—¿En qué consiste el empleo? —pregunto desinteresada mientras continúo mirando mi celular.
—No lo sé realmente —se pone una capa de labial rojo —. Casi nunca pregunto que toca hacer, mientras no toque abrir las piernas está todo bien —termina de mirarse al espejo, para después subirse más su falda.
Empieza a posar mientras se señala asi misma con altanería frente al espejo.
—¿Nada de abrir las piernas, eh? —le digo con un evidente tono de burla. Leah agarra una almohada rápidamente para tirarmela.
—Si mi jefe está bueno, no hay nada que está alma mortal pueda hacer —hago una cara de "si claro" —...O que no pueda hacer —agrega sonriendo maliciosamente.
Es imposible que mi amiga dure más de dos semanas en su trabajo sin acostarse con su jefe. No lo hace para conseguir un ascenso, es más, prácticamente es todo lo contrario, generalmente después de sus encuentros no laboralmente-éticos, termina ella renunciando. ¿Por qué lo hace? Al principio pensaba que era simplemente para obtener sexo, por parte de empresarios guapos y multimillonarios, pero después me di cuenta que era por la emoción; era más por la adrenalina que le producía hacer ese tipo de cosas en un espacio de trabajo, rompiendo así lo que se consideraría correctamente moral. A mí me daba igual lo que hiciera, la respetaba aunque personalmente es algo que nunca haría, no por el hecho de acostarse con alguien simplemente por la emoción que te produce, si no porque aquello conlleva a compartir con otra persona.
Odiaba a las personas, me aterraban.
—Bueno, es hora de irme, deséame suerte —estira su mano haciendo un ademán esperando a que lo haga.
—Buena suerte... —respondo con aburrimiento, desprevenida y aprovechando que estoy en una carrera de Mario Kart me planta un beso en la mejilla, haciéndome claramente matar. La miro con rabia y con asco, pero no puedo hacer nada porque sale corriendo junto a ese bolso horrendo que es más caro que todo mi armario junto. No me gustan las muestras de afecto físico, realmente me incomodan, pero solo se lo perdono por ser mi amiga.
Cuando llega la hora de cenar, osea a la hora que sienta hambre me paro en frente de la nevera y la abro. La miro por algo más de un minuto y la vuelvo a cerrar. Nuevamente la vuelvo a abrir como si esperara mágicamente que apareciera un tarro de helado, pero al encontrarme cara a cara otra vez con aquel tomate me desinfló y la cierro con rabia. No sé porque me siento así hoy, como si no pudiera hacer nada, tal vez es porque realmente no sirvo para nada.
Me tiró en el sofá mientras veo mi billetera, la cuál se encuentra vacía. Me empiezan a entrar pensamientos estúpidos de pedir con la tarjeta, pero eso sería demasiado irresponsable, aunque desesperadamente tentador. Leah no me ha enviado ningún mensaje, lo cual significa que tuvo éxito en su trabajo, espero que no sea esa clase de éxito que estoy pensando.
A pesar de tener hambre, no deseo pensar en nada más, es como si estuviera vacía, además de literalmente mi estómago y mi billetera. Por lo que decido irme a dormir, me empijamo y hago mi ritual nocturno antes de acostarme, el cuál consiste en lavarme los dientes y la cara y echarme cosas en esta. Me pongo los audífonos y pongo en aleatorio mi reproductor, me hundo en aquel colchón viejo y abrazando una sábana me quedo dormida.
Me despierto porque uno de los audífonos se está enterrando en mi nuca, un poco desorientada me levanto y me doy cuenta que la música ha terminado. Al ver la hora me asusto, ya que según internet es la hora del diablo, por lo que intento volverme a dormir, pero al dejar mi celular junto con los audífonos en la mesita de noche, un ruido me paraliza.
Con cuidado me quito la sábana y camino hacia la puerta de la habitación para tratar de escuchar, alcanzo a oír una voz susurrando de fondo, ¿acaso Leah acaba de llegar? Emite una risa divertida que trata de ahogar y al instante reconozco que es ella, que por supuesto debe estar muy tomada como para reírse de esa forma. Maldiciendo mentalmente procedo a regresar a mi cama cuando escucho la voz de ella, seguida de una masculina. Oh no, no se atrevería a hacer eso, hicimos un pacto dónde ella claramente se comprometía a no traer individuos del género masculino o tendría que pagar una multa. Sin saber porque los nervios me empiezan a invadir, empeoran cuando escucho que entran a su habitación, que se encuentra exactamente al lado de la mía. Dónde empieze a hacer ruidos como si fuera una gata en celo, llenaría un balde de agua fría y se los tiraría, no me importa si se le sale después el demonio a ella; se lo tendría bien merecido por incumplir la mayor regla.
—Oh sí... —gime ella. Agarro una almohada para tratar de no escuchar o de ahogarme, lo que suceda primero. Pero entonces los ruidos se vuelven más fuertes y disgustantes, decidida me paro a llenar el balde cuando nuevamente me quedo paralizada, ya no está gimiendo sino gritando. No sé si aquello sea una parafilia, pero suena demasiado real; un escalofrío me recorre haciendo más estresante la situación. ¿Qué está pasando ahí?
Las manos me tiemblan y empiezo a sudar, uno de mis mayores miedos son las personas; especialmente aquellas con las que nunca antes he interactuado. Suena como un miedo muy estúpido, pero me ha atormentado desde hace muchos años. Los gritos de Leah me perturban, pareciera como si la estuvieran matando, ¿y si en realidad es alguien malo? Es demasiado estresante, no puedo pensar con claridad y me llevo las manos a la cara mientras siento predecir un ataque de pánico. Entonces tocan a la puerta.
—¿Hola? —escucho una voz desconocida que viene de la puerta principal, el corazón me late tan rápido que siento como si me fuera a desmayar. Los gritos se detuvieron al instante en qué aquella voz se pronunció. —¿Hay alguien? ¿Está todo bien? —no reconozco la voz de la persona, pero tampoco es que conozca a alguien del edificio. Entonces veo una sombra desplazándose por debajo de la puerta hacia la entrada y siento como toda mi sangre me recorre.