Suzuka
Hice un agujero en el espacio-tiempo. Mi amor, se sobresaltó allí en el campo de batalla. Casi se me escapa. ¡Como se esperaba de él! La pareja de magos anagae estaban tan cansados que no pudieron hacer nada por impedirlo. No pudieron ni chillar cuando el agujero los atrapó.
En ese momento, tan poco lúcido, en el que pensé en mi absurdo plan yo era una niña pequeña, sólo tenía 14 años, pero estaba convencida de que el amor (el mio sobretodo) podía vencer cualquier obstáculo, edad incluida.
Depués de todo un poco mas allá de ese tiempo llegaría una guerra que me involucraba y necesitaba tiempo para que él se enamorara locamente de mí antes de eso. Así que intenté llevarlos a los tres hasta mí en ese mismo instante, pero... El extraño poder de aquel "ser" se interpuso. ¡¿No era suficiente que su misma existencia no me dejara ver su flujo temporal sino que ahora también se interpusiera en mi amor?!
¡¡¡Grrrrr!!!
Bueno, al final sí pudieron pasar a mi tiempo así que me dió igual, aunque no lo hicieron del todo... ¡Habían caido a 4 años de mi el futuro! Y en diferentes lugares... ¡Pero eso aun era aceptable! Después de todo el que importaba llegaría al sitio correcto. El abuelo ya iría a recoger a los otros dos "extras". Pero aun así...
Odio a "ese" tipo. Aunque ya no habrán problemas de edad. No había marcha atrás tampoco. Pasaría gustosamente cuatro años esperando por mi amado Tsu-Nui si era lo que se necesitaba. Solamente por él, por supuesto.
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Cuando desperté no sabía muy bien dónde estaba. Lo que sí sabia era que estaba tumbada en una cama bastante cómoda para ser tan sencilla. La luz del crepúsculo se filtraba por la puerta.
Me incorporé, desorientada, mirando a mi alrededor. Las mantas que cubrían mi cuerpo desnudo dejaron de taparme. Siempre que iba a dormir me quitaba la ropa, era mas cómodo, así que lo más seguro era que me hubiese metido yo misma allí. Estaba en una cabaña de madera bastante espaciosa, sobre una tarima, con cuatro camas bastante cómodas y bien puestas. La única ocupada era la mía. Me fijé en la chimenea de piedra al otro lado de la cabaña; un fuego vivo crepitaba en su interior, la forja del abuelo, que estaba al lado, en cambio, estaba apagada.
¡¡¡Oh claro!!!
De repente ya sabía donde me encontraba. ¡En casa! Por un momento no la había reconocido. ¿Me había quedado dormida durante demasiado tiempo quizás? ¿Era por culpa de mi débil constitución?
Paré de pensar y sonreí al recordar algo mucho mas importante. ¿Que mas daban esas tonterías? ¡Por fin era el dia de su llegada! Aunque por otro lado... Pronto estaría diciendo adiós a mi lugar de nacimiento. Pero ya sabia qué pasaría en unos pocos meses. Era inevitable.
Me puse las sandalias y fuí a recoger mi kimono blanco y azul hielo plegado perfectamente para la ocasión. Lo cogí y me lo acerqué a mi nariz para asegurarme por ultima vez que no olía mal. Y como las mil veces antreiores olía a pinos y a nieve, lo que me evoca las altas montañas que había tras la casa en invierno.
Tambien recuerdo la soledad en que nos encontrábamos el abuelo y yo. Los últimos de nuestra estirpe. Pero eso había dejado de importarme hacía mucho tiempo. Lentamente me puse el traje y me até el obi azul marino encima con especial delicadeza. Ya faltaba poco... Tenia que apresurarme. Me dije mientras bajaba cuidadosamente por las escaleras de madera.
Por un momento que faltase tan poco para el primer encuentro real me preocupó pero aparté la idea de mi mente en un instante.
¡Potopom!
Al terminar de bajar sentí un gran estruendo tras de mí.
Alguien había chocado contra el suelo. Me di la vuelta, esperanzada, y sólo verlo me cambió la cara. Él estaba tumbado de mala manera allí en medio, detrás de la mesa que era lo único que nos separaba.
A mis ojos era la persona más hermosa que había visto nunca, el hombre de mis sueños repetitivos y mis visiones sobre futuros distantes que no se cansaban de ponerlo como protagonista. Alguien de quien me había enamorado de muy pequeña. La primera cara que recordaba mi vaga memoria humana y el significado de mi burda existencia.
Era más alto que yo, tendría unos 18 años. Lo que más llamaba la atención de su aspecto eran sus rasgos enfermizos y marcados por varias cicatrices enmarcadas por el negro absoluto de sus cabellos ondulados, que subían hacia arriba como si fueran pequeñas plantas buscando el sol. Y después estaban sus ojos. Rasgados como los de todos los zineses y más negros si cabía que su cabello.
Sonreí extasiada por tanta belleza tras las pequeñas marcas que le atravesaban la cara y mas aún cuando me notó y pareció como que se le cortaba la respiración sólo por verme hacerlo. Avancé hacia donde se encontraba el amor de mi vida y él retrocedió mientras se levantába, chocando con una cazuela que mi abuelo estaba a punto de terminar para algún don nadie de uno de los pueblos cercanos. Casi se vuelve a caer al hacerlo. Tan lindo~.
Él corrió. Y yo lo empecé a perseguir mientras huía por toda la cabaña. Mi kimono me dificultaba correr pero no me importaba. Tampoco me hizo daño que huyera, así de obsesionada estaba con él. Realmente, no pensaba con claridad... menos de lo usual incluso.
Había olvidado mis preocupaciones y que lo normal hubiera sido que el estrés de correr tanto ya me hubiese hecho desmayarme. Si me hubiera parado a pensar habría visto que el que alguien huyera de mí no era precisamente una buena señal.
Sobre todo alguien tan serio y calmado como mi Tsu-Nui lo era normalmente.
Después de un rato sin parar me detuve en seco. ¡Acababa de recordar algo muy importante! Él se paró al mismo tiempo que yo y me miró vigilante con los ojos entrecerrados. Me dirigí hacia la fundición del abuelo y abrí el baúl del fondo de la estancia. Del baúl cogí una cajita preparada hacía años ya para ese momento particular. Cogí su contenido con una delicadeza directamente contraria a la que utilicé con su receptáculo. Que tiré sin interés por algún lugar de la casa.