Por primera vez en mi extensa existencia me sentía realmente satisfecho y útil, como si de repente hubiese hallado algo más valioso que la sangre y la vida misma para continuar mis días sobre este cruel mundo. Al volver a la tienda me reencontré con el arte culinario que antes tanto disfrutaba, la razón que me llevó a fundar la pastelería unas varias décadas atrás y que “continuaba hasta nuestros días gracias a la tradición familiar”. Al principio era yo mismo el que me encargaba de cocinar las recetas, pero con el tiempo me bastó asegurarme de contratar a la gente indicada para que nada perdiese el toque de mis creaciones, dándome la oportunidad de poder adecuarme a los tiempos y compartir experiencias con quienes trabajaban conmigo y para mí.
Durante algún día de la semana tuve que hacer un trámite administrativo y aburrido cerca de un barrio que se me hacía familiar, donde a un par de cuadras estaba el colegio donde Alicia estudiaba. Para cuando terminé mis quehaceres eran más o menos las 11 de la mañana y sin esperar mucho en realidad, caminé por las afueras del colegio esperando quizás verla de lejos. Al rodear lo que era el patio pude darme cuenta que debía ser la hora de receso, ya que había mucha gente y la bulla era impresionante. Caminé un poco más rodeando lo que se podía del perímetro del establecimiento, hasta que llegué casi al tope de lo que su ubicación me permitía, donde se encontraba la parte trasera de una estructura y una especie de basural de sillas y mesas viejas y rotas. Me acerqué en silencio a las rejas que me distanciaban de ella y dije su nombre en voz alta, ella levantó la cabeza y me regaló una enorme y dulce sonrisa a la vez que se ponía de pie para encontrarse conmigo.
– ¿Qué haces aquí? –preguntó conteniendo la emoción de su pequeño corazón que empezaba a acelerarse.
– Solo pasaba… Hacía trámites. ¿Qué haces tan aislada?
– Am… Quería estar tranquila. Me duele algo la cabeza.
Intuía que en realidad había algo más, pero de todos modos, pasé mi mano a través de los espacios de la reja y posé mi mano sobre su frente, percatándome de una extraña energía que provenía desde ahí. Esperaba que pudiese controlarlo de alguna forma o que al menos mis manos frías le ayudasen a aliviar el dolor, pero antes de notar un cambio escuchamos unas voces chillonas y risueñas acercándose. Alicia parecía conocer esas voces, ya que su temple se volvió bastante turbio solo con escucharlas. Casi acto seguido aparecieron tres muchachitas cuya apariencia y actitud me recordaban bastante a Tabatha, aunque sus rostros eran mucho más juveniles y no tenían esa apariencia de estar en casi constante resaca. Pude darme cuenta que cuando descubrieron a Alicia susurraron algo con malicia entre ellas, aunque al verme quedaron pasmadas y pude sentir sus pensamientos ahogándose en una mala sorpresa. La chica que parecía más ruda me escrutó con el rostro pasmado aunque luego cambió, y con su actitud maliciosa se dirigió a Alicia.
– Así que aquí te ves con tus amantes. Pobre hombre, deberías atenderlo en un sitio mejor.
– Entonces oriénteme por favor, dama, ¿dónde está ese maravilloso lugar atiende a los suyos? –pregunté curioso y amenazante antes que a Alicia se le ocurriese abrir la boca.
Odiaba demasiado la actitud de esas chicas y la de esa en especial, sentía el profundo deseo de ponerme a jugar con ella como una mera presa, acercarme y seducirla, hacer aflorar su deseo que sabía que inevitablemente sintió cuando me vio, jugar con esos brillantes y rosados labios de aroma dulzón y rasgarle la garganta con fuerzas, despedazarla a mordiscos.
Ante mis palabras, pude ver como las otras dos niñas abrían sus ojos pasmadas y se miraban en complicidad, mientras que la tercera ocultaba su orgullo herido con un rostro engreído y sin mucha emoción, casi ignorando mi contestación. Miró nuevamente a Alicia y sin saber cómo ganar esa batalla le habló a las otras dos diciendo que era mejor que se fueran ya que no quería presenciar cuando llegara el “otro amante” y se armara una trifulca. Dio un paso atrás y me miró por última vez, mientras yo no le quitaba la mirada de encima. A penas desaparecieron de nuestra vista sonó el timbre y Alicia bajó el rostro y lo ocultó con sus manos. No estaba llorando, pero noté que estaba bastante angustiada.
– Perdón por hacerte pasar por esto, qué vergüenza –murmuró.
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Editado: 24.07.2019