Venciendo al tiempo

Parte 1. La quema

El Rey se encuentra abatido en el salón principal del castillo sentado en su trono, nadie osa molestarle. Tiene el cuchillo en la mano y se va pegando pequeños cortes que hacen brotar gotas de sangre que caen en el suelo de mármol. En su cabeza persiste la misma idea, como hacer para derrotar al Dios. Decide volver a llamar a los druidas que tiene en el castillo.
Estos se presentan ante él nerviosos sabedores de lo que le ocurrió al anterior druida.
-Mi señor -dicen todos al unísono.
-Supongo que ya habrá llegado a vuestros oídos lo que le ocurrió a vuestro compañero.
Nadie dice nada
-Como veis ésa será a partir de ahora mí forma de actuar, si me servís bien tendréis riquezas y todo lo que deseéis, si me falláis, o tratáis de engañarme, tendréis el mismo destino.
-Mi señor -responde uno de ellos-. Nuestras ciencias no son exactas, trabajamos con conocimientos y fuerzas que no son exactas al cien por cien.
-En eso os puedo dar la razón, jugáis con las necesidades de los demás sacando vuestro propio beneficio y si no sale bien, es que no son ciencias exactas; pero... los manjares que os he dado, los vicios que os he pagado, el oro que habéis cogido, en eso no me decís que no es exactamente lo que habéis pedido.
Y ya es momento de pagar lo que habéis consumido. A ver tú, el alto, acércate.
El hombre mira a los demás esperando haberse hecho más pequeño y que haya otro al que el Rey esté llamando.
-¿Yo majestad?
-Déjame mirar. Creo que aún sé distinguir entre alto y bajo, y tú eres el más alto. ¿O estoy equivocado?
-No majestad.
-Pues acércate, que no tenga que hacerte venir a rastras.
El hombre se acerca a las escaleras que llevan al trono y se postra de rodillas.
-Me he informado de tus depravados gustos, espero que de ellos hayas sacado la sabiduría suficiente para resolver mi problema.
-Majestad, como usted bien sabrá, no se puede detener el.... eso, no hay solución posible.
-¿No hay solución posible?
Vaya, pues sí los más sabios del reino me dicen que es imposible tendré que olvidar esa idea.
Los druidas lanzan un suspiro de alivio y se les ve más relajados.
-Si majestad, es una empresa que no es posible conseguir -dicen todos.
-Perdonen que les haya molestado entonces.
-No se preocupe majestad, es algo para lo que necesita de grandes conocimientos, pero se ha hecho todo lo posible por conseguirlo como usted nos pidió.
-Si, si, les pido disculpas. Pueden retirarse.
El hombre que estaba de rodillas se levanta, se une a los otros que estaban allí de pie.
-Lo sentimos majestad.
Se giran y se van hacia la puerta todos juntos. Al llegar a la puerta, los soldados atraviesan sus lanzas para que no puedan pasar.
-Dejadnos pasar, ya oísteis a nuestro Rey.
-Mis órdenes son que no paséis.
-¿Cómo que no pasemos?, apartad esas lanzas -dice el mayor de ellos que es el que lleva la voz en esta conversación.
-Majestad vuestros hombres no nos dejan pasar.
-Pues claro que no.
-¿Por qué majestad?, si habéis dicho que podemos irnos.
-Es cierto he dicho que os podéis retirar, de hecho mis hombres os escoltaran.
-Ah, vale.
-Os escoltarán a las mazmorras donde el verdugo os sacará todo aquello que me habéis robado. En el caso de los fornicadores, que habéis sido casi todos, pues el verdugo me traerá esa parte de vuestro cuerpo qué habéis usado; en los que habéis usado la violencia con las personas que habéis tomado, pues me traerá vuestras manos; para los que habéis disfrutado del placer de la comida, mi médico os dará el purgante necesario para que salga de vosotros hasta el último gramo de lo consumido. Y cuando no quede de vosotros más que un saco de huesos y piel os colgaré de la muralla para que lo vean los próximos sabios que han de venir.
-¡Señor por Dios, señor por favor, no lo haga!
