Viajando a mí mismo.

Ni.

Ni. 
Al día siguiente ya tenía un apartamento en el centro de Tokio. Lo sé, suena muy simple y sencillo, pero por desgracia cuando uno tiene dinero todo se vuelve considerablemente más fácil. 
Me desperté en la ‘cápsula’, salí del local, desayuné en un establecimiento próximo y en menos de una hora Akiko estaba contigo. Una vez juntos me llevó hasta la inmobiliaria de su amigo, donde el susodicho me mostró fotos de todo tipo de apartamentos. Enserio que todo fue sumamente simple, no tuve ningún problema en alquilar el apartamento que elegí, por un tiempo de cuatro meses. El amigo de Akiko nos atendió estupendamente e incluso se ofreció a ayudarnos con la mudanza o cualquier cosa que necesitáramos. Amablemente decliné su ofrecimiento. Cuando terminamos la conversación ya tenía las llaves en la mano. Por iniciativa propia hice que Akiko se guardase la otra copia. Por si pasaba algo o perdía las llaves.  
Admito que esta fue otra de esas ocasiones donde el dinero que mi padre ha logrado adquirir durante su vida a facilitado enormemente la mía. Ni si quiera sabía con certeza el precio de alquiler de mi apartamento, ni tan siquiera me preocupaba, solo quería estar instalado cuando antes. Dicho eso tampoco quiero que os imaginéis la estancia como algo ostentoso, era un apartamento pequeño y funcional. En su totalidad tenía menos tamaño que el salón de la casa de mi padre. 
Akiko también me ofreció su ayuda para llegar e instalarme, pero terminé por rechazar su propuesta. No había ido tan lejos de casa para que otros solucionaran las cosas por mí, quería experimentar y hacerme valer, sobre todo hacia la imagen que yo tenía de mí mismo.  
Al separarme de Akiko detuve un taxi y le di la dirección que me habían proporcionado. Algo que me pasó con todos los taxis que contraté y a lo que costó adaptarme fue que la puerta se abriera sola. La primera vez fui a abrir la puerta de manera manual y cuando se abrió sola me golpeó los nudillos. A día de hoy no estoy seguro de donde les vienes esa norma a los conductores, pero la respete en todos los trayectos.  
Llegamos, pagué y bajé. Era en la zona centro, un edificio antiguo de varias plantas. Mi apartamento estaba en la séptima planta de diez.  
Subí por mera curiosidad, entré e inspeccioné de arriba a abajo. Era tal y como me había dicho, las fotos mostraban la pura realidad. Un salón abierto bien distribuido, con un sofá un mueble con una televisión y al fondo junto a la ventana una amplia cama. También una escueta cocina, un pequeño cubículo cerrado donde estaba el retrete y una estancia un poco más amplia con una bañera; y a un lado adherida a la pared una alcachofa de ducha extensible.  
No llevaba mucho conmigo asique fue fácil instalarme, rápidamente vacíe mi mochila y su escaso contenido. Después de dejar mis cosas bajé a la calle era el momento de comprar algunas cosas y inspeccionar los alrededores.  
Me movía con precaución para no perderme, pero al vivir en el centro urbano tenía múltiples negocios y establecimientos en mi propia calle. Primero compré comida en un supermercado que había enfrente. La subí a casa, lo guardé todo en la nevera y los estantes y volví a bajar. Todavía necesitaba algunos utensilios de primera necesidad.  
Fui a una tienda en la esquina de mi calle donde venden prácticamente de todo. Lo principal para mí era el cepillo de dientes, algo de ropa y todo que lo que me parecía que podría necesitar. Compré un cubo para la basura, unas zapatillas de estar por casa, toallas, una sartén, una olla. 
Cuando ya lo tenía todo regresé nuevamente a casa. Empecé a posicionar todos los objetos de manera que me agradará su localización y me tumbé un rato en el sofá. Puse la televisión, es cierto que tengo nociones básicas de japonés, pero aun así opté por poner la toda la programación con subtítulos en inglés. 
