Vestido Blanco

Capítulo II: Tiempos de soledad.


   Días grises y vacíos se apoderaron de mi rutina en una ciudad que no solo era helada por su clima, sino también por las personas que habitaban en ella, sus plazas, sus casas, sus calles y cada rincón de esa desolada población. Si las ciudades tuviesen alma, este sin duda seria un lugar sin una, o tal vez seré yo que deambula en la nostalgia con un vacio que ocupaba demasiado. A pesar de estar en el mismo país las personas lograban diferenciarme del resto, tal vez por tener algún acento distinto, o por el simple hecho de ser el joven callado que ocultaba alguna historia.

   Ni si quiera tuve la oportunidad de guardar luto a mi padre, debido a que al ser exiliado de mi pueblo me esperaba una residencia pagada por mi tío, pero debía de buscar la manera de ganarme la vida para tener el pan de cada día. Aun así mi corazón sollozaba al recordar que jamás veré al héroe de mi infancia.

   Al ser menor de edad se me dificultó conseguir algún lugar que me aceptara y además me dieran un sueldo digno para sobrevivir. Durante semanas me alimentaba con poco, debido a que se iba agotando la comida que quedaba en ese sombrío lugar en el cual viví mientras estaba lejos de quienes amaba. De la noche a la mañana debía madurar mis pensamientos y comprender que los estudios, los juegos de adolescentes, fiestas y las vivencias que me debían tocar vivir se fueron por la borda. Deambulaba por las calles tratando de conseguir alguna manera honorable de ganar dinero. En muchas ocasiones, era rechazado, en otras decian que me tomarían en cuenta para cuando necesitarán, Hasta que con suerte encontré un trabajo en un taller para motos, los primeros días fueron para el olvido; era un chico torpe sin conocimientos de nada sobre motocicletas. Pero al darme cuenta que sería una de mis pocas distracciones con el tiempo sentí afinidad a ellas, por lo que mis técnicas mejoraron.

   No había noche que mis ojos dejarán de ser un aguacero. Saber que ya no tendría los consejos de mi padre, que cada amanecer se me dificultaba más ser fuerte como el León que según él debía de ser. Y torturarme todas las madrugadas pensando en Paula, recapitulando una y otra vez aquella última conversación.

-¿Volverás cierto? – Dijo desconsolada en llanto.

-Trabajaré muy duro y volveré por ti para cumplir todos nuestros deseos ¿Ok? – Ella seguía desahogándose en lágrimas. –Shh… Shh… Tranquila. Es una promesa que cumpliré. – Susurré.

   Trataba de secar sus ojos, mientras una lucha interna contenía mi sufrimiento.

-Te extrañaré todos los días de mi vida Leo… ¡Todos!

   Para consuelo di un beso en su frente, mientras mi corazón se desvanecía en pedazos y mi mirada se perdía en la nada. El silencio fueron mis palabras en ese momento, pero sabía muy bien que sin ella superar la muerte de mi padre sería una total agonía, y que mis ganas de verla crecer junto a mí, se habían hecho trizas. Al darme la espalda y subirme al automóvil, escuché gritos muy lejanos pronunciando mi nombre. Era mi mejor y único amigo Alonso, corriendo sin cesar, dirigiéndose hasta la enorme calle de mi casa para despedirse de mí. Algo que sería un total fracaso, jamás logré hacerlo. Mi tío estaba tan apresurado que no pudo esperar un par de minutos, y sin piedad alguna arrancó su Cadillac conmigo adentro para llevarme hasta lo que sería mi nueva vida solitaria.

-Jovencito, algún día comprenderás porque hago esto. – Dijo con su gruesa voz. – Te harás un buen hombre fuera de la ciudad, mientras que yo haré lo mejor por el pueblo para que así quizás vuelvas en un tiempo.

   Dio par de leves palmadas en mi hombro izquierdo, como si tratase de consolarme o aliviar mi dolor. Pero como era de esperar, no tenía ninguna palabra para él. Una sensación de rencor se hacía protagonista, me alejaba de las personas que mas apreciaba, y que podrían darme fuerza por la partida de mi progenitor. Sin duda, jamás lo perdonaría.

   Nunca dejé de pensar en Paula, me preocupaba por ella y por la Sra Rami que perdió su trabajo, como haría para mantener los gastos de ambas y los estudios de mi amada. Aunque Robert, mi tío, juró buscar una manera digna para que ellas ganaran dinero, pero ya no me fiaba en su palabra.

