Virgen Roja

I — TRAICIÓN

I — TRAICIÓN

 

 

EL LOBO quería aprovecharse de mí, deshonrarme, hacerme sentir culpable.

Se mofaba a mis espaldas al creer que, como soy una jovencita virgen, sería presa fácil, y que si rasgaba mi túnica blanca, no haría más que gritar. Creía que podría lamerme y arrancarme la piel con sus colmillos, que podría comerme viva. Pero se equivocaba.

Ya no soy esa jovencita inocente que acariciaba el pelaje del lobo, le daba leche y vendaba sus heridas. Hoy, controlo las llamas divinas, y con ellas, torturaré a aquel que se aprovechó de mí.

Me hallo de pie sobre una montaña cubierta de nieve. El viento helado sopla sobre mi cabello y las manos me tiemblan. En mis manos cuelga un cáliz con fuego azul.  

Pero, frente a mí, yace un enorme lobo negro acostado, inmóvil, agonizante. De su grueso pelaje, gotea sangre, y gotea tanto que la nieve se ha teñido de rojo. La bestia tiene una larga flecha clavada en la pata. Sus ojos están cerrados, y del hocico jadeante le cuelga una lengua áspera y seca.

Verlo sufrir me quema las fibras más sensibles del alma, pero también me las renueva. Jamás pensé que podría amar y odiar a alguien mismo tiempo. Al acercarme, los pies se me sumergen en la nieve hasta la altura de los tobillos. Levanto el mentón.

El lobo aúlla con dolor… y estira la pata hacia mí…

Pero yo quito el rostro y respiro hondo, disfrutando la picadura helada en los pulmones. De mis manos, cuelga un velo manchado de sangre. Lo acaricio con las yemas de los dedos, y siento cómo la viscosa sangre gotea desde la suave tela.

El lobo gime. Sus orejas están agachadas.

Aprieto mi velo en los puños, y tiño de rojo mis manos blancas.

El lobo lame la nieve, tiene sed. Luego, mueve su cola y aúlla de dolor nuevamente.

Escucho unos pasos detrás de mí: un hombre barbudo, de dos metros de altura, carga una enorme hacha sobre su hombro de gorila.

Sobre la extensa llanura blanca, miro al lobo intentar levantarse, pero sus heridas lo tienen clavado al suelo.

El barbudo sostiene el mango del hacha con ambas manos. Ha llegado su hora.

—¡Justicia! —exclama el hombre al dejar caer el hacha sobre el cuello del lobo negro.

El lobo exhala su último suspiro, y el hacha cae como si fuese una guillotina mientras suelta un brillo en el aire.

La cabeza del lobo gira por la nieve, y deja un chorro de sangre detrás.

Contemplo el cadáver peludo y decapitado. Mi rostro está morado por el frío, pero una lágrima cálida me acaricia la mejilla. Camino hacia la cabeza del lobo, y me agacho para ver sus ojos estáticos.

«¿Por qué me obligaste a traicionarte?», pienso.

El hombre del hacha me acaricia la espalda.

—¿Estás bien, Vestalita?

«Me siento fatal», pienso, «por mucho tiempo me hice la fuerte, pero hoy, por primera vez en mi vida, anhelo inexistir».

Cierro los ojos y finjo una sonrisa.

—Gracias por ayudarme —respondo.

—¿Sufrió mucho ese lobo? —me pregunta él mientras limpia su hacha con la mano.

Asiento, y luego, una segunda lágrima acaricia mi mejilla.

—No lo entiendo… ¿por qué si él era mi amigo… —mi voz se quiebra—, me hizo… eso?

—Lo querías mucho, ¿verdad?

«Aún lo quiero».

El hombre del hacha extirpa una de las largas flechas que el lobo que tenía clavada en la pata. La punta de la flecha tiene adherida carne fresca.

—Es momento, Vestalita, adelante: ¡purifica nuestro pueblo! —exclama el fortachón.

La llama de la cáliz  de plata arde con más ímpetu detrás de mí. Suspiro hondo y cierro los ojos. Elevo los brazos y la llama de la cáliz  comienza a elevarse en el aire… La llama gira en círculos sobre mis manos hasta formar una esfera de fuego.

Suspiro mientras extiendo los brazos para lanzar la esfera incandescente contra el cadáver del lobo.

El fuego consume su pelaje, su carne, y sus huesos hasta reducirlos a cenizas.

Una ventisca sopla: la nieve se entremezcla con las cenizas formando un soplo gris que danza en el vacío.

Me tapo la nariz para no aspirar el olor a carroña quemada, pero igualmente, siento el estómago revuelto. Agachada sobre la nieve con los ojos cerrados, vuelvo a colocar el velo ensangrentado sobre mi cabello.

Me llevo la mano derecha al pecho, y siento una piedra encadenada al corazón:

«Prometiste cuidar de mí, Rómulo. Lo prometiste…».

El humo de las llamas asciende al cielo.

***

Esta es historia del cómo, para redimir la muerte de quién me amó, tuve que traicionar mis propias raíces.  El tormento interior comenzó hace un mes, cuando me uní a la Orden Sagrada de las Vírgenes Vestales.



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En el texto hay: lobos, amor tristeza, misterio amor

Editado: 08.03.2021

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