—Hmm, las calles están bastante vacías hoy —pensó Aiden en voz alta.
—Incluso fuera de los barrios bajos... supongo que será por el calor.
Aiden le dio la razón a Fleta asintiendo con la cabeza, y avanzaron hasta llegar a una pintoresca tiendita en medio de dos edificios modestamente grandes. El nombre la delataba. Aquel era el lugar en donde los chicos, en el mejor de los casos, trabajarían, "La tienda de Melvin".
Antes de pegar una segunda mirada al negocio, los dos hicieron contacto visual y asintieron con la cabeza. Estaban listos, y su plan de prioridades, armado. Lo importante era que Fleta lograra un puesto allí y, si había chances, Aiden preguntaría por un puesto más para él.
A pocos pasos de la tienda, en frente de la misma, había un hombre anciano de aspecto débil, con un bastón y un sombrero que cubría gran parte de su rostro, dejando al descubierto el mentón. El viejo, siendo el único en la calle, estaba sentado con un cartel vacío entre las piernas. Parecía dormido.
Llamó la atención de Aiden y Fleta, pero como tenían cosas más importantes que hacer, decidieron ignorarlo. Ya se fijarían en ese extraño individuo más tarde.
—Entremos —propuso Fleta.
—Todo saldrá bien —prometió él, con una sonrisa llena de confianza, similar a la que puso cuando se habían conocido en el callejón.
Con todo lo que les pasó, les costaba creer que se hubieran conocido ayer, hacía menos de veinticuatro horas. Se sentían como si se conocieran desde hacía una eternidad.
Sin dilatar más el momento y hacer esperar de más al señor Melvin, entraron en la pintoresca tienda y se adentraron por el pasillo del medio hasta llegar a la caja, donde se encontraba durmiendo una joven de poco más de veinte años de cabello rubio castaño. Tenía la cabeza apoyada sobre los brazos.
—¿Deberíamos...? —Aunque Aiden trató de ser silencioso, el susurro casi inaudible despertó a la joven.
Ella, con una sonrisa casi automática y unos ojos que fingían fallidamente estar despiertos, se levantó y apoyó las manos sobre el mostrador.
—¡Bienvenidos a la tienda de Melvin! ¿En qué puedo...?
Había que admitir que lo estaba intentando. Hizo un esfuerzo para pretender que no había estado durmiendo, pero la evidencia hablaba por sí sola. Llegado a cierto punto, dejó de intentar y acercó la cabeza a los chicos, como si el favor que les estuviera por pedir fuera de alto secreto.
—Por favor, no le digan nada de esto a mi...
De la parte de atrás de la caja, una puerta se abrió de par en par, estremeciendo a la culpable. De ella, salió un señor bigotón que traía puesto un gorro piluso y un guardarropa con un caricaturesco rostro de sí mismo el cual exclamaba: "¡Tienda de Melvin!" en letras rojas y llamativas.
—¡Leah Hughes! —exclamó él.
—...padre.
—¡¿Cuántas veces te he dicho que no duermas en tus horas de trabajo, niña?!
—¡N-no es mi culpa! —se defendió Leah, cruzándose de brazos—. ¡A esta hora nunca hay clientes...!
Mientras la joven adulta replicaba, el señor Melvin se fijó en los dos adolescentes que estaban al lado de la caja. Acercó su rostro a ellos, demasiado, invadiendo su espacio personal, y estudiándolos al tiempo que Aiden y Fleta trataban de no parecer demasiado asustados.
—Tú debes ser la chica que me recomendó mi buen amigo Gianpaolo. Su hija... ¿cómo era que te llamabas? ¡Fleta, ¿no es así?! —dedujo, frotándose la barbilla—. Pero debo admitir que eres más masculina de lo que pensé. ¡Casi pareces un chico! —Se echó unas risas burlonas.
—Señor Melvin... —replicó Aiden, a quien el dueño de la tienda se había estado dirigiendo—, es que soy un chico... Fleta es la de al lado. —La señaló con el pulgar.
—¡Eso tiene más sentido!
—¡Encantada de conocerlo! —saludó Fleta, anímica, ignorando la confusión—. ¡Espero que podamos trabajar juntos y nos llevemos bien!
—Pero Gianpaolo no me dijo nada de un segundo chico... Ni modo, igual necesitaba un poco más de personal. ¡Oye, tú! —Se dirigió a Aiden, señalándolo—. ¿Quieres trabajar aquí?
El joven quedó boquiabierto.
<<¡¿Eh?! ¡¿Así de fácil?! ¡Ni siquiera se lo tuve que pedir!>>.
—C-claro —musitó Aiden, confundido.
<<Papá>>, pensó Fleta, <<¿no tenías un amigo un poco más cuerdo con el que enviarme a trabajar...?>>.
—Pues felicida...
Leah intentó hablar. Fue interrumpida por su padre, quien se puso entre ella y los chicos, y les estrechó la mano a cada uno.
Tras eso, su aspecto y personalidad alocada cambiaron de golpe. Ahora, se mostraba más serio.
—Bien, arreglado este asunto, deberíamos encargarnos de las pruebas.
—¿Las pruebas? —repitieron los dos, al unísono.
—Mi padre suele hacerle una pequeña serie de pruebas a cada persona que venga a pedir trabajo —explicó Leah, recuperando la capacidad de parpadear correctamente—. Las pruebas nunca son iguales y siempre varían según la persona. De momento, creo que yo fui la única que las pasó, y solo porque ya conocía la forma de actuar de papá.