   De igual manera el tiempo no se detenía, los días transcurrían a pesar del dolor que podía sentir, solo quedaba afrontar lo que debía vivir. Fue así como pasaron dos años de mi alejamiento forzoso para vivir en una ciudad en donde todos me veían diferente, se me dificultaba relacionarme con los demás, no estaba entre los populares, sino más bien el chico solitario que nunca culminó sus estudios. No lo podía ocultar, me daba envidia ver a los jóvenes de mi edad como a la otra acera del taller de motos salían de sus escuelas. Como hubiese deseado tener una vida normal igual a ellos. Pero resulto diferente, tenía otros objetivos… Volver a ver a Paula.

   Sin vivir bajo las reglas de alguien, los tatuajes se hicieron comunes en mi cuerpo; algunos en el brazo derecho, otros en la espalda, y también en la costilla. Pero los más significativos fueron; él león que representaba a mi padre y una frase en italiano, debido que allí es el país de origen de Paula."Tu sonrisa y mirada mi más hermoso recuerdo, que ha quedado grabada en mi piel, corazón y anhelo.", ese día estuve tan seguro, quería algo permanente en mí que me recordara todos los días a ella.

   A los diecisiete, comencé a fumar. Descubrí que a pesar de ser dañino, conseguía alivio en los cigarrillos, liberaba las preocupaciones que en ocasiones nublaban mis pensamientos. Algo que de seguro mi padre odiaría que hiciera, porque mi madre en su juventud fumó desenfrenadamente, para consecuencia, luego de mi nacimiento detectar un cáncer inminente de pulmón, lo que la mataría en tan sólo pocos meses.

   No existió ni un maldito día en que no deseara volver a mi pueblo en busca de Paula, pero para realizar tal acto debía necesitar grandes ahorros; algo que aún no sucedía. El dinero que obtenía se iba en la renta mensual de mi residencia, Robert solo se encargo de dicho pago por unos cinco meses, luego lo dejó en el olvido, y mi orgullo no me dejaría recordárselo. También debía alimentarme, por ende seguían minimizándose mis ganancias. Añoraba estar junto a Paula y darle la mejor vida posible, pero al estar en tales condiciones me sentía un inepto que tal vez no la merecía… No la llamé en todo ese tiempo. Le prometí volver por ella, y me avergonzaba defraudarla.

   A los dieciocho ya no era solo el cigarro, también el alcohol. Ahogaba mis tormentos en tragos baratos de Whisky en un bar de media clase en donde acostumbraban ir alcohólicos y mujeres con un sinfín de problemas. Los miércoles solían ser mis días, el escocés estaba a mitad de precio. Fue en unos de esas noches en donde conocí a Camila, era una mujer extranjera y experimentada, al parecer huía de un amorío sombrío con un tal Escobar, para ser sincero, no prestaba mucha atención a sus anécdotas. Era muy parlanchina, o yo tal vez sumamente callado. De igual manera eso no fue impedimento para saciar nuestras necesidades, fue ella mi primera mujer.

   En una de las noches que compartimos, luego de haber tenido una conexión de “placer”, decidió no hablar sobre su vida y dar una leve opinión sobre la mía.

-Eres tan callado, tan cerrado, que no entiendo ni cómo llegamos a esto. – Dijo con curiosidad.

   Suspiré y sonreí, pero no de esas alegres, sino aquellas sonrisas melancólicas que no auguran nada bueno.

-Camila, creo que es mejor que sigas preocupada por tus historias… Mira que son lo suficientemente complicadas para que las ligues con mi vida. –Jamás le dije que mi corazón pertenecía a alguien más, pero por el vacío que se pronunciaba en mi mirada, seguro que lo sospechó.
-Soy una mujer que ha pasado por mucho Leonardo, he sufrido como no tienes idea, pero considero que es lo suficiente para mi edad. Pero tú… Tú… Eres tan joven y siento como tus heridas arden. Tienes toda una vida por delante y si falta una pieza en tu rompecabezas tienes que buscarla o si no serás toda la vida alguien incompleto.

   Nuestra estancia fue pasajera, solo compartimos intimidad sexual, nada más que eso. Luego ella desapareció, no supe de ella, nadie lo sabía, y tampoco causó gran importancia en mí. Pero aquella conversación en horas de la madrugada quedó retumbando en mi cabeza, debía llamar a Paula, escuchar su voz, saber que ha hecho en todo este tiempo. Me tomó unas semanas en decidirme, hasta que por fin lo logré.

