Eran finales de noviembre en una noche fría en la que el viento soplaba con rudeza y se llevaba a su paso pequeños copos de nieve.
Sentada en esa banca de metal frío, abrazaba mis piernas cubriéndome de la violencia y frialdad del viento, pero también del dolor agonizante de mi pecho que salía en forma de gruesas lágrimas.
Los sollozos hacían eco en toda la extensión del pequeño y solitario parque que era tenuemente alumbrado por los focos de las farolas que ya no podían dar más de sí.
Era tarde y estoy segura de que si alguna persona pasaba por ahí saldría despavorida creyendo que se trata de un espectro en pena, pero era realmente el sonido de un corazón deshecho y que lo ha perdido todo.
Por esa misma excusa trataba de silenciarlos, sin embargo, en cada intento, los sollozos saltaban con más desesperación de mi pecho.
—Oye— me llamá una voz dura.
Al intante mi esfuerzo se hace posible al escuchar esa voz.
Alzo la mirada con cautela y me topo con la silueta de un hombre.
—¿Qué haces aquí, a estas horas de la noche, niña?— me reprende.
Por un instante me encuentro ofendida por cómo me ha llamado, pero en cambio, paso saliva para calmar el calor de un sollozo.
—¿No hablas, acaso...?— su comentario es interrumpido por el sonido de una llamada entrante, proveniente de mi celular.
Las manos me tiemblan.
Como resorte me levanto de la banca y con rapidez lo saco, tomo una bocanada de aire y la contesto.
—¿Hola?— respondo dejando de respirar en cuanto percibo un titubeo en mi voz.
—¿En dónde estás Zena?— pregunta mi tutor con voz calmada. Sé que se dio cuenta.
Está furioso.
—Le dije que iría a la biblioteca.
—Son las once de la noche y no estas aquí, te recuerdo que las bibliotecas las cierran a las 6 pm. De no ser que ya exista el horario nocturno.
—Lo sé, lo siento.— Hago caso omiso de su sarcasmo— Es que tuve que buscar otra biblioteca y esta más lejana, pero ya estoy en camino.
Guarda silencio.
—Iré por ti ¿en dónde estas?
—¡No! No es necesario, ya estoy en camino. Adiós.— Termino la llamada.
Un olor a cigarrillo me alerta de que el sujeto sigue aquí.
Lo miro fugazmente tomando mi mochila y sujetándola en mi hombro. Paso por su lado y camino a paso rápido.
—Deberías tener más cuidado, esta zona es peligrosa. Podría pasarte algo.— me riñe. Reduzco el paso, lo miro sobre el hombro y vuevo mi andar.
Salgo del recinto mientras limpio las lágrimas y me sorbo la nariz.
Me asusto en cuanto escucho pasos detrás de mí, por lo que volteo y descubro que es él el que me sigue. Por precaución, acelero el paso.
Trato de no resbalar con la nieve entre las calles solitarias. Lo único que se escucha a la lejanía es el tránsito y a los perros ladrando. Ahora me doy cuenta de lo lejos que estoy de la estación del metro.
Después de caminar un largo trayecto, llego a la estacion. Me detengo un momento y saco la tarjeta. Los pasos detrás de mí aminoran.
Entro, y al darme vuelta, me encuentro al hombre del parque afuera; me mira con suma seriedad. Sé que es él porque esta fumando y fuera no hay nadie más.
Nos miramos brevemente y no sé qué hacer pero optó por inclinar ligeramente mi cabeza en modo de agradecimiento. Y sigo mi camino.
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Editado: 24.04.2024