Vámonos

Un triste recuerdo y un reencuentro

Fue tan terrible ese evento que hizo que la vida nos cambiara de la noche a la mañana.

 Aún no puedo creer cómo pasó todo tan rápido. Un día mi padre sintió un fuerte dolor en el estómago y fue con el médico local quién, tras algunos exámenes, le diagnosticó cáncer terminal. 

Después de meses en cama partió dejando a mi madre devastada, preocupada y angustiada, no solo por la pérdida de su amado, sino también pensando qué sería de nosotros sin aquel que era el sustento de la familia.

 Yo, por un lado, sentí un poco de alivio, ya no soportaba ver a mi padre postrado en una cama sufriendo de tanto dolor. Ya ni siquiera los medicamentos le hacían efecto para calmarlo. 

Con el pasar de los días, mi madre se dedicaba a la costura para nosotros y para algunas personas del pueblo que le llevaban remiendos y algunas confecciones. Con eso y con los trabajitos que yo pudiera conseguir: cargar las bolsas de mandado, limpiar el patio de algunos vecinos, vender periódicos…, vivíamos día a día. 

Una semana después de haber visto aquella hermosa niña, me encontraba junto a mi amigo Miguel limpiando el patio de una de las casas más grandes del pueblo. Una nueva familia se había mudado hacía poco y estaban remodelando toda la propiedad. Mientras rastrillábamos, escuchaba música con los audífonos conectados al walkman que llevaba en el bolsillo de mi overol y de repente, salieron dos niñas de la casa. 

Ambas se sentaron en una de las bancas que se encontraban de otro lado del patio, donde ya habíamos terminado de limpiar y no pude evitar observarlas, aunque por la distancia no las distinguí bien. Cuando terminamos por completo el trabajo, Miguel entró a la casa por la puerta de la servidumbre para retirar el pago de nuestros servicios. 

Movido por la curiosidad, me acerqué a donde estaban aquellas niñas, tenía el presentimiento de que una de ellas podía ser mi ángel y tenía razón. —Buenas tardes, mi nombre es Juan Diego Santana, para servirles —me presenté y con solo oírme sus mejillas se sonrojaron. —

Mucho gusto, joven, mi nombre es Alba María Miller, la hija menor de la familia. —Y yo soy Dulce María Miller, la hermana mayor —interrumpió la señorita que estaba a su lado como dándose su lugar. —Mucho gusto —contesté con cortesía hacia ambas cuando de pronto llegó Miguel con algo de prisa. —¡Listo, ya vámonos! —exclamó halándome del brazo sin darme tiempo de despedirme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.