Capítulo 8. Bajo el agua
Por la increíble precisión de la ingeniería con que fue diseñado el tren que conectaba la línea entre Akarium y Las Cataratas, Ryu llegó a la ciudad maravillado no sólo por la precisión en el tiempo de arribo, exactamente cuando el reloj marco las ocho de la noche. Además de eso, la hermosa vista que pudo apreciar por la ventana al entrar en la ciudad lo dejo con la boca abierta.
Las Cataratas hacia honor a su nombre; una ciudad suspendida sobre aguas, y en marcada por altas caídas del cristalino liquido todo su lado oeste.
Ryu tuvo una de las visiones más hermosa que alguna vez podría tener y entonces sintió algo de envidia de las personas que vivían en ese lugar y que con sólo alzar la vista cada atardecer podían disfrutar de la escena del sol hundiéndose en las aguas.
Desde días atrás organizo todo casi cronológicamente —al fin hijo de ingenieros— para que los horarios concedieran: a su llegada a la ciudad al punto de las 8 p.m. tendría poco más de una hora para cruzar la ciudad y tomar el ferri de las 9:50 p.m., por lo que contaba con poco más de media hora para curiosear por ahí y comer algo antes de tomar un taxi a su siguiente destino.
La ciudad vibraba animada e iluminada por las todas luces que adornaban las calles. Le llamó la atención que varios chicos y chicas en ese lugar iban con el cabello teñido de todos colores e inmediatamente recordó al chico de nombre Air. No que en Akarium faltaran esas modas, pero era bastante menos común que en ese lugar. Para Ryu todo aquello no era algo que llamara su atención, una postura comprensible considerando el día en que Emi intentó tiñendo su cabello claro de un color chillón que no sólo le costó doble tarea y trabajo en clases —su escuela no impedía que los chicos se expresaran, pero los hacían trabajar mucho más para «demostrar» que seguían siendo serios—: al final la emoción le duro menos que le tinte. No obstante, Ryu disfrutaba mucho de ver los estilos tan poco comunes para él que aquellos chicos llevaban.
También alcanzo a distinguir varios jóvenes que portaban espadas de madera al igual que Azumi y los Itzuno. Eso aún era extraño para Ryu pues a él, que tomaba clases desde los cinco años, jamás se le ocurrió ir por la calle con una —que no tenía pero si la tuviera no creía ir por ahí con ella en la cintura—.
Un sonido provino de su muñeca y al ver las manecillas de su reloj análogo marcando los 9 terminó de engullir las extrañas pero deliciosas enchiladas mineras que no tenían nada de enchiladas pero si de minas, pues estaban sepultadas bajo medio kilo de zanahorias y a saber qué más.
Corrió a la calle jalando su maleta intentando encontrar una parada de taxis. Pero no daba con ninguna por lo que abordó a una de las personas que esperaban el autobús.
— Buenas noches —empezó por saludos a una mujer de mediana edad, su voz estaba un poco ahogada por llevar rato caminando—. Necesito llegar al Ferri de las 9:50, ¿me podría indicar donde tomar un taxi?
La mujer lo observó con una ceja alzada y se llevó las manos a los ojo presionando ligueramente, acción que le recordó un poco a Takara y su padre. Ella iba muy bien vestida, definitivamente su propia madre sentiría envidia de lo bien que se veía esa señora quien esperaba el autobús como si de cualquier cosa se tratara.
Concluyó que quizá no fuese común usar los taxis sino el transporte público por lo que comprobando la hora y viendo que su reloj marcaban las 9:08 p.m., se apresuró a corregir lo que pensaba había sido un error:
— O me podría decir cuál es la ruta del autobús que va a…
— No eres de esta ciudad, ¿verdad?
— No, estoy de paso.
— Cielo, ya pasan de las 10. El último ferri debió partir hace una hora.
— ¿Qué? Pe-pero… —volvió a comprobar su reloj y este marcaba las 9:10 p.m—. Pero si yo acabo de… lle…gar…
Palideció cayendo en cuenta que desde que llegara a la ciudad no había actualizado su reloj analógico. Se buscó el celular en los bolsillos y al activarlo vio con horror que tenía desconectada la actualización automática de hora. Lo único en pantalla era un feo reloj de arena caricaturesco que él mismo colocó para «monitorear» el tiempo que le quedaba para cada actividad.