-¡Sobrino! – Contestó mi tío al escuchar mi voz por el teléfono.

-Solo llamo por una razón y tú debes imaginar cual es. – Dije.

-Yo estoy muy bien… Trabajando fuertemente. – Sarcástico como él solo. – Pero creo que no te importa mi bienestar… Imagino que llamas por Paula, debo confesar que ella también trabaja muy duro por lo que tengo entendido.

-¿No está por allí cerca? –
Interrumpí enseguida.

Lo escuché respirar fuertemente. –Leonardo… Como decírtelo…

-¡Pues dilo de una vez!

-Ella siempre está ocupada… Y cuando no, anda con algunos de sus nuevos novios… Tú sabes cómo son las adolescentes a esa edad. Sus hormonas andan como un Jaguar con hambre, desesperadas.

-Creo que ya no tengo más nada que hablar contigo.
– Colgué.

   Aunque mi tío no me inspiraba confianza, esas palabras detuvieron mi corazón por unos segundos, y de tristeza desplomaron mi esperanza en escuchar a Paula, y confieso, que por un tiempo en volverla a ver. Eso me llevo a caer en lo más bajo. Ya no tomaba Whisky barato solo los Miércoles, también lo fines de semanas, Ya no estaba Camila, ahora era cualquier chica que se atreviera a coquetearme. A pesar de mi timidez ocasional, el alcohol me llevaba hacer cualquier locura; fornicaba duro con ellas en los baños del bar, incluso, en el callejón bajo la luna en la fría oscuridad. Besaba sus labios sin delicadeza, como si contuviese algún tipo de rabia, aunque a muchas les parecía excitante. Empujarlas contra la pared, palmear sus voluptuosos traseros hasta dejar marcadas mis manos, alar sus cabellos y escuchar su cesantes respiraciones en mis oídos. Aquello provocaba ruidos que para ellas les daba placer, y a los que estaban a nuestros alrededores era bastante incomodo; lo que provocó en varios ocasiones ser sacado a golpes del bar casi con los pantaloncillos a la rodilla. El alcohol en mi cabeza no me dejaba sentir vergüenza de mí en esos momentos, pero de algo si estaba seguro, era un hombre que lo había perdido todo.

   Así transcurrió mi vida por un año… Perdiéndome en el alcohol, compartiendo noches con cualquier chica, y esperando algo que no llegó; una llamada de Paula. Y aunque no sucedió, si hubo una luz que me hizo cambiar tan solo un poco mis días que se habían vuelto rutinarios, y quizás devolverme algo de esperanza. El día menos esperado llegó una motocicleta Harley Davidson al taller, abandonada por uno de esos ancianos ricachones que suelen cambiar constantemente sus lujos para reafirmar su hombría. A raíz de eso, mis días comenzaron a centrarse en ella. Dedicando tiempo y dinero en repararla, aunque por trabajar en el taller se me hacía más fácil obtener repuestos. La pinte de negro, retoqué sus detalles plateados, y agregué dos cajuelas de cuero a los lados. Al recibir mis bonificaciones de navidad los invertí en un nuevo motor, debido a que con el que fue abandonada estaba para el desecho total. El amor que no podía dedicarle a Paula, se lo di a mi motocicleta, tal vez sería porque en el fondo de mi existía la esperanza de volver en ella a mi pueblo en busca de mi amada.

   Mas de seis años de mi ida y fue en un amanecer de Abril en donde decidí en volver, al fin tenia los recursos en cómo hacerlo, y un sueño me lleno de valor; en él podía apreciar a Paula… Estaba yo detrás de ella persiguiéndola mientras corría al árbol de la casa de mi padre. La escuchaba reír, y su larga cabellera se elevaba por el viento, volteaba a verme mientras seguía dando sus pasos veloces. Llevaba un vestido blanco que la hacía relucir y verse tan hermosa. En el sueño aun era esa niña que apenas rozaba la adolescencia, debido a que ese fue el último recuerdo que tenía de su rostro. Al despertar y caer en razón todo el tiempo que había pasado y la necesidad de volverla a ver, empaqué mi ropa en una pequeña maleta, me coloqué mi chaqueta negra y encendí mi Harley. Era momento, debía emprender el viaje al pueblo en donde en una época fui tan feliz.
 




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