Vida Salvaje - Canis Lupus

Marcas

Me sentía nerviosa, asustada, emocionada, preocupada, ansiosa y emocionada, otra vez. Era la primera vez que iba al bosque con papá y era la primera vez que iba al bosque después de tres años.

Conversamos de todo y de nada mientras avanzábamos por el camino que bien conocía. Algunas veces él tropezaba con una rama que yo había saltado o se hundía en el fango que ninguno de los dos había visto y reíamos sin control. En momentos así podía recordar a mamá diciéndome que valorara cada instante que pasaba con él. Era mi mejor amigo y confiaba en él más que en cualquier otra persona.

Lo observé un momento cuando intentaba quitarse de la suela una ramita que se había pegado con el lodo. Se dio cuenta de que lo observaba y sonrió, formándose miles de líneas en toda su cara. Tal vez en ese momento exageraba, pero con doce años me parecía  increíble ver lo rápido que estaba envejeciendo. 

―Te quiero, papá ―le devolví la sonrisa cuando llegó a mí.

―¿Qué es lo que quieres? ―cuestionó cruzándose de brazos e intentando hacer una mirada intimidante.

―Nada ―respondí riendo y abrazándolo.

Él también comenzó a reír y continuamos el camino hacia la madriguera.

Después de algunos minutos me di cuenta de que no sabía en dónde estábamos.

―Creo que no es por aquí ―susurré, confundida.

―Sí, es por ahí ―señaló un camino que no podía recordar.

―No lo reconozco ―cubrí mi boca con ambas manos, preocupada.

―Cuando te buscamos, recuerdo haber visto ese árbol bailando ―señaló un árbol que parecía tener dos brazos alzados al cielo y una rama un poco caída parecía ser una pierna alzándose al ritmo de la canción del viento.

―¡Es verdad! ―exclamé, recordándolo―. Es por ahí.

―Vamos, Marit, ya casi llegamos ―me animó y emprendimos de nuevo el paso.

Poco a poco comenzamos a reconocer otros elementos, árboles, rocas y pequeños declives. En un momento nos detuvimos cuando perdimos el rumbo y él se subió a una roca para encontrar el camino. Volví a ver su rostro cuando entrecerraba sus ojos y me giré para ver de nuevo el bosque. Papá no era el único que había cambiado desde que podía recordarlo, el bosque también podía cambiar.

―¿Papá?

―¿Sí, datter?

―¿Por qué cambió el bosque?

―Los bosques son los que nos ayudan a cambiar. El camino que antes pisabas volvió a florecer. Nacieron más árboles y los que ya estaban, siguieron creciendo.

―¿Lo estaba maltratando? ―pregunté consternada.

―No ―rió―, el bosque abrió el camino para ti, pero se dio cuenta de que no volverías y lo volvió a cerrar.

―¿Cómo?

―Bueno, eso es algo que mamá explicaría mejor ―se rascó la barbilla, pensativo―, pero podemos investigar.

―De acuerdo ―susurré con una pequeña sonrisa.

Retomamos el camino hacia la cueva y, cuando encontramos la entrada, no encontramos nada. Estaba emocionada por volver a verlos, pero me sentí decepcionada al no encontrarlos ahí.

―Ya no volvieron ―susurré con tristeza.

―Quizá se sintieron vulnerables cuando los encontraste ―comentó detrás de mí.

―Pero yo no iba a hacerles daño ―aseguré, desanimada.

―Eso yo lo sé, pero ellos no. Los lobos no pueden comprender las intenciones del ser humano. No pueden confiar en una especie que los ha estado persiguiendo toda su vida.

―¿Por qué los odian tanto, papá? ―me giré para observarlo.

―No lo sé, Marit… no lo sé ―respondió cabizbajo.

―¿Crees que se fueron?

―Tal vez.

―Pero el aullido… ―insistí.

―Quizá se estaban despidiendo.

―Oh ―solté, sintiendo mis ojos llenarse de lágrimas.

Sabía que no se estaban despidiendo, lo sentía, pero no había ningún otro motivo para que él lo creyera. No sabía cómo explicarlo, pero estaba segura de que era Catrine. Quizá estaba herida.

O solo quizá…

Un suave gimoteo se escuchó a unos metros de nosotros, más allá de la cueva, un lugar al que ni uno de los dos había ido. Al principio no nos dimos cuenta de dónde provenía, pero poco a poco comenzamos a acercarnos.

Aunque habían pasado ya algunos años, pude reconocerla. Ya no era más esa pequeña cachorra que había destrozado nuestras pantuflas. Su nariz se alzó al cielo para olisquear el viento, en busca de pequeñas partículas que pudiera reconocer. No podía describir lo que vi en su mirada, pero de pronto sus ojos se iluminaron y sus orejas bajaron hasta su cabeza, en excitación.

No había ni una palabra que pudiera expresar lo que sentí en ese momento al darme cuenta de que me había reconocido.

 



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En el texto hay: lobos, naturaleza, noruega

Editado: 11.01.2022

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