Supongo que se podría esperar que hiciera algo emocionante, pero yo estaba demasiado cansado. Todavía tenía ‘jet lag’ y el resto del día me lo pasé comiendo y descansando. 

A la mañana siguiente, y tras dormir más de doce horas me levanté con las energías renovadas. En cuanto desayune salí de casa. Actualicé el ‘GPS’ de mi smartphone para que guardará la dirección de mi calle, benditos teléfonos que ahora hacen de todo.  
Estuve paseándome por todos lados, tenía tiempo libre y muchas ganas de conocer más a fondo la ciudad. Hice algunas fotos con mi teléfono de las cosas que más llamaban la atención. Observe con detenimiento el entorno y me empape de la cultura nipona. Me gusta observar y me dediqué a eso durante mi paseo. Cuando comencé a tener hambre busqué un local donde comer. Quería algo exótico, algo nuevo que jamás hubiera probado. Al final me decante por un restaurante Unagi-ya; un establecimiento especializado en la anguila de agua dulce. Nunca había probado la anguila, ni nada similar así que me entusiasmaba la idea. El hostelero que me atendió fue amable, pero también un tanto condescendiente. Me miraba con cierto aire de superioridad, incluso cuando pedí mi plato me preguntó con osadía si iba a necesitar un tenedor. Tras rechazar el cubierto, se marchó a por mí comanda. Regresó al poco tiempo con toda la comida. El plato principal era anguila a la parrilla servida sobre arroz.  
Al principio la probé con reparos, no podía imaginar que sabor tendría. Lo cierto es que su sabor me terminó de convencer, era diferente a lo que estaba acostumbrado, pero también cabe señalar que cuanto más comía, más me gustaba. Terminé, pagué y me marché. Seguí con camino, la verdad es que me apetecía perderme, caminar sin una ruta, solo dejarme llevar por el azar. 
Ya entrada la tarde estuve visitando varias librerías, lo que más busqué fueron manga e historietas.  
Pensé que comprar algunos comics manga me podía beneficiar, aparte del entretenimiento, era principalmente para mejorar mi lectura del japonés y reconocer mejor los símbolos y su significado.  
Algunos piensan que el manga es común entre ‘Otakus’ y ‘Frikis’, pero no tiene por qué ser así. En la cultura nipona estás historietas han arraigado mucho en la cultura, puede que sea el país con más cultura de Manga. Se suele clasificar todo el manga como un tipo único, pero es lo contrario. Hay mangas de todo tipo, para adultos, para niños, eróticos, sobre deportes, cómicos, de terror, en resumen, hay para todo tipo de gustos. 
Lo único que realmente me sorprendió es lo radicalmente normalizado que está en todo Japón. Se usa a diario en todo tipo de lugares. En carteles de políticos, prensa, publicidad, alimentación, estatuas en la calle, juguetes y todo tipo de productos, incluso es utilizado por algunos cuarteles de policía. 
En total adquirí seis libros de distintos estilos. Aún que era invierno y el frio era notable, el sol brillaba imponente en el cielo. Hacía tan buen día que decidí parar a leer. Fui hasta un pequeño parque rodeado de cuidada vegetación, donde había varios bancos. Me senté y leí. Las viñetas tan gráficas me ayudaban a comprender los contextos cuando encontraba símbolos que no comprendía. Estuve leyendo una historieta cómica y me desternillé con su particular humor, debía parecer un loco riéndome tanto estando sólo.  
Cuando el cielo comenzó a oscurecer busqué donde cenar. Al final me decanté por un puesto de Yatai en la calle. Me apetecía un plato caliente y elegí el ramen que más ingredientes llevaba. Estaba tan bueno en comparación con los tipos de ramen que había probado hasta ahora que repetí nada más terminar el plato.  
