clase—. ¿Qué tipo de regla absurda es esta?
El descontento de los espectadores se propagó por las gradas haciendo que estos vociferaran insultos a los jugadores de ambos equipos Pensé en unirme a las quejas pero eso hubiera sido infructuoso, ya no había nada que hacer, solo esperar setenta minutos más mientras esos cretinos cazaban la pelota con sus palos. De nuevo…
—¿Palomitas? —me preguntó por décima vez un vendedor mientras me ofrecía una bolsa roja con palomitas de maíz.
Sin dirigirle una palabra me limité a acuchillarlo con la mirada hasta que él, dando signos de perplejidad y miedo se alejó. Aquello me complació unos instantes pero luego me sentí extrañado por su actitud. ¿Perdí el control? ¿Acaso aquel vendedor vio mi verdadero ser por un instante? No lo creía posible, pero realmente nunca estuve seguro.
Finalmente, casi a las ocho de la noche el partido acabó con la victoria de los Goblins, doce a cuatro contra los Celts, aunque me pareció que los últimos se rindieron por el cansancio. Francamente, no me importaba analizar eso, solo bajé a esconderme detrás un kiosco cercano, mientras esperaba que todos se fueran.
A las diez de la noche el lugar fue finalmente abandonado por el personal de mantenimiento y veinte minutos después, por una porrista y el capitán de los Goblins que salieron de uno de los baños con duchas, donde obviamente acababan de darse amor y cariño. Con ellos fuera dejé mi escondite y fui al centro de la cancha.
Medité varios minutos mientras sentía el viento nocturno arropando mi espalda. Segundos después un escalofrío reptó como una serpiente desde mi nuca hasta mis costillas, nada podía ser un mejor augurio para mi propósito. Froté mis manos, mi aura se expandió y mis ojos se volvieron negros como el fondo del más profundo pozo. Las flores en las jardineras cercanas se entristecieron ante mi presencia, mientras el césped de la cancha se marchitaba. Finalmente allí, en ese lugar escuché lo que quería.
—¿Quieres jugar? —musitó una voz infantil acompañada por un denso olor a carne podrida que provenía de mi espalda.
Me giré para contemplar a mi interlocutor. Como supuse era un chico, pero no uno ordinario, era con toda seguridad, aquel visto por Bel en su sueño. Sus ojos estaban totalmente inyectados de un líquido carmesí que corría por sus mejillas. Sus labios estaban morados y parcialmente desollados. Su rostro blancuzco exhibía grietas de las cuales emanaban finos hilos de un fétido líquido tan oscuro como la brea. Aquella alma había sufrido bastante.