-¿No hacer el qué? ¿Reclamar lo que me habéis robado a base de engaños?
No decís que no se puede detener al Dios del tiempo, pues ya no me servís, ni me podréis devolver lo que me habéis tomado, así que de esa manera saldaréis vuestra deuda.
Los hombres se ponen de rodillas y van arrastrándose hasta llegar a los pies de la escalera que lleva al trono del Rey.
-Mi señor tenga piedad de nosotros, trabajaremos gratis para cuantos menesteres precise.
-No necesito nada, una vez que he comprobado que no se puede acabar con ese maldito Dios. Acabaré con los charlatanes y engaña bobos, y mi primer ejemplo seréis vosotros.
Ellos se juntan y empiezan a hablar en susurros.
-¿Qué estáis hablando?
-Señor estamos pensando que tal vez haya una manera de detener éso.
-Decirme.
-Creemos que la idea de nuestro compañero de vencer al Dios en una lucha no era del todo errónea, lo que pasa es que este Dios ha jugado con ventaja, ha estado en todo momento controlando lo que hacíamos y supo cuál era nuestro punto débil. 
-Explícate mejor.
-A pesar de que usted ha eliminado la palabra en todo lo que hablamos; que ha sido brillante esa idea, sin embargo, todos tenemos sistemas de medición de eso, por lo que aunque no se hable se sigue usando.
Nuestra teoría es que tenemos que acabar con toda máquina, o sistema de medición, así el Dios estará indefenso en estas tierras.
-Puede ser, no pongo en duda que tal vez tengáis razón.
Les diré a mis hombres que preparen un bando en el que se prohíba tener cualquier artilugio, o forma de medirlo.
Podéis volver a vuestros aposentos y seguir investigando cómo derrotar a ese Dios.
-Señor, deberíamos recorrer el mundo para ver que más armas podemos usar contra este Dios para derrotarlo.
-Estoy viendo que vuestras mentes están más abiertas ahora que sabéis cuál puede ser vuestro final si fracasamos en el intento. Esta idea de buscar en otros reinos también me parece muy interesante.
-Pues sí nos provee de los medios podríamos salir hoy mismo a buscar.
-¿Y quedar aquí sin vuestros consejos? Sería muy arriesgado. Ahí fuera hay muchos malhechores que puede haceros daño, o mataros y eso sería irreemplazable.
-Pues sí nos pone una pequeña escolta podríamos viajar sin problema.
-No, no me puedo arriesgar.
Enviaré a diez de mis mejores hombres a que recorran el mundo en busca de esas armas, o formas de derrotar al Dios.
-Pero ellos no sabrán qué es lo que hay que buscar.
-Pues los instruís.
De momento os restablezco vuestros privilegios.
-Podemos entonces volver a nuestras tierras a estudiar nuevas fórmulas.
-No, quedaréis aquí en el castillo disfrutando de los placeres que necesitéis.
-Pero majestad nosotros necesitamos...
-Iros ya, éso es lo que necesitáis si no queréis que cambie de opinión.
-Gracias señor, ya nos vamos -los otros hombres cogen al anciano y se van de la sala escoltados por los guardias.
Cuando están a punto de irse, el Rey les vuelve a llamar.
-Una última pregunta.
-Díganos señor -el anciano es el único que vuelve a responder.
-¿Qué es el universo?
-¿El qué majestad?
-El universo.
Se miran entre ellos y responden a la vez.
-No sabemos qué es eso.
-Bueno no importa, podéis iros.
El Rey da orden de que se avise a los ciudadanos que tienen que llevar todos sus medidores de ... a la plaza para su quema, y que destruyan los relojes solares que hay en sus patios, o fachadas.
Los siguientes días los habitantes fueron haciendo caso a las órdenes de su Rey, no obstante soldados iban recorriendo todas las casas para revisar que todo fuera correcto.
Cuando todo fue recogido el Rey mandó que se quemase. Los nobles y el Rey estaban presenten en la quema, era una noche estrellada, una noche calurosa, una noche en la que el ánimo de las gentes ya no era el mismo de otras ocasiones, solo los niños empezaron a gritar el nombre de su Rey. 