Para regresar a casa llamé un taxi y le proporcioné la dirección. Tardamos un rato en llegar debido al tráfico. Una vez estaba en casa me acomodé en el sofá y vi un poco de televisión. En serio la televisión japonesa tiene programas para adultos que son como un parque de atracciones para pervertidos y persona de moral laxa. Existen algunos que no voy a describir por la desfachatez que pueden parecer para alguien de occidente. Aunque reconozco que si hubo un programa un tanto peculiar que me enganchó bastante. En él los concursantes debían salir de un ‘escape room’ superando pruebas y resolviendo acertijos. Tenía su gracia después de todo, a pesar de que a veces llevaban las pruebas al extremo.  

El día siguiente pasé gran parte del día en casa. Cocinar no es mi fuerte, por eso me gusta hacerlo. Por la mañana y después de haber salido a comprar los ingredientes prepare una receta. Fue pechugas de pollo glaseadas con salsa teriyaki casera. Podría a ver comprado salsa precocinada, pero entonces no había reto. Necesite varios ingredientes a parte del pollo, entre ellos: miel, salsa de soja, vinagre de arroz, jengibre fresco y piña. Lo acompañé de arroz blanco y listo. No salió perfecto, pero he de decir que estaba bastante bueno. Me sentía extrañamente satisfecho, en el mundo en el que vivimos a veces se nos olvida lo gratificante que son las pequeñas cosas.  
Por la tarde llamé a Akiko y le pregunté si quería cenar conmigo. Akiko aceptó gustosa mi proposición. Quedamos en que ella pasaría por casa a las seis de la tarde. Y así fue, con una puntualidad extraordinaria Akiko tocó al timbre a las seis en punto. Me aseguré de llevar todo lo que necesitaba y bajé al vestíbulo.  
Nada más llegar y saludarnos Akiko me dijo de llamar a un taxi, pero esta vez yo prefería algo diferente. Le comenté si le molestaría que en esta ocasión fuéramos en tren. Ella aceptó y me preguntó dónde me apetecía ir. Me quedé pensativo, no había pensado en ello. Opté por decirle que decidiera ella, que me sorprendiera. Al decirle eso creo que la puse nerviosa, estaba indecisa y no sabía que sugerir. Al percibir su agobio le manifesté que cualquier sitio estaría bien, que yo no pensaba en nada concreto.  
De pronto su rostro se iluminó, ya sabía dónde ir. Le pregunté y me respondió que sabía dónde podíamos ir, pero que no me lo diría, quería que iba a ser una sorpresa.  
Comenzamos a caminar hasta la estación más próxima, que estaba a un par de calles. Durante el camino estuvimos un poco cortados, ninguno sabía muy bien de que debía hablar. En el tren la conversación prácticamente desapareció, pero para que os hagáis una idea en Japón está mal visto hablar por el móvil en los trenes. 
Cuando llegamos a nuestro destino, la situación cambió, empezamos a conversar con naturalidad. Le pregunté por su semana y su trabajo. Resulta que Akiko era ejecutiva en una empresa de múltiples funciones, todas relacionadas al mundo empresarial. En ella tenían traductores, intermediarios y negociadores, abogados especializados, contables. No me quedó muy clara en su explicación, pero claramente era una empresa exitosa en Tokio.  
Tras unas cuantas paradas llegamos a la estación de Roppongi, que llevaba al barrio con el que compartía el nombre. Era una zona para el ocio, con todo tipo de comercios y opciones. Estaba abarrotada de personas, tanto por japoneses como de turistas de todas las procedencias. Seguí todo el tiempo a Akiko, que parecía tener muy claro donde íbamos. Finalmente nos detuvimos en un elegante restaurante. Era un Teppanyaki-ya, un local donde los clientes que se sientan alrededor de la plancha mientras el cheff prepara en directo carnes, mariscos y pescados. Tomamos asiento en el primer hueco disponible que vimos y nos atendieron de inmediato. Yo elegí carne, mientras que Akiko eligió pescado. Todo estaba exquisito, el chef que nos atendía manejaba la plancha como un profesional. Fue una cena copiosa, pero ante todo sabrosa.  
