Utopía[completa]

Capítulo 1

El sonido de las balas sale de mi fusil AK-47, es tan fuerte que apenas se escucha nada, el ruido de dichas balas saliendo de la pistola entra directamente al tímpano y provoca dentro de mí un pitido que en un día normal podría ser algo molesto, pero no ahora, ahora es arte para ellos. Al otro lado un grupo de personas también armadas cargan directamente contra mi.

¿Os preguntaréis cómo he llegado hasta aquí? O mejor aún, ¿Quién soy?

Para ello tenemos que ir al pasado, hace exactamente un año, cuando me encontraba en mi puesto de trabajo.

—Oiga, ¿hola? —me dice un malhumorado alcohólico.

—¿Que es lo que quieres? —le imploro.

—Al menos que preste atención, vengo a renovar mis puntos del carnet que me he quedado sin ellos —no se porque se lo tendría que dar, la boca le huele a alcohol y tabaco a la vez.

Así es, trabajo renovando y dando licencias de conducir.

—Lo siento mucho pero para empezar hace menos de cuatro meses que perdió el carnet y lo segundo, creo que no estás en las condiciones óptimas para ello —le digo con tono soberbio.

—Pero se puede saber porque me hablas así, ¿Eh? —definitivamente es un cretino, pero a cretino no me gana nadie.

—Lo siento mucho pero esta ventana queda cerrada —le dejo con la palabra en la boca y me levanto a la vez que pongo el cartel de ventanilla cerrada.

Ando unos metros, no miro hacia ningún lado.

—Jacob Jackson ven aquí ahora mismo —me llama de malas maneras mi jefe.

—¿Qué ocurre? —le replico.

—¿Se puede saber porque tratas así a los clientes?

—Ese hombre no estaba en condiciones de renovar sus puntos del carnet, es mi responsabilidad —señalo en dirección a la ventanilla.

—Eso lo debera de valorar los profesionales, tu solo tienes que recoger la documentación —recuerda mi simple función en el trabajo.

Le miro con mirada amenazante, estoy cansado de que me este dando siempre ordenes.

—Mira Jacob, si estás cansado lo mejor es que dejes el trabajo —ahora es él el que me amenaza.

—Si pudiera irme me iría —no le aparto la mirada.

—Pues mira, no te voy a dar opciones. Estás despedido —señala la puerta de salida, lo que me faltaba. Pero es lo mejor que me podia pasar, estoy deseando que me salga otra cosa. Llevo muchos años en este puesto y no he conseguido avanzar. Me he quedado aguantando pesados, poniendo sellos y recogiendo documentación.

Salgo directamente por la puerta sin mirar al resto de mis compañeros, se que soy cómplice de miradas y comentarios pero los omito todos.

Llego a mi casa, mi mujer Olivia está en ella pero no me espera que llegue tan pronto.

Entro por la puerta, mi mujer está en chándal, acaba de llegar del gimnasio, no se como cojones contarle todo pero voy a ser directo.

—¿Jacob? —me pregunta con las cejas arqueadas.

—Me he ido del trabajo, estoy cansado de aguantar a imbeciles todos los días —es la verdad de lo que ha pasado.

—Pero cielo, ¿cómo vamos a salir adelante si ni uno de los dos tiene trabajo? —le encanta pintarlo siempre las cosas feas pero como se nota que no es ella la que está en un trabajo que no le gusta y que está quemada.

—Saldremos como lo hemos hecho siempre —le respondo de forma concisa, creo que es la mejor manera de llevar esto.

—Está bien, ¿pero que ha ocurrido? —siempre quiere saberlo todo.

Creo que me estoy cabreando con ella cuando solo quiere ayudarme.

—Nada, lo de siempre, los clientes son unos capullos integrales y creo que me merezco algo mejor —reconozco abiertamente y creo llevar la razón.

—Está bien cielo —me dice a la vez que me coje de la mano—. Somos un equipo ¿no? —asiento con la cabeza—. Pues vamos a salir de esta cueste lo que cueste, los dos juntos, además mis padres nos pueden echar una mano en caso de necesitarlo.

Levanto los hombros, sus padres no me caen del todo bien pero si lo tenemos que hacer por una necesidad urgente habrá que hacerlo.

Pasan las horas, miro el periodico en busca de alguna oferta que me llame la atención pero todas son de limpieza o hostelería, dos oficios que no estoy dispuesto a pasar. Por mucho que me paguen un dineral al final del mes.

—¿Vamos a por las niñas? —me pregunta Olivia. 

Tengo dos hijas. Cloe, la mayor que tiene ocho años y Emily que tiene cuatro.

Llego al pasillo, me miro al espejo, tengo una cara para espantar pájaros, pero con el día que llevo para no tenerla. Llevo una camisa blanca y un pantalón de traje, llevo la misma ropa con la que he llegado del trabajo, no he tenido ni las ganas ni la fuerza para cambiarme.

Cogo el coche y voy directo a recogerlas, nunca tengo tiempo para hacerlo ya que en mi trabajo salgo mucho más tarde. Seguro que se llevan una sorpresa.

Llego hasta la puerta, la pequeña Emily me ve enseguida y viene a mis brazos. Ellas dos junto a mi mujer son las tres mejores cosas que me han pasado en la vida. Y estoy agradecido a la vida por tenerla a mi lado, no podría perderlas ni separarme de ellas ni un segundo.



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En el texto hay: utopia, pruebas, ciudad abandonada

Editado: 10.12.2022

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