Después de que Magalis y Lucas se despidieran (él prometiendo una "sorpresa inolvidable"), Naim y yo decidimos ir a nuestra pizzería favorita. Una que huele a queso derretido, masa tostada y recuerdos bonitos.
Le mandé un mensaje a mamá.
"Vamos a cenar pizza. ¿Puedo llegar un poquito más tarde?"
Tardó un poco en responder.
"Ok, pero antes de las 12 en casa o no hay más pizza en esta vida."
Sonreí. Era su forma de decir "está bien" con amor y amenaza al mismo tiempo.
Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, y pedimos la de siempre: mitad peperoni, mitad napolitana.
Mientras esperábamos, vi a Naim jugar con la botella de soda entre los dedos, distraído. Pensé en todo lo que había pasado esas últimas semanas. En lo fuerte que intentaba parecer.
—Naim... —dije bajito.
—¿Sí, Sofi?
—No es la primera vez que te dicen cosas, ¿verdad?
Él se quedó quieto. Luego suspiró. Tomó mis manos por encima de la mesa y me besó la frente.
—No tiene la más mínima importancia...
—Pero yo quiero saber —lo interrumpí.
Supe que estaba cansado de explicaciones. Pero también supe que me las daría.
—No... no es la primera —dijo al fin—. Desde que subieron las fotos y después de la pelea, ir a lugares públicos se ha vuelto... complicado. Como hay gente que no me conoce, hay otras que sí. Hasta me han pedido fotos. Una chica incluso me preguntó si podía besarme. Eso sí que fue raro...
Abrí los ojos.
—¿Y por qué no me dijiste nada?
—Sofi... ¿para qué iba a meterte más presión? Bastante con todo lo que ha pasado por culpa de ese idiota. No quiero que estés preocupada por mí también.
Me acarició la mejilla con esos dedos que aunque tenían cicatrices, sabían tratarme como algo frágil.
—Y si yo quiero preocuparme por ti... ¿qué?
—Mi amor... de eso me encargo yo —dijo, y sus labios rozaron los míos, suaves como una promesa.
—¡Ay, pero qué lindo! —interrumpió una voz odiosa. Una que reconocería en medio del ruido de una guerra.
Catriel.
Me tensé. Naim también. Se enderezó lentamente, aún sin soltar mi mano.
—¿Quieres perder otro diente? —dijo Naim, con la voz baja, oscura... peligrosamente tranquila.
—Tranquilo, hombre —respondió Catriel, alzando las manos en falso tono de paz—. Solo vine a dejar esto.
Sacó un pequeño peluche, tierno, con un lazo rojo. Uno de esos que podrían derretirte si no lo trajera un imbécil.
—Es una ofrenda de paz para Sofía —añadió, sonriendo como si estuviera actuando para una cámara invisible.
Naim se levantó, la silla crujió bajo él.
—Mira, imbécil...
Me puse de pie también, no por miedo, sino porque sabía que si Naim lo tocaba de nuevo, esta vez no iba a haber nadie que lo detuviera.
Le tomé el brazo con suavidad.
—Amor... no lo vale. Está buscando eso. No caigas —susurré sin apartar los ojos de Catriel.
—¿Buscar qué? —rió él con fingida inocencia—. ¿Una pelea? No, Sofi... yo solo quiero que duermas tranquila. Sé cuánto te gustan los peluches. Aunque... —hizo una pausa venenosa, y bajó el tono—. Tal vez lo mío no era tan suave como esto, ¿no?
Naim lo agarró por la camisa. Lo sentí temblar de rabia.
—Cuida tus palabras, hijo de puta...
—¡Naim! —susurré, apretando su brazo—. Vámonos, ¿sí?
Entonces di un paso al frente. Me planté frente a Catriel, con la espalda recta y el corazón en llamas. Lo miré de arriba abajo como si me costara recordar por qué alguna vez fui amable con él.
—Gracias por tomarte el tiempo de venir, Catriel —dije, con una voz suave pero afilada como navaja—. Pero no puedo aceptar tu regalo.
Él arqueó una ceja, sobrador.
—¿Tu noviecito no te deja?
Sonreí con calma.
—No. —Me giré hacia Naim, lo tomé de la cintura con la seguridad de quien sabe lo que vale—. Es que ya no necesito ositos para dormir...
Hice una pausa. Lo suficiente para que cada palabra se le clavara como un dardo.
—Ahora tengo a quién abrazar de verdad. Uno que no se esconde detrás de videos llorando. Uno que no necesita fingir que fue "dejado", porque jamás fue elegido.
Vi cómo la sonrisa de Catriel se congelaba. Cómo se le tensaba la mandíbula.
Y rematé, sin piedad:
—¿Sabes qué es lo triste? Que ni en tus propias fantasías logras ser suficiente. Yo no te dejé, Catriel... simplemente, nunca estuviste allí.
Su rostro palideció.
Tomé a Naim del brazo. Lo giré suavemente hacia la salida. No miré atrás. No hacía falta.
Pero si hubiera mirado, habría visto a Catriel de pie, con el peluche en la mano... y el ego en el piso. Silencioso. Sin una sola palabra que lo salvara.