Tras la cena Akiko me sugirió ir a un karaoke cercano que conocía. Me apetecía seguir de marcha asique acepté. Caminamos un par de calles hasta una enorme avenida. Avanzamos hasta un establecimiento con el escaparate negro y unas enorme luces leds rosas con el nombre del local. La traducción más aproximada del nombre sería: ‘la luna rosa de marzo’. Sabía que los karaokes de Japón tenían una enorme fama, pero aun así me sorprendí viendo el interior. El local era inmenso, con un estilo sobrio pero moderno. El trabajador nos llevó hasta una habitación y pasamos al interior. Había una pantalla enorme, micros y altavoces, el mobiliario se componía de dos sofás de dos plazas, opuestos entre sí y con una mesa de cristal entre ellos. Pedimos unas bebidas y nos pusimos en acción. Al principio estábamos tímidos, pero con un par de copas nos vinimos arriba. Tenían disponible grandes éxitos en inglés y múltiple diversidad de cantantes japoneses. Tanto Akiko como yo cantamos en los dos idiomas. Y cabe decir que ella cantaba mejor en inglés que yo en japonés. Yo me decante por ACDC, James Brown, Freddy Mercury, Bob Marley entre otros. Ella por: Koda Kumi, Hikaru Utada, Perfume y Mister Children. Algo que no olvidaré jamás, Akiko cantando ‘rap god de Eminem’. Imagino que ella sintió algo parecido cuando me escuchó cantar ‘Shogen de Lamp Eye’.  
Las risas se reiteraron toda la noche. Yo pasé de la cerveza al bourbon, para acabar con ginebra. Fue una noche estupenda. Solo éramos dos, pero no necesitábamos a nadie más. Yo hice algo que nunca suelo hacer, excederme con la bebida, llegué a tal punto que me costaba estar de pie y me tambaleaba. Akiko aguantaba perfectamente, había bebido menos que yo, pero también se había excedido. Lo último que recuerdo de esa noche es a Akiko cantando una canción de Bruce Springsteen.  
Lo siguiente que puedo rememorar es despertarme en casa. Estaba muy aturdido, pero lo primero que hice fue comprobar que llevaba todo conmigo, sentí un enorme alivio al ver que así era. Tenía una resaca tremenda, me parecía que la cabeza me palpita, sentía un enorme ardor estomacal y cierto malestar en todo mi cuerpo. Como no recordaba nada llamé rápidamente a Akiko. La primera vez no contestó al teléfono, algo peculiar en ella. Pero al segundo intento respondió, tenía la voz más grave, estaba prácticamente afónica. Le pregunté cómo había terminado la noche y ella me explicó lo sucedido. Yo llevaba una borrachera enorme y después de cantar durante horas terminé durmiéndome en el sofá. La pobre Akiko intento despertarme, pero no lo consiguió, así que tuvo que llamar a uno de los conductores de su empresa para que nos recogiera. El empleado y ella me sacaron a rastras del karaoke y me subieron al coche. Finalmente me subieron a casa y me dejaron en la cama. Akiko se aseguró de que no perdiera nada y de llevarme hasta casa sano y salvo. Me quedé parado al escucharla, solo pude darle las gracias y pedirle disculpas. Akiko no me reprocho nada y fue comprensiva conmigo. Al colgar el teléfono me volví a recostar sobre la cama. Me costó dormirme por el malestar que sentía, pero finalmente lo conseguí.  
No me levanté hasta las seis de la tarde, por suerte ya me encontraba mejor, solo necesitaba hidratarme. No salí de casa ni apenas me moví en todo el día, busqué en el ordenador algún puesto de comida y acabé pidiendo sushi a domicilio. No quería hacer nada, ni tan si quiera cocinar. Lo mejor del día fue cuando llené la bañera de agua bien caliente y me bañé. Pasé al menos una hora dentro de agua, fue realmente revitalizante y reparador.  
