Noah tomó una botella de vodka de debajo de la cama. Se aseguró de que nadie pudiera entrar a la habitación. Al ver su mano sangrando se odio internamente. Regó el vodka en sus heridas por la ventana. Ardió, pero no lo suficiente como para calmar lo que sentía en su interior. Se sentó en el piso para beber, le daba asco y ganas de vomitar aquel sabor. Le traía malos recuerdos, pero era incapaz de dejarlo cuando se sentía así.
Quiso olvidarse de todo y fumó. No tenía ganas de salir de la casa. Repartió sus cigarrillos de manera que se terminarán el domingo por la noche, antes de dormir. Mientras inhalaba y exhalaba con cierta confusión, pensaba en lo que había pasado en la madrugada ¿Qué era lo que había sentido? Lo ponía sensible en cierto grado el pensar en lo que había hecho con Alex. Que Alex lo había visto de esa manera. Débil. Sensual. Poco común. Se preguntaba a sí mismo qué estaba pensando Alex en el momento en el que se besaron.
Tomó sus apuntes de la universidad. Terminó sus deberes y se puso a estudiar evitando la materia de finanzas para no recordar a Akram. La lectura había sido una de las principales escapatorias que había tenido de joven. Ahora cuando se sentía estresado empezaba a leer. Especialmente aquellos libros que lo ayudaban a mejorar en su estudio. Noah junto a su grupo de amigos estaban en una de las universidades más caras del país. Una en la cual era merecedor de una beca del 75%. No podía tener notas menores a 90/100 en el promedio general de las materias. Aún no entendía por qué, después de todo lo que había pasado, él seguía estudiando de esa manera si todo había sido idea de León desde un principio. Tal vez deseaba que en algún momento él volviera a felicitarlo poniendo su mano en su cabeza. Masajeando sus cabellos. Besando cada una de sus inseguridades.
Tras un momento de intentar memorizar toda la información y pensar si tenía la obligación de comer, Noah escuchó que intentaron abrir la puerta de su habitación. La perilla se detuvo rápidamente seguida de una patada.
—Iré a ver a papá —la hermana golpeaba la puerta de su habitación. No hubo respuesta, solo el frío silencio del odio— ¿Qué pasa, Noah? ¿Aún sientes odio por mí padre? —usó sus debilidades para molestarlo— Tu fuiste quien le rogó en el suelo de la prisión que te pagara la universidad con el poco dinero que teníamos de ahorro. Parecías una perra mientras le rogabas a cuatro patas —golpeaba sus uñas contra la madera creando un sonido horriblemente hipnotizante—. Deberías empezar a madurar un poco, olvidar a ese idiota... Papá va a salir el próximo mes —reía con crueldad. Con un golpe seco retumbó la puerta—. Maldito idiota homosexual.
Hacía ya algún tiempo, cerca de siete años aproximadamente, el padre de Noah había encontrado a su hijo y al otro chico en quien en verdad confiaba en la sala de la casa. En posiciones bastante sugestivas.
Noah se encontraba sobre León. Lo besaba apasionadamente mientras brincaba encima de él. Acariciaban sus rostros de una manera romántica acariciando sus frentes con la del otro. Suspirando de manera risueña por todo el amor que se tenían. El señor Freeman se quedó viéndolos, sorprendido, con esa mirada que hacía que Noah no pudiera moverse.
No se había dado cuenta de que algunas lágrimas cayeron en sus apuntes. Ensuciaron sus notas, esferos, libros y escritorio. Temblaba del miedo. Estaba asqueado y con deseo de vomitar. Golpeó todo lo que estaba cerca suyo. Golpeaba lo suficientemente fuerte como para sentir que el dolor físico era más fuerte que su odio. Sangraba y algunas de sus uñas parecían haberse roto. Cortó lo que no se podían salvar tras curarlas.
Bebió aún más de la botella de vodka. Agarró algunos dulces de su maleta y los masticó con odio. Bajó a robar algunas frutas y agua. Estaba ciertamente mareado por lo cual quiso romper la botella contra la pared para poder cometer suicidio. O tal vez solo salir como un loco a la calle a gritar. Decirle al mundo que lo disculpe. Que lo convirtiera en una persona “normal”. Que lo ayudara a vivir aquella vida tan dolorosa. Que le ayudara a recuperar a León, o por lo menos a superarlo. Pero, como siempre, se contuvo en todo su dolor.
En ese dolor que lo estaba matando lenta y silenciosamente.
Alex despertó con gran dolor de cabeza además de un brazo entumido. Vio la almohada llena de sangre y sus manos lastimadas. Supo lo que había ocurrido. Se lamentó al instante. En la mesa de noche había una nota de Julieta la cual decía:
"Me llevé a Melissa, deséame suerte.
Hay almuerzo en tu refrigeradora.
No hay cerveza, hay que comprarla.
Vendré a verte o te llamaré.
Si necesitas algo, no dudes en decírmelo.
Si es algo estúpido, no te voy a ayudar.
La nota se volvió demasiado larga, así que, solo eso.
Cuídate."
Alex rio de lo divertido que se le hizo aquello. Deseó que los problemas que ellas habían tenido ayer se arreglaran el día de hoy. Así también deseó que sus problemas tuvieran la misma resolución. Con gran dolor fue a tomar un baño. Limpió sus manos, las vendo con algunas gasas y se recostó en el sofá. Eran cerca de las tres de la tarde y el sol brillaba como si fuera verano. Suspiró pensando que debería hablar con Noah.
Quería ver cómo se encontraba. Quería saber si se sentía bien. Tal vez saludarlo, reírse, ser como lo habían sido por años. Amigos. Pero ya sobrepasada esa línea, Alex deseó más. Arrebató esa fantasía de su mente cuando recordó a Amanda. Tomó su celular entonces. Noah en su casa hizo lo mismo, veía la pantalla destruida con manchas negras por haberlo lanzado contra la pared. Sin saberlo, ambos vieron sus teléfonos al mismo tiempo. Ambos pensaron en llamar al otro. Ambos se sentían culpables de lo que habían hecho, de haberlo disfrutado. Ambos terminaron sin llamarse. Ambos desearon repetirlo. Ambos pensaron que lo habían arruinado.