Virus

Capítulo 2

Arabeth.

Bolita maulló una vez más, con reproche.

Miau miau.

Lo se, Bolita. Solo será hasta que se cure y pueda irse —dije por décima vez.

Bolita maulló más fuerte y enfadado como respuesta.

MIAU.

—No seas idiota. Después de lo que pasé es obvio que si intenta algo conmigo, lo abriré en dos.

MIAU.

— ¡Agh! Hablar contigo es terrible, Bolita —protesto.

MIAU MIAU.

—¡Que te calles ya, pesado! ¡No pasará nada como "esa vez" así que deja de repetirlo! —grité.

¿Miau?

Esa pregunta salió precavida y triste.

—No, Bolita. No estoy bien —dije con un suspiro.

—Ahm... —escuché una voz decir desde el marco de la puerta—. ¿Estás hablando con...el gato?

Era Devid. Mis mejillas se sintieron un poco calientes, estaba avergonzada. Pero mi posición defensiva no cayó.

—Sí, ¿alguna objeción, Devid? —pregunté enarcando una ceja.

El levantó las manos en señal de rendición con burla.

—Yo...ehm... —dice, sus mejillas agarran un poco de color rojo.

—¿Quieres comer? —pregunté—. Aún tengo que hacer la comida, pero te puedo dar.

No había sonrisa en mi cara. Aunque sí una obvia buena intención. El asintió.

—¿Te puedo ayudar? —pregunta Devid suavemente.

—¿Sabes...cocinar? —pregunté.

El asiente sin decir palabras.

—¿Cómo te encuentras? —pregunté mientras sacaba queso.

—Mejor. Gracias por...tu ayuda y hospitalidad.

Le dediqué una pequeña sonrisa y casi al instante se borró.

Devid al ver que sacaba queso dedujo que iba a cortarlo, así que me pasó un cuchillo.

—Saca espaguetis del armario, el tomate y carne. Yo la corto y tu hierves los espaguetis.

El asintió dócil de nuevo.

Yo coloqué el queso en un tablón y fui a la nevera de nuevo para agarrar la carne para trocear.

Coloqué el queso de una forma en la que pudiera trocearlo y así lo hice. Lo mismo con la carne, poniendo cada cosa en un bol transparente y de cristal por separado.

—¿Como te llamas tu? —me preguntó Devid.

Di una mirada hacia atrás. El me estaba mirando fijamente con su cadera apoyada en la encimera.

—Arabeth —susurré volviendo a lo mío.

Sabía que el aún me estaba mirando cuando fui al armario y agarré un bote de especias.

—Bonito nombre —murmuró.

Ahí lo miré, recorría con sus ojos todo mi cuerpo. No iba a mentir, me entró un poco de pánico por mis experiencias pasadas.

Pero vi que en sus ojos no había lujuria, solo me estaba estudiando a intensidad.

—¿Que estás analizando? —pregunté enarcando una ceja.

El me miró a los ojos.

—¿Cómo has sobrevivido tanto tiempo estando tan...delgada y siendo tan...pequeñita? —su pregunta me tomó por sorpresa.

Casi me corto el dedo entero cuando di un respingo. Aunque sí me hice un pequeño corte en el pulgar.

Bolita corrió maullando a la encimera de la isla en la que yo estaba cortando las casas, sus ojos llenos de preocupación.

¿Miau?

—Estoy bien Bolita, no te preocupes.

Fui hasta uno de los armarios y agarré una tirita junto con alcohol desinfectante para limpiar la herida. Me lo coloqué y chisté de dolor.

Escuché un bufido y supe que Bolita se lo había dedicado a Devid.

—Ahm... —dijo el cuando me di la vuelta—. Creo que a tu gato no le caigo muy bien, eh.

Vi el rostro furioso que Bolita le dedicó a Devid, pero cuando sus ojos pasaron a mi se llenaron de amor y preocupación de nuevo.

¿Miau?

—Sí, estoy mejor, ahora ve a dormir un rato, cuando termine de hacer mi comida te daré de la lata, ¿de acuerdo?

Bolita asintió. Cuando me giré hacia Devid vi que observaba a Bolita horrorizado.

—¿Os entendéis a la perfección? —preguntó asustado.

No de mi, si no de Bolita. Asentí sin decir más.

Su pregunta anterior aún rondaba mi cabeza. Supe que en la suya también cuando me seguía mirando mientras limpiaba el cuchillo de sangre y volvía para seguir preparando la mezcla de tomate y carne picada. Coloqué ambas cosas en una sarten de freír y así lo hice.

—No he estado siempre sola —vi que el estaba sentado en uno de los taburetes de la isla, suspiré—. Mi familia murió por el virus, se infectaron, pero...curiosamente yo salí ilesa.

Hice una pausa recordando todo lo que pasé, lo que me pasó y en lo que me ayudó el abuelo Tommy.

—Yo estaba sin hogar y daba vueltas por la ciudad buscando un lugar en el que quedarme indefinidamente. Entonces un hombre mayor me encontró. Se llamaba...Tommy —me dolía en sobre manera—. El me protegió y me dio cobijo a cambio de acompañarle al supermercado, pues con una persona más, la lógica sería que más cosas pudiera coger.

Los alimentos con el virus no se contagiaban. Algo bueno tenía que tener. Comida que quisieras gratis.

—¿Que pasó...con el? —preguntó suavemente.

Tragué saliva.

—Murió el año pasado, del virus —murmuré.

Devid se quedó en silencio. Yo seguí contándole.

—Después de eso, yo tuve que aprender a valerme sola si o sí. No comía mucho incluso antes de que Tommy me encontrará, antes parecía un... —carraspeé incómoda—, ... hueso con vida.

El siguió en silencio, y me giré solo para saber si me estaba escuchando o si se había quedado babeando en la encimera de la isla. Pero no.

Me estaba mirando, muy fijamente, como si tratará de averiguar mi condición.

—Aprendí a luchar cuerpo a cuerpo y a usar un arma, tanto de fuego como de tranquilizantes —dije, una sonrisa medio divertida medio melancólica se extendió por mi rostro—. Nunca he sido partidaria de la violencia, Tommy me enseñó que a menos que no me estén apuntando ellos, no apunte con una de fuego. Y así lo echo hasta hoy. Y seguiré haciéndolo.

El soltó una risita que me hizo girarme hacia el, confusa. ¿Que le había hecho reír?

—Claro, para nada partidaria de la violencia pero sí muy «como te muevas te meteré los tranquilizantes por el culo» , ¿eh? —dijo entre risas.




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