Arabeth.
Bolita se erizó y maulló cabreado al lugar.
—Bolita, silencio —ordené.
El lo hizo casi al instante. Se quedó casi como estatua y totalmente tenso. Saqué la pistola de dardos que estaba colocada en el cinturón que me puse en la cintura. Apunté hacia el mostrador.
—¿Quién eres? —pregunté en voz alta.
Bolita a mi lado puso los ojos en blanco. Le di una mirada que fácilmente podría haberlo desintegrado.
Dos par de manos se asomaron por encima del mostrador. Eran tan blancas que fácilmente podrían compararse con el papel.
—No queremos problemas —dijo la voz de una chica.
—Arriba.
Ellos hicieron caso omiso de mi orden.
—Arriba. Ahora. Mismo —mascullé lentamente con los dientes apretados.
La mano de la derecha tembló un poco. Cuando la persona propietaria de ese par de manos se levantó, vi que era un chico totalmente blanco, cabello rubio casi blanco, y de ojos azules...muy potentes.
—Ho...hola —dijo tembloroso—. Je, je...
—¿Porque tienes miedo? Seguro que podemos acabar con ella en meno... —había una chica totalmente idéntica a él a su lado, mi cerebro supuso su parentesco de inmediato, ella se quedó en silencio mirándome con los ojos muy abiertos—. Ho...Hola chica...¿Po...porque no bajas ese aparatito y nos dejas hablar?
Fruncí el ceño y le dirigí una mirada de soslayo a Bolita.
Miau.
—Bien —dije finalmente tras analizarlos—. ¿Quiénes sois? ¿Estáis contagiados? Porque si es así tend...
—No no no —dijo rápidamente el chico—. No estamos contagiados. Si lo estuviéramos no estaríamos tan...bien físicamente como para andar.
Los miré con duda.
—¿Entonces qué hacéis aquí? —pregunté desconfiada.
Entonces quién ahora mismo no quería que entrara en la tienda porque quería encargarme yo sola, entró.
—Oye, Arabeth, estabas tardando mucho y... —su voz se fue apagando a medida que vio el panorama de la situación—. ¡Ah! ¡¿Pero quiénes son estos? —su voz era aguda y chillona de repente.
—Pero...¡¿Quieres no gritar, imbécil?!
—Pero ¿quién carajos son? —preguntó como un cervatillo asustado, escondiéndose detrás mía.
—Por Dios —puse los ojos en blanco.
—Yo soy Jared —se presentó el chico con una sonrisa de niño pequeño.
—Yo soy Lindsey —dijo sin muchas ganas la chica.
Devid, Bolita y yo intercambiamos una mirada.
—¿Qué hacéis aquí? —repetí mi pregunta impaciente.
—Ahm... —Jared se quedó pensativo—. Sobrevivir...supongo.
—No es que tengamos muchas ganas de hacerlo —añadió Lindsey poniendo los ojos en blanco.
—Vaya...el positivismo se palpa en el aire —murmura Devid detrás mío.
—Sí...ser positiva es mi pasión como habéis podido comprobar —murmura con evidente sarcasmo Lindsey.
—En fin...¿te llamas Arabeth? —preguntó Jared.
Asentí.
—Y el idiota quejica de detrás mio es Devid —lo señalé.
Jared sonrió feliz y Lindsey...lo miró con hastío e irritación evidente.
—Bien...ahm...oye... —llama mi atención Jared—. ¿Tenéis casa o conocéis algún lugar en el que podamos quedarnos?
Compartí una mirada con Devid y otra con Bolita. A Devid le daba igual...pero a Bolita nunca le a gustado mucha gente cerca de él, solo yo.
MIAU.
Bolita se dio la vuelta, muy digno y cabreado con la decisión que sabía que tomaría, su cabeza en alto.
—Podéis...quedaros en mi casa, si queréis —dije—. Pero...tendréis que dormir juntos, solo hay tres dormitorios, y dos de ellos ya están ocupados.
Ellos asintieron.
—¿Os importará que os haga la prueba?
Ellos negaron.
—Es mejor que nos la hagáis —dice Jared feliz.
Cuando vamos a salir de la tienda, Jared se pone a mi izquierda, Lindsey a mi derecha. Devid iba detrás de nosotros con Bolita, ambos enfurruñados por falta de atención.
—¿Que estabais haciendo fuera? —pregunta curioso Jared.
—Hacer la compra —digo simple.
—Ah —Jared hace una mueca—. ¿Hay sandwiches en ese lugar? A mi hermana le encantan muchísimo.
La nombrada le dio una palmada en la nuca con una mueca, sus orejas un poco enrojecida, avergonzada.
—Sí.
—¿Vosotros dos querréis algo específico? —les pregunté a Devid y Bolita.
Miau.
—Bien —miré a Devid—. ¿Y tu?
El me miró, entrecerró los ojos y habló.
—Mucha comida sana. Vamos a necesitarla —dijo con autoridad.
Se a que se refiere remarcando ese vamos. No quiere que esté tan débil.
—De acuerdo —dije.
Seguimos andando en silencio por la calle, algunos edificios aún ardían debido a que cuando el virus comenzó, pensaban que quemando todo lo que estuvo en contacto con el ardía, se desinfectaba la zona, otros estaban derrumbados completamente debido a la obsesión de algunos cristianos a que Dios les envió éste castigo a la humanidad, y no tenían más que obedecer sus órdenes, algunos se suicidaron, otro destrozaban las casas de sus vecinos.
Los rebeldes fueron los que más jodieron. Ellos se dedicaban a hacer masacres, y si veían a alguien apto para ser conejillo de indias en los laboratorios de Ciudad Sur, en donde secuestraban a niños, adultos y adolescentes, nunca ancianos, para torturarlos con inyecciones y muchas más cosas.
—Vosotros os quedáis aquí —les señalé.
***
Después de que Jared insistiera, acabó entrando junto con su mellizas conmigo. Bolita y Devid se quedaron fuera. Solo esperé que no hubiera una masacre con con las garras de Bolita en la garganta de Devid.
No la hubo, por cierto.
Estábamos subiendo el camino que daba a mi casa. Se veía grande y moderna. Realmente elegante.
—¡¿Vives aquí?! —se alarmó Jared.
Asentí.
—Fue herencia de...alguien importante —dije con una sonrisita.