Vidas Convergentes

Capítulo 1: Jamais Vu

5 de Enero de 2018.

 El tic tac del reloj rayaba mis oídos como si de clavos y vidrio se tratase, solo esperaba ansioso el momento de irme a casa; donde aquel cuarto desordenado me esperaba. No había sido un día muy ajetreado en el trabajo, como era de suponerse después de las fiestas de año nuevo. Otro año se marchaba, dejando solo el amargo sabor de la incompetencia y la mediocridad. Y el tenue recuerdo de las navidades en las que jugaba con mis primos en el patio de casa. Recuerdo que cada diciembre, se desvanecía aún más. 

—¡Oye, Will! he conseguido la última entrega de “Bio-crisis” para P.C., ¿qué dices? ¿Se te antoja jugar un rato después del trabajo? —irrumpió Dani, con una leve sonrisa mientras acomodaba los artículos de su caja registradora. 

—Lo siento, Dan, no estoy muy animado hoy, sabes. Solo quiero llegar a casa y acostarme. —No era extraño que yo rechazara una oferta como esa. Pero había algo implícito en mis palabras que Dani pudo percibir. Suponía que la semana había sido demandante: algo raro para la cantidad de clientes que habíamos tenido en el Green Market... ¿o era por la fecha? 

—Bueno, si tú lo dices. Aunque me parece raro, ya que fuiste tú quien me vicio al universo de “Bio-crisis” —dijo Dani, que se había percatado de mi inapetencia a la interacción. 

En el año que llevaba trabajando en el Market, había desarrollado la curiosa habilidad de imaginar historias mientras cobraba a los clientes, era como si mi cerebro se fragmentara, y dos versiones de mí se encargaran de cada cosa. Sin embargo aquella mañana, dicha habilidad no fue necesaria, todo estaba tan inmóvil y sin vida, que lo único interesante era ver las manecillas del reloj devorar los interminables minutos. 

Estaba inmerso en una profunda tranquilidad, pensando como de costumbre en castillos imaginarios. Hasta que ese sujeto gordo y estrafalario se dirigió a mi caja. Llevaba consigo una botella de alcohol barato, unas cuantas botanas y una vieja ra... 

—Mira a ese tipo, Will, lleva una vieja radio consigo, ni siquiera sabía que aun vendían esas cosas en el Green, pero, ¿Quién en estos tiempos sigue comprando esos vejestorios? —señaló Dani entre carcajadas, Su comentario había interrumpido mi pensamiento tajante, pero él tenía razón, ¿Quién carajos compra radios viejas en la actualidad? 

Se postro imponente y sospechoso frente a mi caja registradora. Vestía una gabardina color crema con amplios bolsillos para introducir las manos, y lentes oscuros redondeados: para que nadie supiera donde dirigía su mirada, un característico sombrero  negro que ensombrecía su rostro y guantes de cuero. Chasqueaba los dedos excitado a la vez que lanzaba una mirada de soslayo en todas las direcciones. ¡Un total lunático! Después de verificar que nadie lo seguía, habló:

—Agrega esto a mi cuenta —dijo con voz suave y profunda. 

—¿De qué estás hablando, gordo? —repliqué con desagrado—. Aquí todo se paga al contado o con tarjeta de crédito. Además, ¿Qué carajos haces con esas fachas, loco enfermo? 

Casi lo olvidaba. Se preguntaran porque un simple cajero, como yo, le hablaría con ese tono tan agresivo a un cliente. Ahora les explico. Su nombre es Matusalén Guerrero: aparentemente sus padres querían fastidiarlo porque él odiaba ese nombre. Según lo que decían los malas lenguas, en una ocasión le había arrancado a mordidas la oreja a un tipo, en un bar de mala muerte, todo porque lo había llamado con ese infame nombre. Por ello él se había auto nombrado, Eddy; y todos lo conocían como Eddy el Caníbal. Pero la razón por la que Eddy es importante, era por el cuarto que me alquilaba. Casi todos en la ciudad le tenían respeto; o miedo en su defecto. Y no era para menos, un sujeto de 1.77 con 265 libras de puro poder grasoso, y un temperamento del mismísimo diablo, de cualquier manera impondría. Era obvio que nadie se metería con él. 

—Hermano, lo descontare de tu alquiler, paga tú estas cosas hombre no seas tacaño —propuso afable. 

—¿Cómo me hablas tú de tacañería? —contrapuse enfadado, en tres años el muy cabrón ni siquiera me había dado su clave de internet.

—Ok, Will, veo que quieres negociar, ¿Qué te parece si esta noche te invito a beber? —ofreció sin mostrar ni una pizca de vergüenza en su cara.

—Imagino que te refieres a esa botella de alcohol que llevas ¿verdad?

—Eres muy observador, Will. 

La verdad no me interesaba si él se tomaba la molestia de comprar champan o metanol, pero verle ofreciendo algo ya era mucho.  

—¡Vale! Pagaré el alcohol y las botanas, pero esa radio vieja la pagarás tú. Además ¿para qué quieres algo como eso? ¿Es que el equipo de sonido ya murió? —Tuve que preguntar. Eddy era un sujeto raro que creía en cosas como fantasmas y planos astrales, la verdad no entendía cómo es que llevaba tanto tiempo viviendo con él. 

—Este pequeño bebé, lo usare para uno de mis experimentos, Will —respondió con una maliciosa sonrisa.

Eddy tenía un local donde reparaba teléfonos y demás electrodomésticos. Pero de vez en cuanto su espíritu experimental surgía y los desastres que ocasionaba eran de antología. Aún recuerdo esa ocasión en la que intentó combinar el gabinete de una vieja computadora con su microondas: con la finalidad de investigar en Internet y cocinar al mismo tiempo. ¡Un total degenerado! 

—Así que un experimento, ¿es por eso que vas vestido como Sherlock Holmes? —dije con ironía. 




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