Valentina despertó con el sonido del mar colándose por las rendijas de la antigua casona. El aire salino le despeinaba el flequillo, y por primera vez en días, no tenía una reunión ni un plano que revisar. Había dejado el celular en modo avión la noche anterior, una pequeña victoria personal.
A media mañana, escuchó una bocina fuera. Al asomarse, Benjamín estaba en una camioneta polvorienta, con gafas oscuras y una sonrisa que parecía desafiarla; durante esas tres semanas se habían hecho amigos.
- "¿Lista para una aventura o vas a encerrarte a revisar renders todo el día?", gritó Benjamín desde la calle.
- "¿A dónde vamos?", preguntó ella, cruzándose de brazos.
- "A conocer más de la región Lambayeque", respondió. Y sin darle más opciones, abrió la puerta del copiloto como si ya supiera que ella iba a aceptar.
La primera parada fue Zaña, un pueblo pequeño lleno de historia. Benjamín la llevó a ver las ruinas de las antiguas iglesias coloniales que el tiempo y los huaicos habían arrasado. Valentina, que creía conocer la arquitectura, se quedó sin palabras ante la melancólica belleza de los arcos derruidos cubiertos de vegetación.
- "¿Sabías que aquí llegaron esclavos africanos y que su cultura sigue viva?", comentó Benjamín mientras le mostraba unos tambores en una casa-museo comunitaria.
- "Me impresiona lo poco que sabemos del país cuando solo vivimos en la capital", murmuró Valentina, tocando suavemente uno de los muros corroídos por el tiempo.
Después, fueron hacia Monsefú, donde pasearon entre artesanos que tejían sombreros y bordaban faldas con hilos dorados. A Valentina le ofrecieron una falda tradicional para probarse y, entre risas, Benjamín la convenció de intentarlo. Ella, con esa mezcla de rigidez elegante y curiosidad genuina, terminó aceptando.
- "No me tomes fotos", le advirtió, mientras él sacaba su celular.
- "Muy tarde", sonrió él.
Al mediodía, se detuvieron en Santa Rosa, un pequeño pueblo de pescadores, para almorzar. Sentados en un restaurante frente al mar, sin carta ni menú, la señora que atendía les trajo ceviche con chinguirito, arroz con mariscos y una jarra de chicha morada.
Valentina lo probó todo. Y por primera vez desde que llegó, soltó una carcajada al ver su elegante blusa blanca salpicada de ají amarillo.
- "Nunca pensé que diría esto, pero esto me encanta", dijo Valentina.
Benjamín la miró con una calidez que no necesitaba palabras.
- "Estás empezando a dejar de ser turista", dijo él.
- "¿Y qué soy entonces?", preguntó ella.
- "Una visitante con el corazón dispuesto", respondió Benjamín.
Esa tarde, al regresar a Puerto Eten, Valentina iba callada, mirando el horizonte a través de la ventana. El viento le movía el cabello y tenía la mirada perdida. Pero no era estrés, no era ansiedad, era algo nuevo. Algo que quizás no supiera nombrar, pero que había empezado a sentir desde el primer mural que vio. Desde la primera vez que Benjamín le habló como si la conociera desde siempre.
- "Gracias por hoy", dijo ella cuando bajaron de la camioneta, con una sonrisa aunténtica, de aquellas que había olvidado tener.
- "Esto recién empieza", respondió él.
Y antes de despedirse, Benjamín se inclinó y le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja. No fue un beso, pero fue igual de íntimo.
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Un render es una imagen o animación generada por computadora, que representa un modelo 3D de forma realista o estilizada. Se crea utilizando software especializado que simula efectos de luz, sombras, texturas y otros elementos visuales para dar vida a la imagen. En esencia, un render es la representación visual final de un proyecto 3D, ya sea un objeto, un personaje, un espacio o cualquier otro elemento.