La mano artífice que había moldeado aquel ser perecedero, destinado a dominar el resto de sus creaciones, pudo regodearse del punto culminante de su arte más bello. A su imagen, conforme a su semejanza, y pudo el hombre arrastrándose del barro erguirse sobre un mundo que hizo suyo. Las aguas reuniéndose pudieron darle su reflejo terrenal, el espejo con su descendencia inconexa que despertó su ira más temeraria. No fue capaz de replicar, envuelto en el halo de su propia arrogancia, sus intenciones purísimas. Entonces enervó mandamientos sobre la cabeza del hombre que fue indiferente a las condenaciones mientras se encaminaba hacia el infierno con sus propios pies.
Y lo vio, la muerte vio al hombre, durante los siglos de su total existencia, hacerle el amor a Eva y suspirar por Lilith. Demonios que vagaron entre las hembras ignorantes de su glorioso poder divino, pero aún en el pecado, rebosantes en el acto de amor más inmaculado, tuvieron una sombra de divinidad.
Pero a aquellas criaturas caprichosas no les había conformado los retazos de esa naturaleza creadora, de espléndida entrega, de entregarse al mismo Dios, en un acto de fe mutuo e implícito. Transitaron las decenas de existencia con el pavor de, finalmente, tener que volver debajo de la protección de su progenitor. Dotando a la propia muerte de todo tipo de imágenes mundanas, la túnica renegrida, una oz afilada para arrancar almas, el cadáver de un ser repulsivo que sólo apareció en las noches de mayor vulnerabilidad a drenar las gotas de su historia. Hubo miedo, oraciones recitando el oficio y el rosario con palabras vacías de fe.
Entonces la muerte pensó en lo pretensioso que había sido Dios: sí, fomenta la piedad, desalienta a los piadosos. Recrea al ángel más bello para que, al buscarlos, no teman al morir, pero no lo dotes de ningún síntoma de misericordia cuando rueguen.
La muerte, en indiscriminadas culturas, unida siempre a la imagen cruenta del Infierno por el único propósito de su mítico ser.
¿Qué existió sino más virtuoso que aquel encargado de guiar hacia la senda ascendente que culminó en los paraísos más apacibles en los que caminaban deidades?
¿No fue, entonces, el miedo a sus propias acciones determinando su fatalidad ulterior reencarnando en la propia figura de la muerte?
¿Qué actos profanos realizaron aquellos seres mundanos para temerle a aquel ángel con la proyección de un simple muchacho?
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Caminando por los límites del limbo no has dejado de admirar con temor las almas que vagan sin pena ni premio en el abismo del primer círculo infernal, donde no hubo espíritu humano rescatado aunque no hubiera pecado mayor que la falta de adoración a Dios. Allí donde llegaremos algunos a vivir sin esperanzas ni deseos.
Por favor, sígueme sin alejarte demasiado.
;)
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Editado: 18.02.2023