Era una mañana como cualquier otra. Lucía se despertó con el sonido del despertador y los primeros rayos de sol colándose entre las cortinas. La rutina de siempre: estirarse, bostezar, luchar contra las ganas de quedarse en la cama y finalmente levantarse. Todo parecía igual de predecible, igual de seguro.
Pero no lo era.
Mientras bajaba a la cocina, el timbre de la puerta resonó en el pasillo, un eco que la sacudió de su somnolencia. No esperaba a nadie. Con el ceño fruncido, abrió la puerta para encontrarse con un paquete pequeño, sin remitente, colocado cuidadosamente en el umbral. Al mirarlo, una sensación incómoda se apoderó de su estómago, como si una sombra pasara por su mente. No había ni una carta ni una nota de quién lo había enviado.
Lucía llevó el paquete a la mesa de la cocina y lo dejó allí mientras preparaba su café. Algo en ella no quería abrirlo. Había una parte de su mente que le susurraba que no lo hiciera, pero su curiosidad ganó. Mientras bebía el primer sorbo de café, sus manos ya rasgaban el envoltorio.
Dentro había una pequeña caja de madera, sin adornos ni decoraciones. La abrió despacio, como si esperara que algo dentro saltara. Lo que encontró no fue menos perturbador: una carta, doblada cuidadosamente, con su nombre escrito a mano en el frente.
Lucía, decía. Solo su nombre. Nada más.
El corazón le dio un vuelco.
Desdobló la carta lentamente, con los dedos temblorosos. El papel era antiguo, amarillento, pero la tinta era reciente, como si hubiera sido escrita hacía poco.
"Todo lo que sabes es mentira. Nada de lo que crees es real. Has vivido una ilusión creada para ti. Pronto, lo entenderás. Y cuando lo hagas, será demasiado tarde."
Lucía dejó caer la carta sobre la mesa. Una sensación de pánico comenzó a enraizarse en su pecho. Su respiración se volvió superficial, rápida. Las palabras flotaban en su mente como un eco, repitiéndose una y otra vez.
"Todo lo que sabes es mentira."
Se levantó de la mesa de un salto, la silla cayendo al suelo detrás de ella. Se acercó a la ventana, buscando alguna señal de quién pudo haber dejado el paquete, pero la calle estaba desierta. Sus vecinos salían para ir a trabajar, todo continuaba como si nada hubiera cambiado. Pero algo había cambiado. Algo profundo, dentro de ella.
El paquete, la carta, eran solo el comienzo. Lo sabía. Lo sentía.
A partir de ese momento, Lucía no podría volver a ver su vida de la misma manera. Cada pequeño detalle, cada recuerdo, cada relación, todo estaba envuelto en la duda. ¿Qué era mentira? ¿Qué había sido manipulado?
Volvió a sentarse, con la mirada fija en el paquete, su mente luchando por procesar lo que acababa de leer. Sin embargo, dentro de ella algo ya había despertado: una pregunta, un miedo. ¿Quién era en realidad?
Y, más importante aún, ¿por qué alguien querría que lo olvidara?
Lucía pasó varios minutos inmóvil, mirando la carta como si esta pudiera cambiar su contenido con solo mirarla lo suficiente. El silencio de la casa se hacía pesado. Afuera, la vida continuaba con normalidad, pero dentro de ella, algo empezaba a quebrarse. El eco de las palabras seguía golpeando su mente.
"Todo lo que sabes es mentira."
Respiró profundamente y decidió actuar. Tomó la carta, la leyó de nuevo con atención. No había ninguna firma, ningún indicio de quién la había escrito, pero el mensaje era claro. Algo en su vida no era lo que parecía. ¿Pero qué?
Intentó recordar si había algo raro en los últimos días, alguna señal que indicara que su vida estaba siendo manipulada. Todo parecía tan normal... Sus padres, su trabajo, su rutina diaria, todo encajaba como siempre. Pero ahora, esa normalidad empezaba a sentirse sospechosa.
Llevó la carta a su cuarto, buscando algún lugar donde pudiera guardarla. Mientras abría el cajón de su mesita de noche, su teléfono vibró. Era un mensaje de su madre.
"¿Cómo estás, cariño? ¿Todo bien? ¿Vienes a cenar esta noche?"
El mensaje usual, el que su madre enviaba todas las mañanas. Pero hoy le pareció diferente, extraño. Como si detrás de la preocupación cotidiana hubiera algo más. Tal vez era su mente jugando con ella, su paranoia ya instalándose, o tal vez... No. No podía ser.
Decidió no responder inmediatamente. Algo dentro de ella le decía que necesitaba tiempo para pensar antes de hablar con cualquiera.
Se sentó en la cama, el teléfono en la mano, mirando el techo. Tenía que saber más. Tenía que entender qué estaba ocurriendo.
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Más tarde, tras horas de búsqueda en su mente y de intentar ordenar las piezas de su vida, decidió volver a revisar el paquete. ¿Y si había algo más que no había visto? Bajó corriendo las escaleras y se detuvo frente a la mesa de la cocina, donde la caja seguía esperándola, inofensiva, pero cargada de secretos.
Revisó el interior de la caja con más detenimiento. Nada. Solo la carta. Pero había algo en el fondo de la caja que antes no había notado: una pequeña grieta, casi imperceptible, como si la caja hubiera sido maltratada o se hubiera usado mucho antes de llegar a sus manos.
Tomó la caja y la volteó. Al hacerlo, un pequeño trozo de papel cayó de una rendija oculta en el fondo. Lucía se quedó mirándolo por un segundo antes de levantarlo.