En este momento ya sabía que había acertado eligiendo como destino Japón. Estaba encantado con mi decisión y sentía que había encontrado un equilibrio perfecto.  
Sobre la sociedad japonesa creo que debo recalcar algunos matices. Por lo general son tímidos, pero son educados y cívicos. Apenas ves a personas tirando basura en la calle o comportándose de manera impúdica o indecorosa. Tienen unos férreos valores y la gran mayoría de ciudadanos cumplen con ellos. Créeme después de a ver visto con mis propios ojos a ‘hooligans’ del ‘Arsenal’ y el ‘Chelsea’ golpeándose en un ‘pub’ por el resultado de un partido de fútbol; ver a los japoneses y sus sólidos modales me resultaban una refrescante novedad. 
Pero sí que había algo que me sorprendía. Con los congruentes valores de los que hacen gala y la actitud cortés de los japoneses me llamaba la atención como se comportaban con las personas sin hogar. Los ignoraban paulatinamente y sin ningún cargo de conciencia, como si no fuera con ellos. Es cierto que en muchos países los ‘vagabundos’ no son siempre tratados debidamente, pero en el caso de Japón, siendo tan avanzados y prósperos me esperaba algo más. Los sin techo eran ocultados y ignorados por casi todas las ramas de la sociedad.  
En un callejón que colindaba con mi casa vivía una persona sin techo, un hombre mayor. Era tranquilo, no pedía limosnas y jamás molestaba a nadie, pasaba inadvertido ante el gentío. Sus pocos efectos personales estaban en el callejón pasados unos contenedores donde él ‘vivía’. Cuando pasaba por esa zona siempre le observaba discretamente.  

Durante las siguientes semanas me dediqué de lleno al turismo y a visitar lugares emblemáticos. Alternaba días de quedarme en casa con días de ‘aventuras’. Cuando abandonaba mi apartamento me tiraba el día moviéndome de un lado a otro. Mi japonés escrito había mejorado y mi pronunciación también, algunas personas incluso se sorprendían al escucharme hablar con tanta fluidez. Eso me facilitaba mucho la vida ya que podía ocuparme de mi mismo sin necesidad de ayuda.  
Visité muchos lugares diferentes, entre ellos la inmensa estación de Shinjuku. Era mucho más imponente de lo que yo podía imaginar, estaba repleta de todo tipo de personas. La estación cuenta más de 36 andenes, y más de 200 salidas. Es difícil transitarla por la cantidad de gente que se desplaza en su interior, por algo se trata de la estación de tren más concurrida de todo el mundo. 
Ese mismo día también estuve en el destacado cruce de Shibuya que se encuentra delante de la homónima estación de Shibuya, también llamado ‘Scramble Kousaten’. Famosa y conocida por ser el cruce más abarrotado del mundo. Yo fui de noche pensando que habría menos viandantes, pero no fue así. 
Por su puesto también visité el ‘Kōkyo’, también conocido como palacio imperial de Tokyo. Estaba situado en Chiyoda. Tuve que madrugar el día que me decidí a ir, ya que normalmente solo se podía acceder por las mañanas y desde temprano había movimiento por parte de los visitantes. Llegué sobre las nueve, fue fácil la estación de ‘Otemachi’ estaba a apenas unos minutos. Y tuve suerte de que Akiko me pasara el horario, pensaba ir un lunes, pero no abrían sus puertas ni lunes ni domingos. Al llegar accedí al recinto por la puerta ‘Kikyomon’. Pasé prácticamente todo el tiempo en el jardín Este, era el usual y más frecuente para los turistas. 
La belleza del ‘palacio’ era mágica, una construcción donde abundaban los tonos blancos y los tejados tenían las características tejas en formación que todos los occidentales imaginamos en nuestra mente al pensar en un sitio así. Mantenía un estilo tradicional a pesar de haber tenido que ser reconstruido en 1968. 
