Vecino de número

Capítulo 12

 

La fiesta de cumpleaños de Loris era un sábado, y fue hasta el viernes que una duda me asaltó: ¿cómo iba a ir vestida? Había pensado en un regalo y en las posibles escenas en que todo terminaba de manera horripilante o no pasaba gran cosa, pero no en la ropa. Por lo general, no era algo que me interesase, pero teniendo en cuenta que el sitio estaría lleno de gente que vivía rodeada del tema, no podía solo ignorarlo. Si me ponía algo espantoso se notaría mucho más en medio de chicas luciendo preciosos atuendos.

Me acerqué al armario y revisé las pocas prendas que tenía, como si por arte de magia un hada madrina me hubiera dejado el vestido perfecto. Tenía ropa para salir, casual, y un conjunto para eventos formales, pero estaba segura de que esa no era una buena opción. En la invitación ponía «estilo juvenil», que era la razón por la cual me había acordado de la ropa.

Me senté en la cama y resoplé. Tantos problemas estúpidos.

Tomé mi celular, marqué un número (que había aprendido a causa de mi mala experiencia) y esperé. Después de tres tonos, mi madre atendió.

―¿Qué pasa, Ámbar?

Mi mamá siempre me atendía, sabía que cuando la llamaba era para algo importante, así que me sentí extraña al tener una petición que no sabía si lo era.

―Necesito comprar ropa para una fiesta.

Supuse que la alegraría escuchar que saldría de la casa el fin de semana. Y funcionó.

―¿Cuándo es? ―preguntó con un tono interesado.

―Mañana. Quería ver si me podías acompañar a comprar algo y… si tenías dinero para darme.

―Nos vemos a las cinco en el centro, seguro te conseguimos algo bonito.

―Está bien, mamá, gracias.

Colgó. Yo me quedé viendo la duración de la llamada un rato. Sé que si le hubiera pedido para los libros se habría enojado, pero no tendría problema en comprarme el atuendo más costoso de la tienda. Era extraño darme cuenta de que vivía ahorrando y comprando lo más barato aunque mi madre ganaba bien en su trabajo y mi papá le depositaba la pensión con puntualidad.

Intenté no prestarle atención al asunto, sin querer que mis suposiciones me arruinaran un día que debía ser divertido, y me preparé para encontrarme con ella en el centro comercial. No era algo inusual para nosotras, nuestra relación madre e hija estaba constituida en gran parte por ese tipo de actividades: comprar ropa, ir a tiendas, ver películas. Éramos como amigas, y yo suponía que eso no estaba tan mal. Muchas adolescentes se quejaban de los límites y relación con sus mamás, pero la mía no era así. La mía no me negaba nada.

Cuando llegué al café donde mamá me había citado, la encontré con esperando ya con su taza vacía. Me ofreció sentarme a tomar algo pero lo rechacé, porque, aunque no lo admitiera en voz alta, estaba emocionada por comprarme ropa nueva y bonita, ropa que sí iba a usar.

Entramos a varias tiendas y me probé conjuntos que mi madre me ofreció. Las tiendas tenían algo similar a la comida chatarra en ese punto en que ambas te hacían dejar los problemas a un lado. Cuando estabas comprando, la luz que adornaba todos los modelos y la ocasional fragancia artificial que tenían las prendas de ciertas zonas, te hacían sentir que la vida se trataba de eso: de elegir el atuendo adecuado entre tantos otros que trataban de engañarte haciéndote creer que te verías bien embutida en ellos. Y era un reto agradable, algo sencillo que no te planteaba ningún debate existencial.

Y cuando me puse el vestido negro que me puse, sentí que justo había tenido que llegar a esa tienda a esa hora, que no había otro lugar en el mundo donde hubiese encontrado algo tan exacto.

―Quiero este ―le dije a mi madre cuando salí del vestidor.

Supe que me veía bien cuando ella mostró una cierta aprobación en su gesto.

―Pensé que no quería un vestido.

―N o, pero este me llega hasta casi la rodilla y no me siento incómoda. ¿Es juvenil, verdad? ―pregunté recordando la premisa de la invitación.

―Claro que lo es.

Mi mamá se acercó y me pidió que me diese la vuelta para observarme mejor. Me detalló crítica con su mirada y suspiró.

―Te ves hermosa ―me dijo resignada―. Te queda precioso con ese cuerpo que tienes.

Yo miré hacia el lado izquierdo, incómoda. Quizá un tercero no entendería la combinación de las palabras de mi madre y su manera de expresarlas, pero yo sí. Estaba decepcionada. Cada que algo se me veía bien recordaba que yo hubiera podido ser una adolescente guapa, rodeada de pretendientes. Ella podría haber tenido una hija para presumir en sus juntas de trabajo y, quién sabía, hasta casarla con el hijo de aquel socio millonario.

En cambio, me tenía a mí.

―Quizá podríamos llevarte a que te hagan un peinado que te cubra el lado malo… ―dijo con una mano en su barbilla, en pose de pensadora.

«El lado malo», así era como le decía mi madre.



#39519 en Novela romántica

En el texto hay: amor juvenil, familia, amistad

Editado: 13.11.2023

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