Vecino de número

Capítulo 17

 

 

No pude dormir después de leer esas palabras. Unos minutos después de abrirlo, cuando intenté comprobar que no había sido una alucinación, lo que encontré fue una frase automática avisándome que el último mensaje había sido borrado.

Las dudas y el momentáneo infarto lograron despejar todas mis intenciones de descansar. ¿Quién me había enviado ese mensaje? Por la manera en que estaba escrito parecía obvio que aquel chico de facciones perfectas y aterradoras. Intenté convencerme de lo contrario, buscar otras salidas, pero conforme más lo pensaba, menos secreto había en ello. Loris y él eran amigos, no era difícil tomar el teléfono sin que se diese cuenta. El tipo había podido hacerse con el celular y enviar el texto tarde, de seguro borrándolo cuando notó que yo ya lo había visto.

Entonces, otras cuestiones exigían que me preocupara por mi sobrevivencia. ¿Qué iba a hacer exactamente ese tipo porque lo había «desobedecido»? En el mejor de los casos le hablaría pestes sobre mí a mi vecino de número, pero teniendo en cuenta su manera de comportarse aquella noche de la fiesta, temía que llegara mucho más lejos.

¿Y si le hacía algo a Loris?

Cuando dieron las cuatro de la mañana apenas empezaba a adormilarme, así que cuando fue la hora de despertarnos sentí como si apenas hubiese pestañeado. Las otras chicas se levantaron y empezaron a hacer escándalo, así que tuve que componer mi mejor gesto para que no notaran mi preocupación. No quería molestar más de lo que ya había hecho.

Adriana nos dijo que podríamos usar su baño, así que nos turnamos y cuando fueron las ocho y media todas estábamos vestidas con la ropa limpia que habíamos llevado, comiendo frutas, granola y yogurt, como si fuese una feria de buena alimentación.

―¿Crees que a tus papás les gustaría adoptarme? ―preguntó Gina.

―A lo mejor si te quedas y finges que siempre has estado aquí no se den cuenta.

Yo fingí una sonrisa.

Una vez terminadas las frutas, fui la primera que se despidió. Una parte de mí quería quedarse y seguirse esforzando por conseguir algo similar a la amistad con esas chicas, pero no estaba de ánimo para fingir que era una persona sociable.

Lo que sí hice fue marcar aquel número tan similar al mío, y esperar nerviosa a cada tono precedido por un momentáneo silencio.

¿Hola? ―me respondió una voz rasposa.

―Ah, ¿Loris?

¿Ámbar? ―Escuché cómo se aclaraba la garganta―. Sí soy yo, si me escucho extraño es que estoy enfermo.

Contuve un suspiro, al menos seguía con vida. Aunque no sabía si en algún momento aquel otro modelo iba a aparecer para cortarlo en dos con una motosierra, como ocurría en algunas de las escenas que se proyectaban en mi cabeza.

―¿Estás solo?

Sí… ¿Pasa algo?

Fue hasta esa pregunta que me di cuenta que no tenía nada de qué hablar con él. O sí lo tenía, pero ningún tema que no fuese demasiado paranoico para que el dulce carácter de Loris lo resistiera.

―No, bueno, sí, solo quería invitarte a salir para, tú sabes, hacer algo ―inventé como pude.

Loris soltó algo similar a un quejido.

Debo tener la peor suerte del mundo si tengo fiebre el día que me invitas a una cita para esconder un anillo de matrimonio en el vino.

Me alegraba no ser la única persona en la conversación que estaba delirando.

―¿Quieres que te vaya a cuidar? ―pregunté ya habiendo calmado un poco mis nervios―. No te oyes nada bien.

No quiero molestarte.

―Te lo debo, y no te voy a pedir ningún vale. Estoy fuera, así que voy a ir a mi casa primero y luego iré a tu apartamento. Duraré un rato llegando, ¿estarás bien?

Estaré bien.

 

 

*

 

 

Estar bien no era la manera correcta de describir a Loris cuando me abrió la puerta de su departamento. Se veía más pálido de lo normal, sus ojos se entrecerraban y sus párpados tenían una apariencia hinchada. Llevaba un cubrebocas y su saludo, aunque intentó ser amigable, pareció más un suspiro moribundo.

Al ver su estado, traté de ser agradable.

―Te ves fatal

No lo logré.

―Tú te ves tan hermosa como siempre.

―¿Si sabes que esa frase no es necesariamente un cumplido?

Loris no respondió, pero se hizo a un lado para dejarme pasar. No me interesé mucho por detallar el sitio donde me encontraba, en cambio, me puse mi insignia mental de enfermera y le di un vistazo rápido a mi acompañante, que iba vestido con un pantalón holgado y una de sus infaltables camisas negras.

Ver su cabello desordenado y su aspecto débil me remontó a los recuerdos de mi infancia, cuando mi padre se enfermaba y yo me quedaba atendiéndolo religiosamente al lado de su cama, preguntándole si necesitaba algo y observando con cierta fascinación la expresión en su rostro al dormitar y soltar ocasionales ronquidos.



#39504 en Novela romántica

En el texto hay: amor juvenil, familia, amistad

Editado: 13.11.2023

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