Relamió sus labios para no desperdiciar ninguna gota del cálido líquido que fluía por las venas de aquel apuesto hombre, ahora muerto en sus brazos con la mirada fija.
Había sido realmente una pena. Era guapo y muy atento en realidad. Pero su palpitante corazón le llamó con más intensidad.
La verdad era difícil conservar amigos cuando se cruzan en tu camino a la hora en que estás más hambriento. Y eso es a la hora del anochecer para la mayoría, pero era un amanecer para una criatura como aquella.
—Pobre — dijo con pesar—. De haber sido yo otra. En otros tiempos. Hubiera estado dispuesta a pecar contigo para luego desposarnos.
Acariciaba los labios de aquel hombre con cariño. Ya no se podía hacer nada. Estaba muerto y ella ya había saciado su apetito. Así eran las cosas.
—¿Que has hecho? Se supone que desayunaríamos juntos ¿Recuerdas? — Le reprochó una voz masculina.
—Vamos Patrick. No fastidies. Has tardado mucho. Y estás muy tranquilo como para parecer hambriento.
Lo más seguro era que Patrick se había desviado por un bocadillo nocturno de camino al lugar.
—¿Has dejado algo al menos? —preguntó con fingida indignación.
—En éste no. Pero ahí está ella. No la he tocado — dijo alzando las manos para demostrar su inocencia.
Sabía que se ponía como niño caprichoso cuando descubría que habían tomado un poco de su comida.
"Como si nunca comieras" le decía siempre que lo veía así.
Se levantó del sofá donde abrazaba el cuerpo pálido del que había sido su desayuno. Cogió al hombre muerto cual recipiente vacío y lo dejó tendido sobre el sofá. Lo contempló un momento más mientras pasaba su mano sobre sus párpados para cerrarlos.
Escuchó a su amigo hacer demasiado ruido con el cuerpo de la chica. Volvió la vista hacia él quien la tenía en la cama en lugar de tenerla en su regazo como hacía en otras ocasiones. La estaba desvistiendo con una mirada lujuriosa que a ella se le antojó vulgar.
—Por lo que más quieras Patrick. Contrólate. Tus jadeos son molestos. — Se quejó desde su lugar.
—Ésta vez te luciste. Es más que apetitosa — pronunció con vehemencia mirando embobado el cuerpo de la chica con sus ropas deportivas —. ¿De donde la sacaste?
Bajó la cremallera de su sudadera rosa y le sacó las zapatillas Nike.
Valery puso los ojos en blanco y volvió su atención de nuevo en el chico de cabellos castaños.
—Del hospital iluso. ¿No ves que es enfermera?
A veces la desesperaba ver lo tonto que se volvían sus amigos cuando se combinaba el deseo y el hambre en ellos. Al menos por su parte ya dominaba aquella mezcla de deseos. Bueno, casi siempre.
—Ya me voy — anunció al verlo lamer el torso desnudo de la chica —. No juegues con la comida Pat. Hoy te toca sacar la basura — dijo para despedirse y salió.
Caminó sobre la misma calle de siempre para dirigirse al bar. Al llegar ya estaba lleno. Eran un negocio abierto las 24 horas al día. Por supuesto ellos solo estaban ahí durante los turnos nocturnos tres o cuatro noches a la semana. Así que tenían un constante flujo de clientes.
Saludó a Luis y Katy quienes estaban en su turno. Fue a la parte de atrás para guardar su bolso y colocarse el mandil negro a la altura de su cintura. Se despidió de Katy al cambiar el turno de la 7.
Sirvió los tragos de sus mesas saludando a alguno de sus clientes que eran frecuentes. Al pasar por una de las mesas del fondo con su bandeja llena de vasos y botellas vacías, escuchó que alguien le llamaba.
—Tráeme otra guapa.
—Por supuesto — le respondió con una sonrisa.
Cogió las botellas vacías y se dió la vuelta mientras era escaneada por la mirada lujuriosa de aquel hombre.
Valery, al igual que Connor y Patrick, conocía a todos los clientes que frecuentaban su negocio. Siempre había algunos que tenían un horario para legar o estaban acompañados por el mismo grupo de amigos. Pero había otros, como aquél, que nunca había visitado el lugar anteriormente y que tampoco parecían conocer a otro cliente del lugar. Era la presa perfecta. Sin testigos, sin conexiones.
Cuándo regresó a aquella mesa, su ocupante intentó hacer conversación con ella, diciéndole lo guapa que era. Ella le sonreía con coquetería y ni se quejó cuando sintió las manos de éste posándose en su cintura para bajar hasta su cadera.
—¿A qué hora sales? — preguntó antes de que ella se fuera la vuelta.
— A las tres. Pero si esperas un poco más, puedo tomarme unos minutos contigo — le habló en tono seductor.
Él parecía complacido con su respuesta.
— Bien. Dime dónde y determinaré cogiéndote en ésta mesa.
Ella sonrió como si hubiera escuchado un halago por parte de un caballero.
—A las nueve. Hay una puerta atrás cerca de los aseos. Espérame ahí — le susurró al oído para darle una visión de su escote al acercarse.
— A las nueve repitió.
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Editado: 02.08.2018