Me detuve varias veces durante el paseo, para admirar la gran explanada de Kokyo Gaien y los dos puentes de Nijubashi.  
Otros lugares dignos de mención que visité son; Akihabara, donde compré mangas, artículos electrónicos y de todo tipo, y tomé un café en una ‘maid cafes’ de la calle principal Chuo-Dori. 
También estuve en ‘El templo Sensoji’ en el barrio de Asakusa y crucé la mítica e impresionante puerta Kaminarimon. En este caso contrate un guía privado para mi visita. 
También pude ver el esplendor de toda la ciudad desde el mirador de la Torre Mori, unas vistas sobrecogedoras que exhiben la magnificencia de Tokio. 
Una anécdota peculiar fue durante mi visita al ‘El parque de Yoyogi’. Allí conocí a un grupo de amigos chilenos que estaban de paso. Eran dos chicas, Emilia y Florencia, y un chico, Mateo. Eran solo un poco más mayores que yo. Habían venido a pasar unas breves vacaciones en Tokio. Creo que al ser todos extranjeros eso nos hizo entablar conversación con facilidad. Me preguntaron por mí y se sorprendieron de que fuera inglés ya que hablaba un fluido castellano. Estuvimos juntos casi toda la tarde. Eran buenas personas y me nació invitarlos a tomar algo. Fuimos a un Yakitori-ya cercano, un local de pinchos de pollo que se asan a la parrilla en un fuego de carbón y pasamos un rato agradable juntos. Hablamos de sitios alucinantes de Tokio, comparamos lugares que habíamos visitado, nuestras impresiones sobre la gente y las diferencias con nuestros países. 
Realmente me gustó conocerlos, la lástima fue que era su penúltimo día en la ciudad y pronto se irían. Me ofrecieron visitarlos en Chile, sé que fue por cortesía, pero me pareció un gran detalle. Por si acaso intercambiamos números de teléfono y correos electrónicos.  
Durante esas semanas quedé bastante con Akiko. Algunas veces le pedía consejo o opinión por teléfono, otras veces quedábamos en persona y salíamos a comer, cenar o lo que surgiera. Akiko estaba siendo sin lugar a dudas mi mayor compañía desde que emprendí el viaje.  

Es increíble lo rápido que pasa el tiempo cuando uno lo está disfrutando. Nunca sabía en que día vivía, solo me dejaba llevar, si algo me apetecía lo hacía, si quería salir, salía, pero si quería quedarme en casa me quedaba. No había tormentas enturbiando mi mente, solo la calma que las precede. Por lo general no me considero feliz, no creo tener ese grado de beneplácito en mi vida, pero desde que estaba en Japón todo era diferente, me sentía tranquilo, sosegado, plácido, algo muy diferente a lo que sentía en mi vida cotidiana en Londres.  
Un día decidí hacer algo que siempre me había suscitado una peculiar curiosidad. Akiko me ayudó a contactar con una agencia de alquiler de acompañantes. Creo que debo aclarar que en Japón cuando se habla de ‘acompañantes’ no se habla específicamente de servicios sexuales. 
Este servicio existe en otros países, pero en Japón se ha llevado al límite. Actores, figurantes, amigos para hacernos compañía, personas para llenar una reunión, una boda o un funeral. Prácticamente todo lo que se puede imaginar. 
Entiendo el concepto básico; alguien quiere compañía, atención o simplemente contacto humano y paga por ello, ley de la oferta y demanda. También entiendo que para mucha gente sea más fácil y placentero contratar a un amigo o a una pareja que satisfaga sus necesidades emocionales. Pueden ser ellos mismos sin la presión de las relaciones personales. También comprendo que tener actores garantiza que todo salga bien en un evento o en una reunión. 
