Era una noche fría y oscura como pocas, la nieve caía suavemente pero en cantidad suficiente para tapizar la hierba y los arboles de un blanco que brillaba bajo la luz de la luna. Unos cuantos lobos se acercaban, sigilosos y temerosos, con las fauces abiertas y los ojos llenos de odio, tres de ellos se acercaban por la izquierda, otros tres por la derecha, y tres más por el frente, entre ellos el líder de la manada. El líder llegó primero al punto de reunión, gruñó en señal de hostilidad, alzó la mirada y dedicó a la luna un aullido tan profundo y escalofriante que debió ser escuchado en los pueblos cercanos.
Los demás lobos habían llegado también, empezaron a gruñir y se escucharon uno tras otro profundos aullidos, eran aullidos de advertencia, esta noche ellos eran la presa.
Rodeada de estos lobos se encontraba recostada sobre el suelo frio, una pequeña niña casi tan blanca como la nieve y a simple vista de no más de quince años, tenía un cabello oscuro como la noche que parecía llegarle hasta la cintura, unos rasgos faciales tan delicados y finos que parecía caída del cielo, y un cuerpo delgado y frágil vestido únicamente por un camisón negro de tirantes que le llegaba poco debajo de las rodillas. Yacía recostada sobre la nieve, con los brazos estirados y las manos abiertas, la boca semiabierta y sus ojos cerrados, su pecho se expandía y se contraía como si le costara respirar y sus mejillas tenían un delicado rubor.
Los lobos se le acercaron lentamente, olían la sangre que brotaba dentro de su interior, y la sangre que manchaba la blancura del lecho donde reposaba, sangre que ellos reconocían, sangre que les era familiar, era sangre de lobo.
Uno de los lobos perdió el control y se abalanzo contra la pequeña niña de un salto, antes de tocar el suelo, antes de estar lo suficientemente cerca de la pequeña la cabeza del lobo se desprendió de su cuerpo, tan rápido que no dio tiempo ni siquiera de soltar un gruñido de dolor, el cuerpo cayó sobre la tierra fría y la cabeza quedo justo al lado de la niña quien lentamente abrió los ojos, eran unos ojos hermosos, tan verdes y brillantes como si de dos esmeraldas se tratase, pero tenía la mirada perdida, parecía no prestar atención a lo que pasaba a su alrededor, sin embargo no parecía ajena a lo que estaba a punto de ocurrir.
La niña giró la mirada hacia el cuerpo del lobo que yacía a su lado, tomó la cabeza con ambas manos, una cabeza demasiado grande para sus pequeños brazos, la levantó en el aire y levanto su cara dejando que la sangre que corría por el cuello del animal entrara por su boca, cuando la sangre dejo de brotar dejo caer la cabeza y limpió su boquita usando su vestido, sus mejillas se veían más sonrojadas que antes y sus ojos aún más verdes y brillantes, se levantó con cuidado y dio una mirada a cada uno de los lobos que la rodeaban, de pronto se escuchó un aullido, uno que se detuvo de repente y fue seguido de un gruñido lleno de dolor.
A lo lejos en un pueblo cercano, varias personas fueron testigo de los sonidos que provenían del bosque, aullidos y rugidos que surgían de la desesperación, del miedo y del dolor.
El mayor temor de un hombre en un bosque oscuro por la noche eran los lobos, fue difícil para ellos imaginar que era aquello que aterraba incluso a estas criaturas.
Cuando todos los sonidos cesaron comenzó un silencio sepulcral, parecía que la misma noche tenía miedo de reinar sobre la tierra, la luna se ocultó detrás de unas nubes grises que parecían atrapadas en la conmoción, lo único que los habitantes de los pueblos cercanos pudieron notar al levantar la mirada fue una figura alzándose sobre los árboles en la parte más profunda del bosque, parecía tener forma humana y femenina, y de su espalda salían dos enormes alas negras que se extendían en el aire, la figura se mantuvo inmóvil unos segundos, de pronto las alas desaparecieron y la figura cayó.
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Editado: 21.01.2019