Había pasado la mayor parte de mi vida fuera de Guadalajara, mi padre solía ir de visita o a veces yo venía en vacaciones, pero ahora por fin estaba de regreso, había terminado mi especialidad y gracias a las influencias de mi padre, podría trabajar en el Instituto Jalisciense de Cancerología, estaba emocionada de poder ayudar a las personas amadas de otros.
Mi padre había querido ir al aeropuerto para recibirme, pero me había negado ya que estaba delicado de salud, prefería llegar a la vieja casona, de esas pocas que quedan y que han sobrevivido al tiempo, debía decir que me encantaba, aunque de niña me daba un poco de miedo mi habitación ya que solía tener pesadillas de una sombra negra que me perseguía, algo que dejó de pasar cuando me fui de ahí, o quizás es que en mi mente infantil aquello era así.
Bajo del taxi, el hombre baja mis maletas y tras pagarle ingreso a la propiedad, en la puerta me espera Jaime, el viejo mayordomo y amigo inseparable de mi padre, lo saludo con efusividad y entramos, le pide a una chica que suba mi equipaje a mi vieja habitación, la veo desaparecer por las escaleras.
- Me alegra verte Amelia, vamos, tu padre esta en el despacho ‒asiento mientras caminamos hacia el despacho, mi padre había enfermado hace años años por lo que se veía mayor de lo que en realidad era, según me había contado Agustina, la hermana de Jaime y quien había sido mi nana; papá había sufrido un revés por parte de un socio, pero gracias al cielo y a sus abogados había logrado recuperar lo perdido, sin embargo, eso le había pasado factura.
- Papá ‒corro a él nada más entrar, me abraza con fuerza y suspiro sonriendo, me recordaba a mi infancia.
- Mi pequeña niña, es grato saber que esta vez te quedarás para siempre ‒asiento mientras lo ayudo a sentarse.
- Claro, aquí me tendrás cuidándote ‒veo a Agustina entrar con un vaso de agua y los medicamentos de mi padre.
- Nada me hará más feliz ‒sonrío, toma las cosas y se las toma.
- Al fin estoy de vuelta ‒les sonrío a todos.