Luego de haber realizado la llamada al psiquiatra, bajé a la cocina de la casa de Blanca. Tomé un vaso de jugo y esperaba a que Blanca saliera del baño. Retirado de mí se encuentra Carlos, él me observa desde la sala. Su mirada es un poco perdida y oscura. Sin embargo no le doy importancia y sigo inspirada escuchando una canción de Los Cadilacs en la radio. Carlos se halla un poco impaciente (lo noto en su forma de mecer la silla). Desde que me formé como docente; dejé de brindar el tiempo de atención a Carlos. Blanca sale del baño silenciosamente y se detuvo a observar al hijo. Luego, dio unos pasos largos y ruidosos; Carlos deja de mirarme y se pasa las manos por la cabeza. Alza la mirada para saludar a su madre. Lo noto, porque de reojos yo también le miraba.
—¿Irás para el centro del pueblo hoy? —preguntó el joven Carlos. Alcancé a escuchar ya que la canción había culminado.
—Quizás, aún o lo sé. ¿Por qué la pregunta? Necesitas algo de importancia? —Blanca habló en un tono de voz algo elevado.
Blanca, que ya lo había observado de lejos, queda un poco inquieta con la pregunta. “Y yo también”.
—No —respondió Carlos.
Se me hacía un poco difícil comprenderlo ahora. No era el mismo de hace un tiempo atrás cuando recién tuvo aquel accidente. Pero… Si pude notar que desde hace poco, él anda teniendo intenciones de manifestarme sus sentimientos. Esto era para mí algo sin relevancia. No era mi tipo, solo sentía desde siempre algo de compasión. Eso tal vez lo ayudó a que me mal interpretara.
Pasaron ya casi quince días desde que me dieron aquel reposo. Es un día de semana, específicamente jueves, preparo el desayuno; el café, unas arepas fritas con revoltillo y un jugo de naranja. El señor miguel desayuna y se va a trabajar. Yo aprovecho el tiempo y le comento a Blanca para ir a la playa un rato. Quizá eso también le hacía falta a Carlos.
—Buen día, Blanca.
—Buen día, cariño ¿Cómo amaneces hoy?
—¡Con ganas de ir a la playa!
—Viéndolo bien, no me parece mala idea. Deja y le marco a Miguel al local para que envíe un taxi desde el centro. ¡No nos caería mal! Y a Carlos le iría bien una vista al mar.
—Vamos a elegir entre los tres hacia qué playa ir…
—Me gustaría ir a los Totumo, es más serena y la vista también es bella. —dijo Blanca, mirando a los ojos de Carlos—. Yo no me pude contener, y le llevé la contraria. Me gustaba el mar un poco más intenso en color y una vista más profunda, y conociendo que a Carlos le gustaba el viaje en lancha; propuse ir a Playa Caribe. Esta Playa tiene hermosa vista, además del variante azul del mar que no conseguimos ver en las playas cercanas del pueblo. Nos pusimos de acuerdo y Blanca llamó al señor Miguel para que nos enviara el taxi a casa. Pasada la media hora partimos rumbo a la playa. En el rostro de Carlos había una intensa luz, que desde el punto de vista personal, lo veía envidiable. Nunca vi tanto brillo. Para llegar a Playa Caribe tomamos una lancha en la Playa conocida como Puerto Francés. El tiempo a disfrutar valía oro. Y ese día lo valía. El viaje resultó un elixir para mi estrés y para que la familia Sotto liberara un poco de presión, sobre todo para Blanca; que llevaba a cuesta una cruz que no pidió, pero que aceptó sin condiciones.
Es hora del retorno, todos vamos tranquilos, sonrientes y contentos de un día muy diferente. Pero al llegar al centro del pueblo, una oscura noticia nos embargaría la sonrisa y el disfrute de un día. El centro del pueblo estaba en silencio, parecía que estábamos entrando en un pueblo fantasma.
Blanca siente en u pecho una fuerte puntada y una angustia le embarga, de pronto se le ocurre ir al restaurante del señor Miguel. Allí le esperó la amarga noticia…
Durante temprana horas de la tarde, el señor Miguel sufrió un atraco, policías y demás cuerpos de seguridad al escuchar la noticia recurren al centro, al llegar fue demasiado tarde. El señor Miguel yacía sin vida, tirado sobre la barra.
Para Blanca, aquello fue desgarrador. Solo gritos y palabras llenas de peste. Era de comprenderse; Miguel fue su compañero de vida durante muchos años. Todo pasó muy rápido. Se realizaron las gestiones del sepelio. Nada volvió a ser igual. Carlos, ahora sucumbía en la amargura de la pérdida de su padre y su discapacidad.
Blanca no tenia descanso, yo tampoco. Ahora tenía bajo mi responsabilidad a dos personas que se les complicaba la vida.
Ya casi es el día de incorporarme a las aulas de clases, pero no quería dejar a Blanca y a Carlos solos. Así que retrasé mi reposo dos días más, mientras conseguía a quien se ocupara de ellos en mi ausencia. Ya era hora de ir dejando la carga que desde joven me perseguía.
De retorno al colegio, me he encontrado con la noticia de que me han reemplazado. Me he quedado sin empleo nuevamente. Ya no podía seguir dependiendo de la familia Sotto, sin embargo me albergué unos días mientras me ocupaba de buscar otro lugar.
Dos días más tarde partí a la ciudad de nuevo. Acudí esta vez a una institución pública. Allí la carga era mucho mayor. La directiva era más relajada, pocas veces se le veía en el centro educativo. Así comencé de nuevo. Pasaron dos meses y de la familia Sotto supe que Carlos había caído en crisis depresivas severas. Blanca había recurrido al cardiólogo a causa de un ataque cardiaco. Me retiré del pueblo. Ahora vivo en la ciudad. Disfruto de un aire diferente; donde la vida es más agitada, pero ofrece mayor confort y dinámica.
Luego de un mes de comenzar a dar clases, me envolvió una crisis emocional severa. Cuando comenzamos el trabajo en algunas secciones de la institución, nos encontramos con hallazgos delicados. Viví la amarga experiencia del recuerdo. La mente se me nubló por instantes y abandoné el lugar envuelta en llantos. La ciudad nos ofrece vistas y otro estilo de vida. Pero nada nos ofrece el cambio de aquellos recuerdos contra los que luchamos y que para combatirlo necesitamos de ayuda.