Yo no puedo opinar sobre lo ético, moral o lógico que es usar los servicios de estas empresas. Pero sí que hay algo que me preguntó, las personas ‘alquiladas’ no acaban teniendo sentimientos hacia sus ‘clientes’. Si dos personas se ven una vez entiendo que no tenga por qué a ver emociones reales de por medio, pero ¿y después de verse durante meses o incluso años?  
Jamás pensé que yo contrataría un servicio semejante, pero tenía ganas de descubrir en primera persona como era y por eso pedí ayuda a Akiko, ella se encargó de todo por mí. La persona en cuestión estaba contratada de cinco de la tarde a cinco de la mañana. 
Y así fue, a la hora prevista y con una puntualidad extraordinaria, estaba en el umbral de mi puerta. Al abrir me sorprendí, era una joven muy hermosa. De estatura baja y cuerpo delgado. Llevaba la cara maquillada en exceso, no sabría decir con certeza cuáles eran sus facciones reales y cuales estaban resaltadas por los cosméticos. 
Al principio estaba muy nervioso, no sabía muy bien que debía hacer. Nos presentamos en el recibidor y la invité a pasar, terminé preparando té para ambos. No sabía que decir ni sobre que hablar, pero ella llevó la iniciativa por mí. Me parecía gracioso que le costase un poco pronunciar mi nombre por tener dos ‘erres’. A todo esto, ella se llamaba Hayami. Hablaba con naturalidad, me preguntaba sobre mí y yo le contestaba. Mantenía todo el tiempo una afable sonrisa en su rostro. No podía evitar preguntarme si los acompañantes usaban guion o improvisaban. No pude evitarlo y le pregunté que solía hacer con las personas que la contrataban. Ella me respondió que había mucha diversidad y que rara vez había dos clientes iguales. Visto lo visto pensé que lo mejor era salir y dar una vuelta. Acabamos nuestras bebidas, me cambié de ropa y bajamos a la calle.  
Me preguntaba que debía la gente pensar sobre nosotros. Desde fuera pensaría en dos amigos que salen o quizá en una pareja. Se me hacía tan rara la situación.  
Fuimos hasta un bar y tomamos algo. Obviamente todo lo que gastáramos corría de mi cuenta, era plenamente consciente de ello. Durante todo el tiempo Hayami estuvo realmente encantadora. Era inteligente, extrovertida, divertida y una gran conversadora.  
Le pregunté por ella, tenía 23 años, aunque parecía inclusive más joven. Era de Osaka, que es una ciudad portuaria de las más famosas de Japón por su historia. Osaka tiene su propia prefectura homónima, y cuenta con una gran bahía rodeando su territorio. Yo tengo claro que si volvía a Japón iría a Osaka. Obviamente le dije a Hayami que me hablara más de su ciudad de origen. Me habló de muchas cosas, templos, festivales, el barrio electrónico de Osaka, los mejores sitios con puestos de comida callejera. La verdad fue muy entretenida. Ella también me preguntó a mí, mi edad, mi procedencia, el motivo de mi viaje. Cosas así. Fue realmente cortés, mostraba atención y estaba atenta a todo lo que yo decía.  
En ese momento empecé a entender por qué la gente utilizaba estos servicios. Era tan real todo. Y todo tan sencillo. En mi vida he experimentado personas que fingían a la perfección al estar conmigo para obtener algo, esto no se diferenciaba tanto de esas situaciones. Bueno, sí, de Hayami sabía que lo hacía por dinero sin lugar a dudas, y de verdad creo que saberlo es una gran ventaja.  
La llevé a cenar a un buen restaurante. Miré discretamente en mi móvil la reseña que tenía y entonces decidí. Nos atendieron muy bien, sirvieron una comanda cuantiosa y verdaderamente suculenta. Le pedí a Hayami que eligiera la comida de ambos y su elección fue estupenda. No se los nombres de los platos, pero de primero tomamos sopa y ensalada, de segundo carne que venía en una sartén con una salsa espesa. Con el postre fue diferente, tuve que preguntar ya que nunca había visto algo igual. Resultó ser ‘Oshiruko’, hecho con anko, sopa de frijoles rojos dulces y mochi. Estaba muy buena la verdad, más de lo que su aspecto sugería.  
