—Necesito darme un baño... —mascullé cuando entré a la casa parroquial.
Mi mente estaba sumamente atribulada por lo que acababa de vivir, nunca pensé que visitar el hogar de aquella adinerada y ahora desdichada familia del este de la capital me representaría un malestar tan grande.
En aquella vivienda sentí un inmenso pánico. Allá mi fe fue reducida y pisoteada a niveles que nunca creí posibles, pasando de ser un fruto hermoso y sano a una cascara vacía y putrefacta, en la que anidaban numerosos gusanos.
Aquello era una vergüenza sin duda, y el hecho de recordar como en el pasado me jactaba de seguir las enseñanzas de grandes exorcistas como Gabriele Amort y Marcial Maciel no hacía más que hacerme sentir como el peor de los fracasados.
Aun deseaba bañarme, sin embargo, me di un momento para contemplar los cuadros de la Virgen del Carmen y el Sagrado corazón de Jesús dispuestos en las paredes de la sala.
Miré los ojos de la divina madre y su hijo en busca de valor. Valor que necesitaría pronto. Minutos después reanudé mi marcha, ignorando los muebles de cuero beige en los tantas veces me senté a rezar el rosario o divagar en mis pensamientos. Tampoco presté atención a mi querido piano, cuyas suaves notas me trajeron paz aun en los momentos más oscuros de mi vida.
Avancé por el pasillo encendiendo las luces hasta que, girando por la primera puerta a mi derecha llegué al baño, el cual, pulcro y con sus brillantes baldosas doradas, mantenía un característico olor a lavanda. Agotado me desvestí e ingresé a la ducha, implorando al altísimo que al bañarme mis ideas se aclararan.
La paz desgraciadamente me duró poco, ya que como un relámpago destrozando un árbol, los recuerdos de lo vivido volvieron a perturbarme bajo aquella regadera.
***
Eran las diez de la mañana cuando entré a la casa de la familia Fuentes. El párroco del municipio, amigo de la que era esposa del alcalde y dueña de esa vivienda, me había solicitado que hiciera una visita con carácter de urgencia. Yo fui recibido por aquella misma dama, quien tras invitarme un café no tardó en ponerme al tanto de la situación, el problema era la hija del matrimonio. Una joven de catorce años y que llevaba por nombre Anastasia.
Aquella pobre alma llevaba ya dos meses recluida en su propia habitación, esto en un intento infructífero y desesperado de sus familiares por garantizar su seguridad ya que ella, suponían sus padres, era víctima de una fuerza oscura y poderosa que deseaba adueñarse de su cuerpo.
—No dé por sentado ese tipo de cosas —le aconsejé a aquella madre que ya estaba al borde de las lágrimas, mientras le recordaba que los avances de la ciencia habían derrumbado muchos mitos acerca de las posesiones demoníacas.
Sé que para una persona común, el escuchar hablar a un exorcista de esa forma puede resultar confuso, pero como alguien que se ha dedicado por décadas a estudiar este fenómeno, me veo con frecuencia en la necesidad de recordarle a los fieles que en el pasado muchos inocentes fueron diagnosticados en forma errónea como personas poseídas por el maligno, cuando en realidad no fueron más que personas con graves con problemas mentales.
Pero mis esfuerzos fueron en vano, aquella mujer luego de llevar a su hija a una decena de especialistas había concluido que era el maligno y nadie más, quien estaba atacando a su hija.
—¡Entonces venga conmigo y véalo usted mismo, padre! —me sugirió ella levantándose con intenciones de adentrarse en la casa—, nosotros ya no sabemos qué hacer.
Caminamos por un radiante pasillo de blancas paredes, repleto de cuadros y repisas con finos objetos por los que cualquier respetable coleccionista daría gustoso un riñón u otro organo, entonces llegamos a una puerta de caoba oscura. Tras aquella puerta la habitación de Anastasia me esperaba.
La mujer se quedó rezagada, así que sin más remedio entre solo. Encontré a la joven con sus delgadas muñecas y tobillos magullados por los amarres que la sujetaban firmemente a los extremos de una cama cuyas patas supuse, no tardarían en quebrarse.
La joven se mantuvo inmóvil hasta que pareció notar mi presencia, entonces se sacudió con una fuerza tan grande que hizo temblar todos los muebles de la alcoba. En ese instante la miré a los ojos, estos emanaron un brillante tono purpura que me petrificé. Despues Anastasia soltó una carcajada burlona para acto seguido, pasarse la lengua por sus despellejados labios.
Un escalofrió recorrió mi espalda cuando vi media docena de cucarachas saliendo de debajo de la cama, aquellos animales enfilaron hacia mí, luego abrieron sus alas y volaron hasta mi sotana, obligándome a darme violentas palmadas y sacudidas para quitármelas de encima.
Un par de minutos después y tras contar a las seis alimañas muertas a mis pies, me giré buscando a la madre, pero aquella mujer, siendo presa del pánico, me había dejado solo y seguramente se hallaba en la sala de la vivienda, esperando que lo peor pasara pronto.
—Pronto iré a visitarlo, padre, tengo varias cosas que contarle en relación a mis hermanos... —dijo Anastasia con una voz tan áspera y profunda como un pozo. Entonces sus ojos purpura se volvieron a posar sobre mí, y yo sentí mi corazón envuelto en un gélido manto, mientras latía ferozmente por atravesar mi pecho y escapar.
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Editado: 06.07.2020