Las clases parecían eternas. Desde que Helena se enojó todo comenzó a ir más despacio y a diferencia de la última vez esa sensación no la abandono un solo segundo. Veía cada movimiento en cámara lenta, escuchaba cada sonido distorsionado por su volumen alto y su tono grave, percibía cada superficie en un detalle casi imposible al tacto humano. En la clase de ciencias la maestra daba instrucciones y tutorías sobre cómo se debía llevar a cabo una buena presentación de su proyecto. Todos los estudiantes se acercaron al escritorio de la profesora a pedir consejos. Todos menos Helena. Ella solo se quedó en su puesto solucionando el taller que les habían puesto sobre el mismo tema.
Helena termino rápido su actividad, escribió veloz y respondió las preguntas de forma automática. Sentía un punzante dolor en el pecho, estaba sudando frio y su respiración se tornó profunda y entrecortada. Miraba alrededor esperando que el efecto de lentitud se desvaneciera, pero simplemente empeoraba. Miro el reloj miles de veces solo para encontrarse con la manecilla que marcaba los segundos estática en el mismo puesto de antes. Desviaba la vista hacia sus compañeros y veía como un niño levantaba la página de un libro, la doblaba y la pasaba. Escuchaba el arrastre de las minas de los lápices al escribir, se estremecía al ver y oír el lento movimiento de abanico de los parpados de veinte pares de ojos.
Al fin un tormentoso chirrido indico la señal mundial de la libertad. La campana de recreo. Helena espero a que todos salieran, incluyendo la profesora. Para ser una pedagoga le faltaba mucho en la comprensión de infantes. Pero en su defensa Helena parecía completamente normal. Al menos en la superficie porque el verdadero cambio se estaba dando en su interior.
La niña salió al patio aun con el tiempo transcurriendo sosegado. Miro en todas las direcciones buscando el objetivo que había estado maquinando en las interminables horas de clase. En su búsqueda se percató de una pelota de color rojo brillante que se dirigía directamente hacia ella. Todos veían como la pelota era lanzada adrede en dirección a Helena, pero ella tenía la vista puesta en el movimiento de la pelota. Gracias a su perspectiva logro ver como la pelota avanzaba suspendida en el aire trazando un arco, girando sobre su propio eje mientras lo hacía. Hubiera podido esquivarla con facilidad, pero en vez de eso, justo cuando la pelota se encontraba a unos escasos centímetros de ella, levanto ambas manos a la altura del rostro y en un único movimiento cerro las manos en torno al objeto.
Todos la miraron atónitos, todas las miradas se concentraron en Helena. Sobre todo, la atenta mirada de la niña que había proyectado el ataque. Helena le sostuvo la mirada a Missi y con paso decidido se plantó frente a ella. Missi estaba asustada, la mirada de Helena era diferente, vacía, pero el orgullo infantil es de los más tercos. Por eso los chiquillos son capaces de hacer berrinches en público cuando se les niega algo. Así que Missi decidió seguir con su rutina de brabucona.
—Oh miren— chillo con petulancia tratando de ocultar que la voz le temblaba—la niña nerd sabe jugar a la pelota.
Helena no dijo nada, un circulo se había formado en rededor de las niñas. Todos esperaban a que alguna se moviera. Helena los complació. Con una velocidad imperceptible a la vista, la frágil y pequeña niña tomo a Missi por las solapas del vestido y la arrojo con tal fuerza que choco contra las canchas de futbol. Todos y cada uno de los niños miraron estupefactos a Helena y a Missi respectivamente y bajaron la mirada cuando vieron que la maestra se acercaba.
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Editado: 19.06.2019