Vástagos

CAPITULO III

“Nada es obvio. Todos ven,                                                                                                                                        pero la verdad es que nadie ve”                                                                                                                                  DAVID HUME

Las luces rompieron todo el campo de mi visión, las estrellas si es que eso eran, fue lo único en lo que trate de concentrarme pero no es que estuviera borroso, no es que estuviera claro y no es que estuviera oscuro sino que yo estaba confundida. Perdida.

¿Qué se supone debería de ver? ¿Dónde se supone que estaba?

Oh, mi Dios, estaba tan confundía, no, estoy tan confundida de que las cosas sean extrañas. ¿En qué clase de lio me había metido? y ¿por qué no podía moverme? Algo debía de andar mal si no podía moverme, ¿verdad?

Lo que sea.

Las estrellas volvieron a explotar en una fuerte ola de luz, en unos destellos cubrieron tanto que hacían parecerse mucho a un valle de luciérnagas. Era de ese tipo de cosas que exigían atención, que las mirase y me perdiese en su belleza pero no fue hasta que recordé de verdad que olvide y entre en pánico.

¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba tan oscuro? ¿Por qué estaba tan claro?

¿Dónde estoy?

Las respuestas llegaron de golpe derribándome en una sola oleada, en un solo suspiro y dejándome tumbada en el suelo de bruma oscura, hecha de sombras. Esto era un subconsciente solo que no como todos los que había visto, esto era realidad y ficción en otro plano.

Me puse de pie viendo hacia arriba y fundiéndome con la nueva oleada de luz, aquella que aún seguía reclamándome.

Vi a un chico de aparentes seis años, sus cabellos oscuros rizándose en las orejas, sus labios partidos y sangrantes por golpes que no solo afectaron parte de su rostro sino también su brazo, oh mi Dios, no podía creer como dolía, quemaba, ardía pero no era suficiente. La ira y vergüenza quemaban aun más en mis entrañas fundiéndose como fuego y arrasando parte de mi control.

Vi a dos hombres de negro que me veían furiosos, ellos traban de controlarme, a mí, solo por no saber a qué se enfrentaban. Me tenían miedo y yo a ellos pero no le tenía miedo a la mujer delante de mí. Ella acababa de venderme solo para conseguir satisfacer su codicia. No, lo que sentía por ella no era miedo sino, compasión. Uno no debería sentirle compasión a su madre.

Volví a ver al niño de seis años que retenía las lágrimas con coraje y él me devolvió la mirada a través de un pedazo de vidrio, de un espejo que ahora ya hacia roto. Consecuencias de un castigo que no quería recordar.

Volvieron a golpearme. Volvieron a enfrentarme y esos hombres comenzaron a discutir. El más grande golpeo al calvo. El más grande retrocedió tratando de controlarse pero el calvo salto a golpear de nuevo y en un instante mas no eran los únicos peleando. Mi madre azotaba bofetada a bofetada contra mi cara mientras que yo impotente no paraba de llorar. Recuerdo que había sido por decirle que “la amaba” y por decirle que no quería ir con ellos. Recuerdo como mis ganas de llorar fueron vencidas por la ira después de unos golpes más, aquella mujer no podía ser mi madre, una madre no vendía y golpeaba a sus hijos. Una furia sofocante calmo el llanto, entonces el lugar se sentía a arder y la sangre caía de mí, quien incapaz de hacer nada apretaba las manos a sus costados en pequeños puños que no podía levantar para defenderse.

Volví a mirar al espejo y el niño que me devolvió la mirada ya no lucio como un niño entre rojos, morados y verdes. La hinchazón lo cubrió y la sonrisa que trato de forzar fue derrotada por las lágrimas nuevamente.

No debería ver eso. No eso. No ese recuerdo. Tenía que buscar si él había asesinado a Bernard, tenía que…

– Oye. Audrey – jadee parpadeando, retomando mi control, retomando el aire que me falto por la tristeza – oye.

Volvieron a zarandearme y me enfoque. Luhan me tenía de los hombros obligándome a regresar. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado. Claramente se sentían como horas pero no podía haberme estado meciendo durante horas para hacerme entrar en razón, ¿o sí?

Gire la vista apartando los ojos de los suyos, de esa mirada fría y plata. Entrabamos en el suelo. Yo estaba sentada y él estaba a mi lado, aun con sus manos en mis hombros murmurando algo. Si, decía algo. Creo que… no lo oía.



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Editado: 04.08.2018

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