Utopía[completa]

Capítulo 8

La rueda pasa velozmente por la arena del desierto dejando una huella continua desde Utopía hasta de nuevo la casa del árbol o al menos así es como he decidido llamarla yo.

—¿Que hacemos de nuevo aquí? —le recrimino a “B” mientras este detiene el Jeep justo delante.

—Escucha —añade con la mano en el oído a la vez que se escucha algo moverse cada vez más rápido, parece algo pesado, la arena del suelo también lo hace como si alguien tocase un tambor gigante en el mismo suelo. Es un temblor parecido a un terremoto.

—Ya está aquí —se explica “B” a la vez que se baja del Jeep—. Sigueme “J” —me ordena.

Enseguida me pongo manos a la obra y bajo del coche poniéndome justo detrás suya. “B” comienza a subir escalones uno a uno y yo voy imitando sus pasos.

Abre la puerta que permanece cerrada. Juraría por mis hijas que la había dejado abierta.

Me da la mano para que me suba. Con bastantes dificultades llego hasta la parte superior. Miro rápidamente echando un vistazo.

—Ven aquí —me informa mientras se mantiene delante del vagón de tren.

—¿Que quieres? —le pregunto de nuevo mientras me doy cuenta de que el vagón está cerrado, también pondría la mano en el fuego de que la puerta la había dejado abierta.

—Ábrela —me dice señalando la puerta.

Lo hago, ahora si que se a que lado mover la puerta. Me ha venido bien tener que salir hace unas horas

Dentro del vagón se encuentran un montón de bandejas alargadas y apiladas. Al lado de ellas se encuentran varios bidones de agua y otro de lo que yo supongo será gasolina.

—¿Qué es esto? —muestro curiosidad.

—Es nuestra comida, todos los días cuando el sol llega a lo más alto llega el tren con toda nuestra comida de la mañana y de la noche.

—Entonces... ¿dependemos de que llegue el tren para comer?

—Exactamente. Y ahora necesito que me ayudes a bajarla para montarla al coche —dice mientras lleva ya varias en la mano.

Comenzamos a bajarla, no hay muchas bandejas en total dieciocho bandejas, las cargamos todas junto a todos los bidones que vienen.

Nos marchamos de nuevo al Jeep para volver a Utopía.

—¿Quién está detrás de todo esto? —le pregunto directamente 

—Nadie lo sabe, solo sabemos que se hacen llamar grafema y que quieren algo de nosotros, solo eso —me quedo como al principio.

Elevo los hombros en señal de inconformidad mientras el pueblo sale por el horizonte. Estamos llegando otra vez.

Dos personas nos espera en medio del pueblo.

—¿Quién es el nuevo? —pregunta el más alto de los dos. Es moreno, lleva una camiseta basica y un baquero de color negro.

—Soy “J” —comienzo a marcar territorio para que no me tachen de estupido.

—Encantado, yo soy “C” —me dice el mismo que ha preguntado, ya se su nombre o al menos su apodo.

Me falta el segundo.

—Y este es “I” —me lo presenta también, es bastante joven, me atrevería a decir que tiene apenas dieciochos años, pelo rizado castaño—. Este era el novato hasta el día de hoy, hasta que tu has llegado —“C” parece ser bastante hablador.

—Hola —dice tímidamente este. Le doy la mano y regreso al Jeep para coger la comida y llevarla a donde me diga “B”.

—Llevala al templo —escucho de fondo la voz de este.

Cojo tantas bandejas como caben en mi mano y las llevo al templo.

Abro la puerta, no se escucha nada dentro, paso por un pasillo que hay al centro, voy mirando sala a sala para ver si encuentro algún tipo de salón donde haya una mesa, a la tercera doy con la fortunada, una gigantesca mesa a lo largo de dicha sala. Entro sin hacer mucho ruido y apoyo las bandejas sobre la mesa, cuando bajo la vista “A” está en el suelo haciendo yoga o algo parecido porque no se como cojones se hace eso. Parece que está en modo desconexión mística.

—“J” ve a por el resto de la comida, la hora de comer se acerca —dice A de malas maneras y sin apenas abrir los ojos, parece que tenga un ojo en el culo.

Salgo inmediatamente de la sala, no quiero discutir a estas alturas.

Voy de nuevo al Jeep a seguir cogiendo bandejas.

—Tienes que llevar cuidado forastero —dice un hombre mayor que está sentado en una roca, lleva un chándal, es mayor con el pelo canoso, parece bastante sabio.

—¿Perdón? —me acerco para saber si ha sido a mi.

—Las cámaras —expresa a la vez que señala a las alturas.

Miro hacia arriba, comienzo a observar que encima de cada casa por todos lados hay cámaras.

—¿Qué son esas cámaras? —le pregunto con bastante duda.

—Nos vigilan, todos los movimientos que hacemos están siendo controlados constantemente, así pues que no se te vaya la pinza —dice riendose.

—Está bien, gracias por la información. Yo me llamo “J” ¿y usted es?

—Soy “G” —dice limpiándose las uñas como si su vida le diera totalmente igual.



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En el texto hay: utopia, pruebas, ciudad abandonada

Editado: 10.12.2022

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