Cuando nos fuimos del restaurante fuimos a unos recreativos que había por la zona. Era un sitio alucinante, había máquinas de todo tipo. Paintball, segas, máquinas para medir la fuerza, para lanzar canastas, simuladores de conducción y de disparos. Diría que a lo que más jugamos nosotros fue al billar japonés. Lo cierto es que al principio pensaba que sería como el villar europeo, que tiene varias variaciones, pero todas son similares. Pero no, no fue así. El billar japonés es diferente, aunque bastante simple, consiste en anotar más puntos que tus oponentes. Cada jugador lanza sus bolas por una superficie inclinada, tratando de introducirlas en los orificios de la parte superior. Después de los recreativos fuimos a tomar algo a un bar de copas. Eran un lugar íntimo, incluso diría un tanto lúgubre, tenía estancias simples separadas unas de otras. Ambos pedimos cerveza y nos acomodamos. De nuevo la conversación volvió a fluir con naturalidad. Yo no pude evitar preguntarle por su trabajo. Ella me explicó que había partes buenas y partes malas. Que por ejemplo tenía una clienta de avanzada edad que la contrataba para ayudarla en las labores del hogar, como por ejemplo para hacer la compra. Declaró que en esos casos su trabajo era gratificante. También había hombres que sólo querían paliar su soledad con compañía y otras personas que a pesar de tener amigos querían alguien a quién poder contarle todo sin tapujos. Sentí curiosidad y le pregunté qué era lo más raro que había tenido que hacer. Me explicó que tenía un cliente que la contrataba en fechas concretas para aparentar que eran pareja delante de sus padres. Resulta que él era homosexual y los valores tradicionales de sus padres impedían que se lo pudiera contar. También me habló de un hombre mayor que la contrataba para hacer de su hija en las cenas de empresa, ya que por algún motivo su hija no le hablaba y no quería que sus empleados lo supieran.  
Lo cierto es que ahora veía la profesión con un enfoque diferente, aunque la verdad es que no sé si yo podría dedicarme a algo así.  
La ‘cita’ no tardó en concluir, aunque estaba contratada hasta las cinco pensé que no era necesario agotar el tiempo. Pasadas las dos de la mañana la acompañé a buscar un taxi y nos despedimos. No sabía cómo debía hacerlo así que extendí el brazo y le di un apretón de manos. Ella correspondió mi gesto, pero también se acercó y me dio un discreto beso en la mejilla.  

Como ya he dicho anteriormente el tiempo avanza desbocado cuando se está en paz con uno mismo. Cuando me quise dar cuenta ya era la última semana de febrero. Era jueves, y decidí llamar a Akiko para ver si le apetecía seguir con nuestra costumbre y salir a comer conmigo el fin de semana, pero ella declinó la oferta. Resulta que iba a ir de visita a casa de sus padres y no estaría en Tokio. No sé exactamente por qué, pero me apetecía conocer a su familia y le pregunté directo y conciso si era posible que yo fuera con ella. Akiko pareció sorprendida por mi pregunta y tardó un poco en responder, pero finalmente me dijo que sí. Quedamos en que ella pasaría recogerme el viernes por la tarde y fijamos una hora. Después de colgar el teléfono estuve reflexionando sobre había hecho lo correcto y si era apropiado que fuera. Razone que quizá Akiko se había sentido obligada a decir que sí por trabajar para mi padre. Pasé un tiempo largo y tendido pensado en ello, pero decidí dejar las cosas como estaban. Lo cierto es que me apetecía moverme un poco y salir de Tokio, y esta era una ocasión perfecta para ello. 
 
 



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En el texto hay: viaje, romance, amor

Editado: 25.10.2022

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