—Entonces… ¿acabas de mudarte o algo así?
—Algo así —contestó. La miré por el rabillo de mi ojo sin dejar de caminar y ella rio ante su propio chiste, el cual no entendí del todo—. Lo siento, chiste malo. Sí, acabo de mudarme hace poco. Transfirieron a mi papá en su trabajo y terminamos aquí.
—Oh, eso está bien. Eh, ¿y qué piensas del lugar hasta ahora?
Sam aferró su mochila a su pecho y escondió el rostro tras una cortina de su cabello.
—Me agrada. Es… genial.
—¿Sí? ¿Has ido ya a ver los alrededores?
—No, no. Acabo de llegar hace dos días, pero la gente parece ser muy amable.
Seguimos charlando sobre su reciente llegada y, antes de darme cuenta, ya estábamos frente a su casa. Nos despedimos con un gesto de la mano y una promesa de vernos al día siguiente. Y así fue.
Durante toda la semana después de clases, estuve acompañando a Sam hasta la puerta su casa. Veinte minutos de caminata donde hablamos sobre cualquier cosa en un intento por averiguar lo más posible el uno del otro. Entonces, tras despedirnos, yo giraba sobre mis pies y dejaba de disimular mi leve cojera. El dolor que me producían esas largas caminatas era intenso, pero nada se comparaba con el sentimiento de alegría que me despertaban esos minutos a su lado.
Valía la pena el tiempo, el recorrido y la molestia en mi pierna. Esa chica de verdad me intrigaba. Sabía que su papá era conductor de camiones y que podían pasar semanas enteras sin verlo. Su madre enfermera, al igual que mi hermana, y tenía un horario variado. Me contó que la habían transferido al hospital local porque habían perdido personal, entre ellas mi hermana que había empezado su propio negocio como fisioterapeuta, y casi no se encontraba en casa, por lo que prácticamente se podía decir que vivía sola.
Lo que más me causaba intriga era que no aprovechara tanta libertad para actuar con desenfreno como muchos chicos de nuestra edad hubieran hecho en su lugar. Era amable, reservada y alegre. Siempre sonreía y vestía colores alegres, pero lo que más llamaba mi atención era que, a pesar de que los chicos habían empezado a notarla e ir tras ella, Sam no les daba pie para que continuaran sus coqueteos.
Me sentía un poco feliz por eso a decir verdad, pero también me frustraba entrar dentro de la categoría de rechazados. Quiero decir, sabía que yo no era feo. Tal vez no era el más atractivo, pero tampoco era desagradable a la vista, y picaba un poco que ella no me prestara atención como algo más que un amigo.
En un momento llegué a creer que no le atraían los chicos, pero casi de inmediato deseché ese pensamiento. No me gustaba juzgar a las personas sin saber toda la verdad, y no podía ir por la vida haciendo suposiciones de los demás.
—Hey, Dean —escuché gritar a una voz familiar a mis espaldas.
Una sonrisa se formó en mi rostro mientras me giraba para encontrar a la chica que últimamente pasaba más tiempo del deseado dentro de mis pensamientos.
—Sam, hola. ¿Cómo estás?
Ella recortó los metros que nos separaban con esas largas y seguras zancadas que la caracterizaban sin dejar de sonreír.
—Muy bien. Uh, solo quería decirte que hoy iré al centro comercial saliendo de clases, pero mañana seguiremos con nuestra rutina.
Me guiñó un ojo y tras despedirse con la mano se fue.
Todavía faltaban varias horas para que la escuela acabara y la noticia de Sam me había decepcionado un poco. Había estado esperando con ansias que terminaran las clases, pero ahora ya me daba igual.
Mis días se habían vuelto más interesantes gracias a ella y sus conversaciones, y era por eso que me había encontrado esperando el final de las clases con anhelo.
Me encontraba en mi asiento junto a la ventana durante la clase de química cuando un pensamiento llegó a mí y me hizo sentarme recto. El centro comercial estaba cerca de casa. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?
Suspiré y me dejé caer contra el respaldo del lugar. Durante el almuerzo buscaría a Sam y me ofrecería a llevarla. Esperaba que nadie más lo hubiera hecho ya, pues deseaba estar a su lado aunque fuera un corto tiempo.
Sonreí contento con mi idea mientras contemplaba al cielo nublarse.
—¡Sam! —la llamé nada más la vi abriéndose paso entre la gente. No la había visto a la hora del almuerzo, por lo que salí temprano de mi última clase para no perderla. Esa vez no esperé a que los demás evacuaran el aula antes de tomar mis cosas y salir de ahí.
Ella se giró cuando me escuchó llamándola y me miró sorprendida,
—¿Sí?
—Olvidé decirte que yo puedo llevarte al centro comercial si lo necesitas, queda cerca de mi casa —informé seguro. Ella frunció el ceño y sacudió la cabeza sin entender.
—Pero ese queda para allá —dijo señalando la dirección por donde se encontraba mi casa.
—Sí, lo sé. Por eso.
—¿Entonces por qué has estado acompañándome a mi casa? —preguntó elevando las cejas—. Está en la dirección contraria.
«Atrapado».