—No me verá nunca más, pagaré todo, así que no se preocupe. —comunicó, volviendo a los formalismos y sin mirarlo, emitió un susurro apenas audible—. Lo siento —una vez dicho esto, terminó de salir de la habitación confusa a la par de rabiosa.
¿De dónde se suponía que era ese hombre para que no la reconozca?
Vaya que estaba ciego de verdad.
¿O es que acaso estaba perdiendo su toque?
¡Claro que no! Jadeó, deteniendo sus pasos, finalizando con sus pensamientos y de la rabia pataleó en el piso.
¿Qué se creía ese hombre para decirle que ha conocido mujeres más hermosas que ella?
Ajá, como si existieran mujeres más bellas que Inye Lewis.
Lo bueno de todo eso era que nunca más lo volvería a ver.
Giró su rostro para mirar por última vez la puerta de esa habitación donde ese hombre se encontraba y como si con sus ojos traspasará la puerta y estuviera mirándolo, hizo una mueca.
¡Idiota!
Masculló y después de ir a su auto y tomar dinero junto a su maleta, desechó el vestido de novia para reemplazarlo con un conjunto deportivo, así posteriormente cancelar los gastos hospitalarios, dejando más dinero por si requerían más dinero.
Haciendo aquello, se marchó lo más rápido posible del hospital.
Esperaba de verdad no volver a verlo.
Mientras avanzaba por las calles atestadas de autos y gente caminando, ladeó su rostro, deteniendo su mirada en una cafetería, advirtiendo el auto de Luca, su novio, estacionado frente a este.
Allí observó por los grandes ventanales como con lentitud, se llevaba a los labios una taza que, dedujo, era café, pero no fue todo lo que miró, sino también que no estaba solo y que para su sorpresa su acompañante no era otra más que Kiara.
Frunció su entrecejo al tiempo que se estacionaba en la acera, donde seguidamente marcó a su novio, no fue contestada de inmediato la llamada, pero cuando lo hizo, indagó sobre su paradero, a lo que el descarado en su rostro mintió diciéndole que se encontraba en su trabajo, cuando ella los tenía frente a sus ojos.
¡Desgraciado! ¿Por qué demonios la mentía?
Por supuesto que ella no le reclamó nada, era demasiado para esas cosas. No era de esas mujeres que se rebajaba a mendigar cariño, pero esto claramente le pareció sumamente extraño, porque supuestamente ese par no se toleraban.
Desechó cualquier pensamiento que amenazaba con colarse a su mente, porque la llamada entrante de su Daddy llamó su total atención, pidiéndole que fuera a su casa.
Sabía para qué.
—¿Este fin de semana? Daddy, o sea, será el otro sábado, faltan apenas siete días, no puedo tener un vestido decente en ese tiempo. —se quejó ella, después de que su padre le informara que este fin de semana sería su cena de compromiso—. Es muy pronto —insistió, negando con su cabeza.
—¿Cuánto tiempo necesitas entonces, Inye? Tus suegros sugirieron que se formalice lo más pronto posible su compromiso y nosotros también lo creemos igual. Sabes que es importante para nosotros.
—Pero, Daddy.
—Vamos, hija, será una cena y no es que necesitarás de mucho para verte bella; sin embargo, cuando sea tu boda, haremos una fiesta inolvidable, como lo mereces, hermosa. —pronunció Alexander Lewis, que, sentado en su sofá, dejaba su copa de whisky en la mesita de un costado, junto a su puro y seguidamente descruzó su pierna al tiempo que extendía sus brazos para que su pequeña se acercara.
—Ya no soy una niña, Daddy. —dijo, pero aun así, caminó hasta su progenitor, sentándose en su regazo.
—Así como he consentido todos tus caprichos y te he apoyado en tu carrera. Debes cumplir con este compromiso. Lo bueno es que se aman, ¿no es así?
—Creo que sí, pero con el tiempo el amor crecerá ¿Así no sucedió contigo y mamá?
—Sí, con el tiempo llegas amar a la persona. En fin. Como decía. Este compromiso es la unión de dos familias importantes, trata de que funcione. Ya hablaré con Luca sobre cómo debe cuidarte. No me defraudes, Inye.
—No es necesario que lo digas, sé lo que debo hacer —murmuró ella, dejando un beso en la frente de su Daddy—. Ahora me marcho, el maldito libreto de la película me tiene estresada, hablamos después, ¿te parece? —lo miró asentir, para seguidamente marcharse después de saludar a su madre que en esos momentos llevaba.
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Siete días después.
El teléfono sonaba insistentemente, provocando que Inye rodará sus ojos cansados por la insistencia que, no se molestó en identificar de quién se trataba, mientras colocaba el gloss en sus labios.
—Bella —murmuró, acomodando ahora su cabello justo cuando su móvil volvía a sonar, pero nuevamente dejó pasar la llamada—. Eres hermosa —repitió, pero esta vez alzando su mirada a la puerta que se abría en ese momento y por ella pasaba Kiara, su amiga que bajaba el móvil de su oreja y fruncía el ceño—. ¿Tú me llamabas, Ki? —preguntó lo obvio.
—¿Por qué no respondes la llamada? Claro que era yo, ¿quién más?