El cielo, azul como nunca lo había visto, se extendía sobre él solo interceptado por las hojas del árbol del que apenas había caído. Algún sitio de su cabeza que no lograba identificar le latía con insistencia, y la hierba helada bajo sus piernas parecía obligarle a emprender rumbo.
Sin entender nada de lo que estaba pasando, cómo había llegado allí y quién lo había llevado, Mark llegó a la conclusión de que dependía del único objetivo remanente en su cabeza: sobrevivir. Dirigió la mirada otra vez al bosque delante suyo, y sintió miedo. El mismo miedo que había sentido al ver al encapuchado. Tratando de apartar esa sensación, se giró y vio el infinito mar que se esparcía cubriendo todo su campo visual detrás del árbol. El agua parecía congelada: no podía distinguir movimiento alguno, ni siquiera una onda.
Claro, qué coherente, pensó.
Viendo que era lo único que podía hacer, emprendió el camino hacia la montaña, suponiendo que era la única forma de salir de aquel páramo vacío…cuando de pronto sintió el corte del viento a unos metros detrás de él. Un segundo después, una lanza se clavó en el pasto tres pasos a la derecha y delante suyo; un ardor en el brazo le produjo insoportable dolor y se desplomó de rodillas al suelo.
—No intentes mover un solo dedo, o la próxima caerá directo en tu cabeza, ¿vale?
La voz que acaba de entrar por sus oídos era una voz hermosa, melódica, como un canto. Se extendió por todo su cuerpo, y causó pequeñas vibraciones en su cerebro. Quedó hipnotizado por ella, una de las cosas que le impedía moverse. “La mujer de esa voz debe ser hermosa”, pensó, “y atrevida por lo que acaba de hacer.”
—Cálmate, no haré nada, ni siquiera estoy armado, acabo de despertar en este lugar, y creo que ya me he vuelto loco…—pronunció atropelladamente.
“Claro, ¿cómo no puede ser posible que esta voz esté dentro de mi cabeza también, y que la lanza sea solo una alucinación?”
Fue algo que comprobó apenas unos dedos tiraron con fuerza de su cabello hacia un lado, y le obligaron a girar el cuello. Cabello negro como el azabache, nariz delgada, ojos azules…
—Perfecto. Un miedoso desarmado, y tiene que ser Caelum.
“¿Caelum? ¿Ha dicho Caelum? ¡Y me ha llamado miedoso!”
Preso del temor, sopesó sus opciones. No podía moverse, y tenía a la joven detrás de él amenazándole sin aparentes intenciones de negociar. Si echaba a correr, seguramente una segunda lanza lo alcanzaría, quizás con resultados fatales. A pesar de esto, se decidió por la acción más arriesgada. En un movimiento rápido, estiró su pierna derecha hacia el pie derecho de su atacante y tiró de este, haciendo que pierda equilibrio y caiga al suelo, pero cuando ella estaba a punto de caer se apoyó sobre su mano y pie izquierdo, y le lanzó una tremenda patada en el rostro con el otro pie. Era rápida y fuerte, pues su golpe lo lanzó varios metros atrás.
Todo a su alrededor empezó a nublarse y perder sentido. De repente, ya no pudo sentir el pasto bajo su cuerpo ni el viento recorriendo su camino sobre él. Estaba perdiendo la consciencia de a pocos. Trataba de mantener los ojos abiertos en el momento exacto en que la joven se acercó y le propinó una bofetada, lo que le obligó a despertar de golpe.
—No vuelvas a hacer eso, ¿me oíste?
— ¿Quién eres? ¿Sabes por qué estoy aquí? —preguntó aún desorientado.
—Larga historia. En marcha.
—No voy a moverme hasta que me expliques todo. Además, no es mi obligación ir contigo.
—Bueno, pues quédate y muere.
Ella empezó a caminar en la misma dirección que él lo hacía, pero de pronto se detuvo por completo y se tensó, como recordando algo.
—Imbécil…—susurró mientras se giraba y se acercaba al joven.
—Típico.
—Te dijeron que luches, ¿no? Pues eso hay que hacer. Debemos enfrentarnos a otros más, a otros grupos. Por el momento, y basándome en lo que he visto, somos tres. Tú y yo somos Caelum, lo sé por el color de tus ojos, azules. Están los Ruber, que no sé muy bien que son, solo sé que ellos no han sido reclutados, ellos han venido aquí por su cuenta. Y después están Esmeralda, son humanos igual que nosotros, pero tienen ciertas “habilidades”, por decirlo así…
Mark apenas terminaba de procesar lo que estaba escuchando, pero siguió llenándola de preguntas.
—¿A qué te refieres con los poderes de los Esmeralda? Estoy muerto, ¿no?
—No. Y no dije poderes, los poderes no existen. Ya está anocheciendo y tenemos que caminar—respondió cortante ella—. ¿Cuál es tu nombre?