Así que cuando salimos de la propiedad le pregunté:
—¿Qué pasa, Miguel?, ¿por qué me has halado tan apresuradamente?
—¿Es que acaso no sabes quiénes son esas niñas? —inquirió—. Son las hijas de la señora Miller, la dueña de la propiedad. Si te ve hablando con sus hijas se va a enojar mucho y no nos van a dar más trabajo en su casa.
—Pero, ¿por qué? —pregunté ignorante de todo—. ¿Qué tiene de malo hablarles?
—¡Escucha, Juan Diego! —recalcó molesto Miguel por mi insistencia—.
Se dice que la señora Miller enviudó hace poco, heredando una gran cantidad de su difunto esposo, compró la propiedad y se mudó aquí con sus dos hijas. Aun con su explicación no entendía, o no quería aceptar, en qué me impedía eso hablarles.
—Es una dama de sociedad que no le gusta codearse con gente como nosotros y mucho menos ver a sus preciadas hijas conversando contigo.
* * * *
Pasaron unas semanas y no volví a verla, aunque visitaba con frecuencia aquella panadería con la intención de encontrarla. No había tenido éxito y aun así no quería dejar de hacerlo, hasta que un día mi madre no pudo ir por Sofía al colegio, debido al atraso en la entrega de unos vestidos al coro de damas de la iglesia. Por lo tanto, me encomendó la tarea de ir por ella.
Entre tanto que esperaba, miré hacia la otra salida del colegio. Sí; el colegio lo dividieron en dos secciones, donde estudiaba mi hermana, era la sección de los que no teníamos muchos recursos y la otra era la de las personas con más dinero.
Es decir, de una clase más elevada, según ellos, para mí era una tontería, la verdad es que nunca había estado de acuerdo con eso, ni tampoco lo entendía. —¡Pff!, dividir el colegio en dos partes. ¿Quién habría sido el de la idea? —murmuré en voz baja—, blancos o negros, con dinero o sin dinero.
¡Todos somos humanos al fin! —repliqué viendo a los alumnos que salían sin pensar que eso haría que mi corazón se sobresaltara. Allí, en la otra sección, estaba Alba María junto a su hermana, la esperaba una camioneta, de esas que se veía que costaban mucho.
Pero eso no era lo que me tenía con los ojos en su dirección, simplemente no podía evitar ver a mi ángel. —¡Auch! —me quejé al sentir un golpe detrás de la cabeza. —¿Hermano, qué tanto miras a esa niña? —cuestionó Sofía. Estaba tan distraído, que ni siquiera me percaté que ella ya estaba a mi lado. —No es nada —le contesté—. Vámonos ya.
En el camino, Sofía insistía en hacerme preguntas que ignoré hasta que hizo la que menos esperaba. —¿Es tu novia? —preguntó con curiosidad y me negué a contestar, aunque sus conjeturas eran equivocadas, algo tenían de verdad.
Esa niña me gustaba y no quería que mi hermana se diera cuenta—. ¡Te gusta! —afirmó al descubrir en mi rostro lo evidente— ¡Le diré a mama! —No, no le digas nada a mamá —supliqué—, no quiero preocuparla por tonterías.
Para mi edad, la verdad, me sentía bastante maduro, quizás las situaciones que pasamos me hicieron madurar más pronto. —Te compraré lo que quieras —le dije a Sofía para sobornarla. —Está bien —me contesto parca.
Desde ese día, sin saberlo, Sofía se había convertido en mi cómplice. No podía negar que mi ángel robaba mi pensamiento, y mis deseos por tener contacto con ella cada día eran más grandes, ya no me bastaba con verla a los lejos a la salida de la escuela. Así que se me ocurrió una idea para comunicarme con Alba, solo esperaba que ella aceptara.