—Papá... ya es hora...
23:45
Tokyo Skytree (東京 スカイ ツリ)
Sumida, Tokio
—... Y en noticias nacionales. La pequeña localidad de Chiyoda, hoy por hoy se ha convertido en la nueva versión de lo que ya se ha popularizado como la "Hora del Diablo". Ésto, luego de que la policía hallara nuevos restos humanos en sus calles y circuitos aledaños, en el cuarto día de lo que va de investigación.
—La policía cree que se trata de una banda opositora al actual ministro Shinzō Abe (安倍 晋三), la cual tendría nexos terroristas con grupos islámicos o de ultra izquierda. La única información que se maneja con certeza, es que el modus operandi utilizado por este supuesto grupo terrorista, sería el mismo que años antes asoló otras regiones y localidades de Japón. Es por esta misma razón que las autoridades han hecho un llamado en respetar los toques de queda, instando a sus pobladores a no salir de sus casas al sonar de las sirenas, pues se espera que, pese al gran cordón de vigilancia que se mantiene actualmente en Tokio, y en especial, en la zona cero de Chiyoda, esta noche sea la más oscura y compleja de todas.
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—Azami, ponte este abrigo y no salgas de la alacena. Ya sabes que hacer; nada de ruidos, controlar la respiración, tener...
—Si papá, ya lo sé: «Tener calma y no asustarse» . Quédate tranquilo. Ahora anda y ve con mamá. No pierdan más tiempo. Solo quedan algunos minutos para la media noche.
Mientras el reloj avanzaba, Azami y su familia, como el resto de los habitantes de Chiyoda, guardaban silencio en sus oscuros refugios a la espera de que el sonido de las sirenas anunciaran la inevitable media noche. Las calles y avenidas principales, como sus rincones y aledaños, no perpetuaban más que el simple vacío propiciado por el temor, a excepción de la policía que a esas horas se hallaba en guardia con sus armas y vehículos en los cuatro flancos de la zona cero.
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00:00
—[Solo debo permanecer callada... Solo debo conservar la calma.] [Solo debo permanecer callada... Solo debo conservar la calma] —se repetía Azami, mentalmente, una y otra vez, al tiempo que se balanceaba, abrazando sus piernas, y cerraba lentamente sus ojos tras oír las sirenas hacer eco en su pecho y en el exterior.
Para cuando las sirenas cesaron, otra clase de temores comenzaron a envolver a la pequeña Azami, casi de manera instantánea, como al resto de los pobladores. El silencio, era un bien odiado y conocido por los residentes de Chiyoda. Ellos sabían que, lejos de otorgarles tranquilidad o sanidad mental, el silencio solo propiciaba oscuridad y desgracia. Fue entonces cuando oyeron el grito.
—Tranquila Azami, son solo perros aullando en la noche —se decía ella, mientras oía a lo lejos como aquel escalofriante y desgarrador grito, tan agudo como el de un bebé sufriente, aparecía de forma discontinua y reverberante por las solitarias calles.
Fue entonces cuando Azami, con los ojos apretados, y puestos sobre sus rodillas, escuchó como el ominoso grito se oyó al interior de su casa. Azami se hallaba paralizada y temblando. No dejaba de mover los dedos de sus pies, apretándolos, cada cierto tiempo, sobre la superficie de la alacena.
Todo, sin embargo, pareció no cobrar efecto, tras escuchar cómo "ese algo" movía las sillas del comedor y las vajillas, de forma errática y brusca.
Azami, no hallando en su ineludible temblor el refugio mental que necesitaba, levantó muy lentamente su cabeza, y abriendo sus ojos, acercándolos a una pequeña abertura que se encontraba en la puerta de su refugio, vio el horror incandescente, propio de quien experimenta algo súbito y escalofriante.
Se trataba de una sombra pequeña, inevitable para la cordura, que emergía de las madrigueras del miedo con grotescas y perturbadoras facciones irregulares, encumbrándose sobre las paredes y el cielo raso cual si fuera un cuadrúpedo caminando a intervalos de convulsionados saltos sobre el techo. Aquello que asemejaba a un recién nacido, se adhería a las superficies con la facilidad que esgrimen las arañas, y con el pacto venenoso de sus bulbosos vientres. Todo lo que Azami veía tras la pequeña mirilla de la alacena, no tenía nombre para el inenarrable terror que sentía dentro de su pequeño cuerpo. La criatura, luego de algunos minutos, y tras dejarse ver con la claridad de la luna, simplemente se posó sobre el cielo raso del pasillo principal, y estirando su cuerpo, abrió su vientre como una gigantesca boca, dejando salir sus vísceras enroscadas como si se tratase de una lengua extensa e independiente a su hórrida anatomía.
—¡Azami, tranquila! ¡Tranquila! ¡Tranquila! ¡Recuerda lo que dijo papá! ¡Cierra los ojos Azami y no mires! —se gritaba mentalmente, mientras alejaba con rapidez sus ojos de la pequeña ranura que había puesto al descubierto aquel horror más profundo e indescriptible.
Fue precisamente en aquella horrenda metamorfosis, que la criatura comenzó a avanzar sobre el techo a intervalos rápidos y lentos, y con el vientre abierto en forma de fauces, dio búsqueda a posibles moradores por medio de sus tentaculares vísceras.
Sus gritos de infante, eran cada vez más fuertes y perturbadores. Azami sentía que su muerte estaba próxima, o peor aún, la vida de sus padres. Pero qué podía hacer una niña ante semejante obra demencial y demoníaca.
Frente aquella reflexión, abruptamente, y sin aviso, todo el lugar quedó en silencio por un lapso cercano a los cuarenta minutos, tiempo suficiente que Azami aprovechó para calmar su exaltada respiración.
Pese al esfuerzo y ánimo depositado, su calma fue interrumpida nuevamente por un descontrolado y desgarrador grito, aunque esta vez fue mucho más reconocible para sus oídos.