—Creo que lo estoy haciendo bien —dijo la pelirroja con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—Por supuesto, ya dominaste el complicado arte de sentarte en una banca, ahora solo debes levantarte y venir a la pista —contestó Andrew con un gesto de cansancio.
La idea del muchacho fue preguntarle a Carly si había algo que quisiese intentar desde hace mucho tiempo. Pensó que quizá hurgando entre los deseos más fuertes de ella sería donde podrían encontrar su don. Para su sorpresa, ella le dijo que siempre había admirado a las personas que hacían patinaje en hielo. La forma en la que se movían con tanta gracia, y parecían flotar sobre ese manto de helado. Y fue así como terminaron en la pista de hielo con Andrew cansado de esperar a que Carly se atreva a ponerse de pie.
—Podríamos dejar esto para otro día —sugirió ella—. Es obvio que no soy como esas atletas con mucho equilibrio y tampoco soy el tipo de chica que anda por el hielo cantando libre soy, libre soy.
—¿A qué le temes, Robinson?
—Tal vez a estamparme la cara contra el hielo y que mi tabique se me entierre hasta el hipotálamo —pronunció bajando la vista.
—En primer lugar: No creo que eso sea posible —Andrew se acercó a ella—. Y, en segundo lugar: No puedes aprender a patinar si no lo intentas. Es como andar en bicicleta.
—¿Y a ti quién te dijo que yo sé andar en una de esas cosas?
Después de discutir por casi una hora y que Andrew estuviese a punto de saltar por la ventana más cercana, ninguno de los dos cedió.
—Bien, tú ganas —bufó él—. Ya es tarde y yo debo recoger a mi hermano de su práctica de futbol —dijo mientras tomaba su mochila.
—¡Genial, voy contigo! —exclamó la pelirroja muy emocionada por conocer al pequeño hermano de Andrew.
—No.
—¿Por qué?
—¿Por qué quieres ir?
—Yo... —pensó por un momento en cuál podría ser la mejor respuesta a ese cuestionamiento—... pregunte primero —respondió, sintiéndose acorralada.
—Pensé que inventarías una mejor excusa.
—Bueno, puede que tenga un poco de curiosidad por verte en tu papel de hermano mayor.
—¿Segura que es solo eso? —preguntó, alzando una ceja.
—¿Qué otra cosa sería? —le devolvió el gesto sin estar segura del porqué, quizá solo quería mostrarse un poco más confiada.
Andrew tenía claro que esa discusión no llegaría a su término a menos que él accediese a la petición de la pelirroja. Carly podía ser la persona más terca del mundo cuando se lo proponía, prueba de ello es que había conseguido que él la ayudara con el asunto de su talento.
—Bien, vamos.
Carly comenzaba a acostumbrarse a viajar en la motocicleta de Andrew, puede que hasta más que eso, le gustaba sentir esa adrenalina cuando él aceleraba y levantar un poco el vidrio de su casco para poder sentir la brisa sobre su rostro.
—Llegamos.
Él estacionó la moto frente al campo de juego de una primaria. Carly observó el lugar, repleto de minivans en el estacionamiento y dentro del campo los niños corriendo de un lado al otro, el entrenador gritando órdenes a las que nadie prestaba atención y, en el graderío estaban los padres, algunos observando sus teléfonos, como si lo que ocurría frente a ellos no tuviese ni un poco de relevancia y luego estaban aquellos con miradas p reocupadas, que observaban el juego como si en lugar de un campo de futbol fuese la guerra o algo peor.
—¿Vienes? —la voz de Andrew la sacó de sus pensamientos.
Caminaron hacia el graderío, pero antes de llegar Andrew se quedó parado como si hubiese visto un fantasma. Tira del brazo de Carly y la conduce a toda prisa al otro extremo del estacionamiento, en donde estacionaron su moto.
—No se suponía que viniera hoy —farfulla Andrew.
Carly lo nota muy alterado y no sabe si preguntar qué sucede sea una buena idea. Pero su rostro lo dice todo y sin necesidad de expresar su confusión, el chico comienza a explicar el porqué de lo ocurrido.
—Vi el auto de mi padre.
En otras circunstancias esas palabras no hubiesen explicado demasiado poco o nada. Pero ante el recuerdo de lo ocurrido en casa de Andrew el día en que se enteró de la existencia del hermano menor de éste, no era necesario explicar mucho más.
La relación de Andrew con su padre había pasado de ser magnifica a un poco tensa, y por último se volvió prácticamente inexistente. Algo bastante normal, puesto que no era sencillo asimilar que tu padre estuvo manteniendo una familia oculta durante varios años. En aquel momento Andrew lo vio todo tan claro que se sintió un estúpido por no haberlo notado antes. Los constantes viajes de negocios y llegadas tarde y fines de semana en el trabajo cobraron un nuevo sentido.
El hombre que en algún momento fue un héroe ante sus ojos, se había transformado en un ser despreciable y ruin. Es por esto que evitaba a toda costa encontrarse cerca de él más de lo estrictamente necesario. Procuraba pasar tiempo con su hermano fuera de su casa y lo iba a dejar antes de que su padre llegase del trabajo. Por órdenes del juez debía ver a su padre al menos una vez al mes, esta visita consistía en una cena incomoda en casa de su progenitor, en la que a duras penas pronunciaba una o dos oraciones.
En cuanto vieron que el auto del señor Collins salía del estacionamiento Andrew llevó a Carly a su casa.
—¿Te encuentras bien? —cuestionó ella una vez estuvieron frente a su hogar.
—¿Serviría de algo si digo que no?
—Puedes hablar conmigo si quieres. Tal vez te haga sentir mejor —ofreció.
Andrew negó con la cabeza en repetidas ocasiones antes que de su boca saliese alguna palabra.
—Me negué a ir a terapia con la psicóloga y, no te ofendas, pero dudo que tú tengas mejor suerte.
—Si no quieres no te presiono, pero yo tengo algo que la psicóloga no tenía... —Antes de que ella pudiese terminar la frase Andrew soltó una carcajada.