A veces la vida se nos cae a los pies con el peso y el frio del descubrimiento de un mundo desconocido.
Así lo sentí al abrir la puerta del despacho, tan próximo, tan cálido, tan mío .Antes.
Y sin embargo, a simple vista, no había motivo para la desazón. Todo permanecía tal como yo misma lo había dejado. Las estanterías cargadas de libros, el panel de corcho repleto de horarios y avisos. Carpetas, archivadores, carteles de viajes exposiciones, sobres a mi nombre. El calendario congelado cuatro meses atrás julio 2020. Todo se mantenía intacto en aquel espacio que durante catorce años había sido mi refugio, el reducto que curso a curso acogía a manadas de estudiantes perdidos en dudas, reclamos y anhelos. Todo seguía, en definitiva, igual que siempre. Lo único que había cambiado eran los puntales que sostenían. De arriba abajo, en canal.
Pasaron dos o tres minutos desde mi llegada. Quizás fueron diez, quizás no llegó a uno siquiera. Pasó el tiempo necesario, en cualquier caso, para tomar una decisión. El primer movimiento consistió en marcar un número de teléfono. Por respuesta obtuve tan solo la cortesía congelada de un buzón de voz. Dudé entre colgar o no, ganó lo segundo.
_Andreina, soy Tifany Ruiz, tengo que marcharme de aquí, necesito que me ayudes. No sé adonde, igual me da. A un sitio en donde no conozca a nadie y en el que nadie me conozca a mí. Sé que es un momento pésimo, pero llámame cuando puedas, por favor.
Me sentí mejor tras dejar aquel mensaje, como si hubiera desprendido de un fantasma tratando de matarme en una pesadilla espesa. Sabía que podía confiar en Andreina, en su comprensión, en su voluntad. Nos conocimos desde que ambas comenzamos a dar nuestros primeros pasos, tal vez la palabra amigas nos viniera demasiado grande, puede que sus consistencia se hubiera diluido con el paso de los años, pero conocía el temple de Andreina y estaba por eso segura de que mi grito no iba a caer en el fondo de un saco cargado de olvidos.
Solo después de la llamada conseguí reunir la fuerza necesaria para hacer frente a las obligaciones de julio que acababa de arrancar. El correo electrónico se abrió como una presa desbordada ante mis ojos y en su caudal me sumergí un buen rato a medida que respondía a algunos mensajes y desechaba otros por trasnochados o carente de interés. Hasta que el teléfono me interrumpió y contesté con un escueto soy yo.
___Pero ¿qué es lo que te pasa a ti, loca? ¿Adónde quieres ir tú a estas alturas?
Su voz arrebatada me devolvió al vuelo la memoria de tantos momentos vividos años atrás. Horas eternas frente al color de una pantalla de un ordenador de historia .visitas compartidas a la universidad, madrugadas de esperas en aeropuertos vacíos. El tiempo había separado nuestros caminos y quizás el musculo de la cercanía había perdido vigor. Pero quedaba huella, los pasos de una vieja complicidad. Por eso le narré todo sin reservas. Con una sinceridad rasposa, omitiendo valoraciones. Sin lamentos ni adjetivos. Sin red.
En un par de minutos supo lo que tenía que saber. Que Luis Alberto y mi hijo Andrés se habían ido en ese terrible accidente. Que la supuesta solidez de mi matrimonio había saltado por los aires en los primeros días del mes marzo dejándome sola y sin mis amados, no dejo de sentirlos ninguna noche, es como que su presencia me persiguiera no puedo, concentrarme, mi mundo está cada vez desboronado sin ver una salida a esta tragedia.
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Editado: 11.07.2020