Víctor |sueños oscuros spin-off|

Capítulo 10| El umbral

Cuando la luz se dispersó por fin pude ver con más claridad el lugar tan hermoso donde me encontraba. Había nubes brillantes y azules decorando todo el panorama y, sobre las mismas, se alzaban árboles de troncos moteados con hojas moradas. Todo el lugar se encontraba tan iluminado, que incluso podía ver casi hasta un kilómetro de distancia. Era impresionante.

—Es el cielo —murmuré por inercia, moviendo los ojos de aquí para allá con impresión.

—Sí y no, Víctor. Pero dame un bit y te explico —me respondió el Recolector con una voz profunda y ronca que me hizo estremecer.

Luego de colocarme de pie sobre una de las nubes con tal delicadeza que jamás imaginé que él podría tener, me sonrió con algo similar a la dulzura. Instantes más tarde se dio la vuelta para dejar también a un grupo de personas en el otro extremo de ese extraño lugar que, a diferencia de la zona donde yo me encontraba, no tenía árboles sino pasto y arbustos.

Noté que las personas caminaban con calma y una increíble tranquilidad; era muy diferente de aquel lugar oscuro donde estuve al principio. El Recolector también actuaba de forma distinta a la primera vez que lo vi; antes no parecía importarle mucho lo que ocurriera con las almas, ahora se conducía de forma cuidadosa, casi preocupado por el bienestar de los recolectados. Vi que sacudió su costal y solo entonces me di cuenta de que, contrario a la vez anterior, no había ni una gota de sangre en él.

El Recolector volvió a girarse hacia mí y recargó la parte superior del cuerpo sobre las nubes. Su expresión era pacífica, dulce y, me atrevo a decir, que también encantadora. Me di cuenta de que ya no sentía el más mínimo miedo de él, e incluso despertaba en mí algo de ternura pese a su rostro deforme lleno de pústulas y ojos negros.

Dios, al estar con él de aquella manera me sentí como en el Jorobado de Notre Dame; y yo era Esmeralda. Mierda, Febo, salva mi trasero. Me froté la nuca sintiendo un poco de incomodidad, preguntándome por qué demonios tuve que visualizarme en esa película. Aún ahora me reprocho por pensar en todo eso, porque puta, si ese tipo hubiese querido darme, tenía que aceptar por mi propia seguridad. Si me negaba quien sabe lo que podría hacerme.

«Demonios ¿por qué yo no puedo ser Febo? Es mucho mejor dar que recibir», pensé, dándome un golpe imaginario en la nuca.

—Eres gracioso —dijo el Recolector luego de reírse—. Yo no voy a hacerte nada.

Bajé la cabeza, apenado. El Recolector podía oír mis pensamientos por lo que pude apreciar, y yo no podía mantener mi mente callada. Dios, sentí vergüenza de que escuchara lo idiota que soy, pero como había algo que siempre quise hacer, lo hice.

«Yo sé que oyes mis pensamientos, muchacho. Miau, miau, miau, miau, miau, miau, miau», pensé, manteniendo en el rostro una expresión de hombre serio.  

—Jajajaja, eres muy divertido, chico. —El Recolector se rio con más fuerza mientras yo por fin me permitía reír—. Me sorprende que hayas mantenido tu personalidad intacta pese al tiempo que ha pasado desde tu muerte.

—No entiendo, ¿por qué te sorprende? —pregunté, sentándome sobre la nube en la que me encontraba y borrando mi sonrisa.

—Después de la muerte el alma se fragmenta, sobre todo para aquellos que descubren de forma brusca su nueva situación, y en ellos no queda nada más que los restos de lo que fue la persona. Muy pocas almas se conservan. Como tú —me dijo en voz baja, como si me contara un secreto—. Pero eso no es todo. También estuviste entre los vivos mucho tiempo, y cuando eso ocurre, la memoria se hace pedazos. 

Cuando él mencionó eso reaccioné en lo que pasó conmigo cuando me encontré con mi tumba. Estaba tan asustado y confundido que sí, fue como si me partiera en pedazos. Miré al Recolector a los ojos todavía en silencio, luchando por recordar qué había sucedido conmigo después de morir, descubriendo para mi desgracia no podía recordar casi nada.

Tenía una laguna mental gigantesca, reduciendo todos los sucesos a confusión y a una idea de mí vagando sin rumbo. Estaba seguro de que no era así, ya que sí recordaba haber estado en el parque Agua Roja e incluso haber visitado a Greyson. Pero cómo llegué ahí, y qué hice después de despedirme de Susy, no podía recordarlo.

—D-dijiste —tartamudeé, humedeciendo mis labios que de pronto se habían secado—. Dijiste que me explicarías dónde estoy.

—Lo hice —respondió con calma—. Esto es El Umbral, o como ustedes lo llaman: El Paraíso. —Guardé silencio. El Recolector me miró con algo de curiosidad antes de proseguir—. No quiero darte muchos rodeos, Víctor. Sé lo que deseas y me ordenaron ayudarte a entender lo que está sucediendo.




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