-¡TERNO, TERNO, TERNO....!
El Rey se quedó mirando a su pueblo y les dirigió unas palabras.
-¡PUEBLO DE SPINTO!, nos reunimos hoy para continuar la lucha contra el Dios del..., nuestros sabios han dicho que este Dios traicionero se está burlando de nosotros al controlarnos por estos artilugios que hoy vamos a quemar. Si eliminamos de nuestras tierras la palabra y los símbolos conseguiremos debilitarle y acabaremos derrotandolo.
¡PUEBLO DE SPINTO!, el fuego purificará nuestras tierras y será de aviso de que nadie, ni un Dios puede interponerse en nuestro camino.
Los gritos de los niños contagian al resto de los allí presentes y todos empiezan a gritar el nombre de su Rey.
-¡TERNO, TERNO, TERNO...!
Los soldados prenden fuego y la madera empieza a arder con fuerza lanzando grandes llamaradas al cielo y estallidos; los niños gritan y ríen, algunos mayores dejan caer unas lágrimas.
-Pueblo de Spinto, espero que respetéis mis órdenes de seguir sin hablar de esas palabras y de no utilizar todo aquello que le sirva a este Dios para controlarnos. Si alguno de vosotros los usa será duramente castigado.
Las gentes se van retirando, solamente un anciano queda apoyado en su bastón viendo como se consumen los últimos restos de madera. El Rey al verlo vuelve a dirigirse hacia él.
-¿Anciano ha traído también sus artilugios?
-No los necesito señor, no necesito saber, el cielo me dice lo que necesito. 
-Dices que solo eres un campesino.
-Lo fui mi señor, ahora solo soy un pobre mendigo.
-Me has hablado del universo.
-Usted me ha preguntado.
-Pero mis sabios no saben qué significa esa palabra.
-Quizás deben aprender más y buscar menos el bien personal.
-¿Quién te enseñó eso a ti?
-Mi padre.
-Ósea que tu padre era un hombre sabio.
-Mi padre era campesino, señor
-¿Cómo un campesino puede saber cosas que no saben mis sabios? 
¿Crees que con esto lo detendré? 
-No señor, no se puede detener. 
-Verás como sí lo conseguiré. 
Se gira y se va hacia sus soldados. 
-Es imposible detenerlo. 
-¿Me estás retando? 
-No mi señor, el no hablar, el no medirlo no impedirá que siga existiendo. 
Antes que el hombre tuviera uso de razón no había medios para medirlo, ni se conocía su palabra, pero ya existía. 
-Pues yo conseguiré detenerlo. 
-Y si de verdad consiguiera detenerlo, ¿de qué serviría? 
-Nadie moriría, nadie envejecería. 
-¿De verdad quiere vivir eternamente?
¿Quiere ser un Dios?
Los Dioses tampoco viven eternamente. 
-Hay otras razones más poderosas que la divinidad.
-Sabe qué, si se vence al Dios y se detiene el..., nada cambiaría, las cosechas no crecerían, tampoco los animales, el mundo moriría por no poder regenerarse. 
-Solo sería mi reino, el resto del mundo seguiría igual y nos proveerán de lo que necesitemos. 
Sigo pensando que no eres, como dices, un simple campesino. Hay mucha sabiduría en tus palabras. 
-Si señor, siempre fui un campesino
- ¿Qué reino es el tuyo donde los campesinos son sabios? 
-Yo soy de la tierra. 
-¿La tierra? 
No hay ningún reino cercano que tenga ese nombre. 
-No mi señor, era un planeta que ya no existe. 
- ¿Qué es un planeta?
-Un mundo que estaba en el universo.
- ¿Cómo Spinto? ¿Estaba muy lejos de aquí?
-Si, muy, muy lejos.
-En otro momento nos veremos y podrás comprobar que soy un rey de palabra, y que conseguiré vencer a este Dios. 
-Suerte mi rey. 
El rey se aleja de la plaza mientras el hombre queda allí viendo como el fuego consume los últimos restos. 
-Nunca aprenderán. 
Asomado al balcón de su recçamara el rey se queda, como es su costumbre, buscando en el cielo las estrellas fugaces, hoy apenas las puede ver por las nubes. 



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En el texto hay: tiempo, aventrua

Editado: 27.02.2021

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