A la mañana siguiente, la lluvia había cesado, pero el cielo seguía cargado de nubes oscuras, como si Londres aún no hubiese decidido si quería aliviar la tensión o prolongarla. El aire traía consigo el olor húmedo de las calles mojadas, y una brisa fría cruzaba las ventanas entreabiertas de la residencia de Damien.
En la biblioteca, Gabriel recorría el espacio con pasos firmes, la impaciencia estampada en cada uno de sus movimientos. Llevaba dos días esperando respuestas sobre Whitaker, y la espera empezaba a desgastarlo.
Damien, sentado cómodamente en uno de los sofás, bebía su té matutino sin aparente prisa.
— Si sigues caminando de esa forma, vas a desgastar la alfombra.
Gabriel lo ignoró y volvió hacia la ventana.
— Espero que hoy por fin lleguen las respuestas que necesito, Dorian se está retrasando.
Hacía días que había enviado un mensaje a Dorian, instruyéndolo a hacer llegar cualquier información a esa dirección. Antes de que Damien pudiera responder, se oyó un golpe firme en la puerta.
— Adelante.
El mayordomo entró con un sobre sellado.
— Correspondencia para vos, milord.
Gabriel se volvió de inmediato. El mayordomo se acercó, depositó la carta sobre la mesa y se retiró con una leve reverencia. Gabriel no perdió tiempo. Tomó el sobre y rompió el lacre con dedos firmes. Damien se inclinó hacia adelante, observándolo con interés.
— ¿Entonces? ¿Qué descubriste?
Gabriel recorrió las palabras escritas con atención. Su expresión se endurecía con cada línea leída. Luego, se detuvo. Apretó la carta con más fuerza, pero esta vez no fue solo una reacción instintiva. La sangre le latía en las sienes, y un nudo profundo se instaló en su pecho.
Si fuera otro hombre, habría arrojado la silla al suelo, pero se limitó a apretar la mandíbula y mirar la carta como si quisiera destruir lo que estaba ante sus ojos. El silencio se prolongó un instante, y Damien arqueó las cejas, interrogante.
Lentamente, Gabriel alzó la mirada. Había una frialdad cortante en su expresión.
— Whitaker no es solo un oportunista. Es un criminal.
Damien se irguió en el sofá, el interés evidente en su mirada.
— Gabriel, estás hablando de un noble. Explícate.
Gabriel no respondió de inmediato. Releyó uno de los párrafos, los dedos crispándose ligeramente sobre el papel.
— Está en bancarrota, Damien.
Damien se levantó, acercándose a Gabriel.
— ¿Bancarrota? ¿Cómo así?
Gabriel dejó la carta sobre la mesa, pasando una mano por el rostro antes de responder.
— Sus negocios son una fachada. Deudas acumuladas, inversiones fallidas... Ha perdido casi todo.
Damien soltó un leve silbido.
— Bueno, eso explica mucho.
Se sirvió más té y, esta vez, no bebió de inmediato. Se quedó girando el líquido en la taza, los ojos pensativos. Pero había más. Gabriel volvió a tomar la carta, sus ojos azules oscureciéndose a medida que leía la información crucial.
— Y no solo eso. Ha estado obteniendo dinero de forma... poco legítima.
Damien alzó una ceja.
— Define "poco legítima".
Gabriel dejó la carta y cruzó los brazos.
— Soborno. Extorsión. Esquemas financieros. Inversionistas engañados. Pero lo peor...
Se detuvo.
— Está financiando ataques contra barcos británicos.
Por un momento, Damien ni siquiera se movió.
— … y tráfico humano.
El silencio se instaló, denso y frío.
Por un instante, Damien simplemente miró a Gabriel, como si las palabras tardaran en asentarse. Luego soltó, en un tono bajo, casi incrédulo:
— Santo Dios, Gabriel…
Pasó una mano por la nuca, despacio, como quien necesita asimilar lo que acaba de oír.
— Ese desgraciado no es solo un canalla. Es un monstruo.
Gabriel asintió, la rabia creciendo en su pecho.
— Estoy de acuerdo contigo.
Damien se pasó una mano por la barbilla.
— ¿Y quién más sabe esto?
Gabriel cerró la carta, los pensamientos encajando rápidamente.
— Poca gente. Dorian logró seguir a algunos de los intermediarios. Pero hasta ahora, Whitaker ha sido cuidadoso. No deja muchos rastros visibles, pero hay pruebas suficientes para iniciar una investigación formal.
Damien asintió lentamente.
— Entonces tenemos pruebas…
Gabriel lo miró de reojo, con una sombra de sonrisa dura en los labios.
— Las tenemos.
Damien respiró hondo.
— Si conseguimos presentar esto al rey en el momento justo, Whitaker no solo perderá a Lilian, será destruido.
Dejó la carta sobre la mesa, sus pensamientos alineándose rápidamente. Necesitaba actuar. Preparar la acusación contra Whitaker. Pero antes de que pudiera terminar ese razonamiento, se oyó otro golpe firme en la puerta. Alzó la vista y vio entrar de nuevo al mayordomo, con otro sobre en mano. Suspiró, intentando apartar la tensión que le latía en las sienes.
Si son más informes sobre ese maldito Whitaker… — pensó, pero al ver el sello real, supo instintivamente que el asunto era diferente. Y que su destino podía muy bien estar sellado dentro de ese trozo de papel lacrado con el escudo real.
Tomó la correspondencia del Palacio y rompió el lacre.
— Vamos a ver qué tiene que decirnos el rey.
El silencio en el despacho se intensificó. Damien parpadeó, asimilando el impacto. Luego, sin prisa, tomó su taza de té y bebió un sorbo.
— ¿Y bien? ¿Qué quiere el Rey?
Dijo, dejando la taza sobre la mesa mientras Gabriel leía. Entonces, Gabriel soltó un pequeño suspiro.
— Hemos sido convocados. Su Majestad dará un baile.
Damien se recostó en el sofá, satisfecho.
— ¿Eso quiere decir que lo vas a desenmascarar?
Gabriel dejó la carta sobre la mesa.
— Sí. Y él ni siquiera imagina lo que le espera.
Damien sonrió ligeramente, pero había un brillo serio en sus ojos. Afuera, las nubes comenzaban a disiparse. Pero dentro de aquella casa, la tormenta apenas comenzaba.