Él ocultista dejó de ser un hombre para convertirse en una criatura mitad bestia. Tras lanzar un gruñido alzó su cuello y emitió un aullido agudo que me produjo escalofríos. Luego efectuó un salto con la intención de caer sobre el domador. En ese momento la luz de las velas remanentes en la habitación se extinguió, dejándonos en la penumbra. Penumbra en la que el león sin previo aviso, se movió.
Aquel animal, dejando una estela de fuego celeste a su paso, surcó el aire hasta encontrarse con la cabeza del ocultista, en un choque que estremeció las paredes y el techo. Cuando chocaron, ese remedo de hombre cayó al suelo lamentándose de dolor, mientras el león regresó al frente del que era su amo.
Una vez que se vio recuperado, el ocultista arremetió de nuevo contra el león, este respondiendo al desafío y alzándose en sus patas posteriores, le propinó un zarpazo que lo hizo desplomarse en el suelo. Tardé en darme cuenta, pero la estela de fuego zafiro dejada por el león que estaba en el aire ahora estaba empezando a caer al suelo, estas llamas le devolvieron poco a poco la luminosidad a la habitación.
Aprovechando el aturdimiento de su contrincante, el león empleó sus enormes fauces para aferrarse a su cuello. Cosa que a diferencia de lo que pasó conmigo, si le produjo daño. En un acto de defensa, el ocultista golpeó feroz y rápidamente al animal, pero sus golpes no parecían dañarlo.
Sonreí en aquellos instantes al ver que el karma parecía estarle cobrando lo que nos había hecho. Luego de eso, y mostrando que aún era consciente y mantenía parte de su raciocinio, extrajo de su túnica el pequeño bate que en su momento uso contra Méndez y mi persona.
—¡Cuidado! —me esforcé por gritar, pero mi voz se había vuelto un débil pitido, similar al que emiten los muñecos de goma con silbato al ser apretados.
El ocultista lanzó un golpe con su arma directo a la cara del animal, pero para mi asombro, fue el objeto el que se partió. Me hice a un lado para evitar la parte más gruesa del bate que volaba hacia mí, así fue como esta, en lugar de impactarme, impactó el marco de la puerta y salió de la casa, perdiéndose en la oscuridad del patio.
—¡Acaba con esto ya! —ordenó el hindú.
El león entendió perfectamente aquella orden y apretó con más fuerza el cuello de su adversario, el ocultista luchó con bríos por liberarse, pero finalmente escuché el crujido de las vértebras del cuello, al tiempo que un grueso chorro carmesí empezó a verterse por el suelo.
Aquel pobre diablo dejó de moverse y el león lo soltó, luego de eso se giró y empezó a caminar hacia mí. Así fue como vi que aquel animal tenía un sello en su frente, una cicatriz similar a la que tienen los animales de granja, pero esta brillaba en un color blanquecino. Un recuerdo hecho por su entrenador seguramente.
Cuando el león se tumbó a mi lado no vi sangre en su hocico, su pelaje azulado no guardaba evidencia de lo que acababa de hacer, y aún tras verlo asesinar al ocultista, no sentí miedo cuando lo tuve cerca, incluso llegué a darme cuenta de que el adormecimiento en mi lengua desaparecía y poco a poco empezaba a respirar mejor.
—¡Interesante! —dijo el hombre en el sillón que tras hablar soltó una carcajada—. En efecto… puedo oler desde aquí el excremento de esa basura, estas totalmente cubierto en la inmundicia de esa ramera.
—Siempre he sido del pensar de que ellos no tienen género —respondió el domador exhalando confianza.
—Es un tema sin importancia —replicó el hombre—. Las vidas que acabo de consumir junto con el alma de este cuerpo me han dado poder suficiente para acabar con una rata como tú. No me importa que seas uno de esos arrastrados, la casa de Zagan tiene a los mejores en nuestra clase, y yo Marbas el marqués, prometo a las estrellas del cielo no saldrá nadie vivo de esta casa.
—¿Qué pasa ahora? ¿Marqués? —pregunté confundido.
—Es mejor que no hables mucho —me recomendó el hindú—. Aún no se termina esta aventura.
—Cuánta razón, heraldo —musitó el hombre del sillón poniéndose en pie.
La cera negra y la sangre en su piel le conferían un aura maquiavélica, yo puse mis manos sobre el león que giró su cabeza hacia mí y meneó su cola, pero aun así, algo me daba mala espina.
El domador elevó su mano y dejó caer aquella cadena, la cual para mi sorpresa empezó a flotar. Entonces, asumiendo la forma de un gran círculo vertical, por donde se veía el torso del hombre del sillón, empezó a vibrar y zumbar, al tiempo que desprendía un fulgor amarillento. Una suerte de espejo o cristal reflector apareció en el interior del rosario, cubriendo en su totalidad toda aquella área.
—¡Sri Shivoham! —gritó segundos antes de que del cristal emergiera una espada curvada de color citrino.
Luego de eso, el domador dio un golpe con la mano extendida a la empuñadura del arma para que está, cortando el aire, avanzara hacia el hombre de cera. Clavándose finalmente en su pecho.
El domador extendió sus manos y empezó a trazar círculos en el aire a la altura de sus costados. Los cimientos de la casa temblaron mientras el piso embaldosado se cuarteaba y resquebrajaba. De aquellas aberturas una gran cantidad de tierra y rocas empezó a emerger, estas comenzaron a acumularse y girar al son que las manos del domador marcaron.
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Editado: 25.06.2020