Lo que la gente de Saint Woods sabe sobre la muerte de Selene Roux es que murió de una enfermedad al corazón, pero lo que los forenses saben, lo que Essie y yo sabemos, es que ella murió bajo extrañas circunstancias. Nada ni nadie podía determinar la causa de su muerte. Pero con el tiempo, algo comenzó a surgir. Una idea que no me dejaba dormir ni comer.
Era mi culpa, yo la había asesinado.
Esta era un idea obsesiva que no me dejaba tranquila en ningún momento.
Ser la rarita del pueblo no era nada comparado con ser la hija de en medio. No ser ni la mayor, la madura y responsable, ni ser la menor, la consentida y querida por todos. No. Yo era la que sobraba, a la que nadie tomaba en cuenta.
Muchas veces soñé con ser consentida o ser considerada madura para ciertas cosas. O que simplemente creyeran más en mi, que me prestarán más atención. Y ahora que lo tengo no estoy satisfecha. Yo no era la hija perfecta ni la pequeña consentida. No. Yo era la asesina. La que por culpa de su insensatez causó la muerte de su hermana. Toda la culpa la llevaba yo.
¿Cómo mirar a mis padres?, ¿A Essie?, ¿Cómo saldría de casa sin atender los murmullos a mis espaldas? ¿y en la escuela? ¿qué haría cuando todos me vieran?
Caminar por los pasillos de la escuela siempre había sido difícil. El hecho de ser la hermana invisible, la rarita del pueblo me había alejado de todo el mundo. No. Ellos me habían alejado de sí mismos. Y lo entendía: yo no tenía nada de bueno. Ahora mucho menos.
El primer día de clases llegó cuando menos lo esperaba y no estaba para nada preparada. Había pasado el último tiempo huyendo de todo y todos. Intentado en vano olvidar lo que había sucedido. Claramente mi consciencia adoraba torturarme y tanto el dolor como la culpa me consumían. El miedo, el miedo al rechazo y al prejuicio se intensificaron, aquello que antes no tenía mucho en cuenta, ahora estaba presente en mi cabeza todo el tiempo.
Ya no podía estar tranquila, todo era un recordatorio, una amenaza.
Desperté minutos antes de que sonara la alarma, con mis músculos rígidos y dolor de mandíbula. Había dormido con los dientes apretados. Eran tanto los nervios que había sentido estas últimas semanas, que dormir bien era historia pasada. Había noches en las que no podía conciliar el sueño o aparecía ese desagradable hábito llamado bruxismo.
Después de asearme y vestirme baje a la cocina para prepararme algo rápido de comer. Allí estaban mis padres, cada uno en su mundo, desayunando un café bien cargado.
—Buenos días... —salude en un susurro, intentado que no prestaran atención en mi.
Mi padre levantó la vista de su revista y me saludó, sin embargo, mi madre parecía estar inmersa en sus propios pensamientos y lo entendía completamente. La muerte de un hijo es lo más terrible en el mundo, y lo peor es que yo había contribuido con ello.
Esfumando todo pensamiento negativo de mi mente, me serví un vaso de jugo y unas tostadas que devoré rápidamente. Ni siquiera me senté, simplemente comí y fui en busca de mi bolso, esperando que para cuando estuviera lista los demás también, así evitaría cualquier tipo de conversación. Si antes charlar no era lo mío, ahora mucho menos. No tenía energías para ello y posiblemente no las tendría en un buen tiempo.
Había vuelto a mi habitación para asegurarme que no me faltara nada. Me acomode el bolso en mi hombro con todos los cuadernos en su interior y cuando salí de la habitación me encontré con Essie.
Ya estaba vestida y maquillada, en un intento de verse bien y fresca, pero si te fijabas bien podías ver la tristeza y cansancio en su mirada.
—Hola —dije rápidamente —. ¿como dormiste?
Ella siguió de largo sin quitar la mirada del suelo. De inmediato sentí un dolor punzante en el pecho.
—¿Essie? —la llamé en un tono más alto, temiendo ser ignorada por mi propia hermana. Sólo entonces se detuvo y se volteó para mirarme. Parecía aturdida.
Al igual que yo, mi hermana tenía malas noches. A veces despertaba gritando y lloraba. Nadie podía controlarla en ese estado y me dolía el alma verla así.
—Oh, hola Ness...
—Hola —esbocé una sonrisa tensa que se borró de inmediato—. Te preguntaba cómo habías dormido. Te ves...
Dejé de hablar cuando la vi tan afligida, con la mirada perdida.
—¿Dormir? —preguntó en un susurro.
—Oye, ¿te encuentras bien? —le pregunté, ya algo preocupada. Ella sacudió la cabeza y me miró.
—Si, si, solo que no he dormido mucho—soltó, restándole importancia. Por un segundo creí ver lágrimas en sus ojos—. Mejor bajemos.
Yo sólo asentí, sin querer insistir. Tal vez decía la verdad, yo tampoco dormía muy bien, aunque a decir verdad había algo extraño en su actitud. Essie solía ser como un rayo de sol y era comprensible que estuviera mal por Selene, pero desde la mañana del baile se comportaba de una manera muy anormal. Había algo más, algo que la molestaba...
La vi bajar las escaleras, aun pensativa por su comportamiento. Decidí no darle muchas vueltas al asunto así que solté un suspiro y seguí sus pasos hasta la salida. En el patio, mi padre encendía el motor del auto mientras mi madre ingresaba a este.
Me acerqué a Dakota que estaba sentado algo alejado de todos y con la cola entre las patas. Seguramente mamá lo habría regañado por intentar acercarse a ella. El enojo hizo que apretara la mandíbula pero desistí en cuanto sentí el dolor en esta.
—Buenos días, lindo —le saludé, acariciando su cabeza con cariño. Sentí pena por él.
Desde ese día ya no lo dejaban entrar y por ello había discutido varias veces con mi madre. Ella no quería tenerlo en la casa ni siquiera verlo. Por ella Dakota podría desaparecer y en cierto modo la entendía, o al menos lo intentaba. Ella le echaba la culpa a los animales salvajes y veía en él al culpable de la muerte de Selene.