Mi nueva infancia fue muy ruidosa.
Me daba pena por mis padres, pero quería aprender a hablar cuanto antes, por lo que no paraba de balbucear.
La parte positiva es que este esfuerzo dio sus frutos, diciendo mi primera palabra con tan solo 5 meses de edad, al menos que se me entendiera.
La palabra que decidí decir primero fue simplemente mi nombre, el cual no era difícil de pronunciar.
Ya había intentado decir mi nombre antes, pero no fue hasta los 5 meses hasta cuando mis padres fueron capaces de diferenciar lo que estaba intentando decir, por lo que conté ese momento como la primera vez que dije una palabra.
La razón por la que tardé tanto en decir mis primeras palabras fue mi falta de dientes. Lo que es más, aprendí a hablar cuando todavía no los tenía, un verdadero logro.
Tras haber podido decir mi nombre y ser entendido, empecé a intentar decir los nombres de los demás de mi familia.
Empecé por el de mi madre por ser el más fácil para mí: Cleta.
Después seguí por el de mi hermano, el más pequeño de los dos: Aeneas.
Continué por el de mi padre: Artemis.
Y el último fue el del mayor de mis hermanos debido a lo difícil que era para mí poder pronunciar su nombre. Esto era porque su nombre empezaba por “r”, lo que producía que la letra se pronunciara como “rr”. Esto me hizo que no fuera capaz de pronunciar correctamente su nombre hasta los 2 años y medio de edad.
Su nombre era: Reda.
Después de ser capaz de decir las palabras más básicas y los nombres de mis familiares cercanos, menos el de Reda, mi objetivo de conseguir comunicarme con mi entorno se basó en el aprendizaje del idioma.
Desde mi nacimiento había estado intentando memorizar todas las palabras que pudiera para después conseguir darlas un significado.
Conseguí memorizar una cantidad ingente de vocabulario, y poco a poco fui dándoles un significado a estas palabras.
Esto hizo que, desde una temprana edad, fuera capaz de entender algunas frases de las que me decían mis familiares. Las frases que entendía solían ser, o bien las usadas por mis padres con el objetivo de comunicarse conmigo, para felicitarme o regañarme, ya que las hacían más simples a propósito con el objetivo de que les entendiera, o también algunas frases que decían mis hermanos, ya que todavía eran pequeños por lo que no abarcaban un amplio vocabulario.
También tuve la suerte de que el pronunciamiento del idioma no fuera complicado ni distante del mío antiguo.
Entre medias del pronunciamiento de mis familiares, también fui añadiendo palabras monosílabas a mi vocabulario.
Esto, evidentemente, era porque estas eran las palabras más fáciles de pronunciar.
Entre mi proceso de aprendizaje a hablar, también fui aprendiendo a caminar.
Con 7 meses fui, por fin, capaz de gatear.
Era de mis objetivos prioritarios, pero me fue muy difícil conseguirlo.
El peso de mi cabeza superaba al que mis piernas y brazos podían aguantar.
De todos modos, finalmente lo conseguí con 7 meses de edad, lo que me aportó una gran movilidad.
No tardé mucho, tras conseguir gatear, en intentar aprender a andar.
Gatear me otorgaba libertad y movilidad, pero no era la suficiente, por lo que empecé a intentar agarrarme a diversos muebles para mantenerme a dos piernas.
Esto me ocasionó muchos accidentes y heridas, las cuales me producían un dolor el cual me era imposible aguantar y me hacía ponerme a llorar.
Aún así no me rendí y seguí intentándolo hasta conseguirlo.
No solía ser terco, pero creía que la situación lo requería.
Después de tanto esfuerzo lo conseguí, y con 10 meses fui capaz de dar mis primeros pasos.
Ese día me sentí como cuando aprendí a montar en bicicleta por primera vez, me sentí muy feliz, eufórico y orgulloso de ver que todo el esfuerzo que había hecho tenía su recompensa.
“¡Muy bien Driss!, ¡muy bien! ¡Ven a ver esto cariño!” dijo mi madre con palabras que ya era capaz de comprender.
Mis hermanos estaban fuera, por lo que no lo vieron, pero mis padres sí.
Mi padre vino corriendo y nada más verme empezó a aplaudir, lo que hizo que mi madre también aplaudiera.
Ese sentimiento de felicidad no solo era misterioso para mí por mi nuevo cuerpo, sino que también lo era para mi antiguo.
Llevaba mucho sin realizar una actividad que yo mismo quería hacer, conseguir completarla con éxito y ver cómo las personas a mi alrededor estaban orgullosas por tal acto.
La euforia que sentía en esos instantes me hizo armarme de valor e intentar correr hacia mis padres que no se encontraban muy lejos de mí.
Esto no fue buena idea.
Nada más dar los dos primeros pasos a una velocidad mayor a la que debería, caí de cabeza al suelo.
Que estúpido de mi parte.
Mis emociones me habían superado y tomado control de mi cuerpo.
Tenía que volver a aprender a controlar mi parte emocional por mi parte racional. Pero bueno…
«No tengo ni un año, es normal que mis instintos primarios me controlen. Ya aprenderé a regularme más adelante.» pensé mientras lloraba por el dolor de la herida.