Ya eran las tres de la mañana, habían pasado cinco horas desde el comienzo del secuestro y aún, no había novedades. Esta situación ya nos estaba desesperando a todos, incluso a mí, ni siquiera quería imaginar lo mal que la debía estar pasando la pequeña Micaela
―Vayan a descansar ―les dije amablemente a la familia Mancilla―. Será un día duro y necesitaran estar con energía para lo que venga. Nosotros nos quedaremos haciendo guardia y les avisaremos si hay noticias.
El señor Hugo Mancilla acompañó a Alma y a su esposa, Rosa, hasta las habitaciones de arriba para que intentasen descansar. Agustín se quedó con nosotros. Su presencia me molestaba, la verdad, es que estaba algo celoso, pero igual intentaba hacerme el simpático y conversador. Después de eso salió afuera a hacer un llamado un tanto misterioso y luego de unos minutos entró y se durmió en el sillón de la sala.
Sin darme cuenta ya había amanecido, pasaron diez horas del secuestro. Me encontraba dando vuelta en círculos por toda la casa. El tiempo se me detuvo, mientras miraba bajar a Alma las largas escaleras de la mansión, tuve que reaccionar, o quedaría en evidencia que estaba loco por ella.
―Desearía darle los buenos días, pero por desgracia no lo son, señorita.
―Gracias, Comisario. ¿Hay novedades de mi hermana? ―respondió, con voz con una voz triste y opacada.
―Me temo que no, lo siento mucho. Me he tomado el atrevimiento de decirle a la mucama que les prepare el desayuno, debe comer algo.
―Es muy amable, se lo agradezco ―dijo mientras me regalaba una leve sonrisa entre tanto caos.
No sabía cómo los rumores del secuestro se habían expandido por todos lados. Los medios de comunicación estaban afuera de la mansión de la famosa cantante, Alma Mancilla, esperando alguna declaración de la familia o la policía para los distintos noticieros del país.
Las horas volaban. Habián pasado 24 horas del secuestro, 39 horas desde la última vez que dormí y, para serme sincero, estaba agotado, pero no podía despegar mi atención del caso, esta gente dependía de mí y cada uno de los oficiales que trabajan en la investigación.
El teléfono de la casa empezó a sonar. Nadie se sorprendió porque no iba a ser la primera vez que algún insensible llamara para hacer alguna broma, un periodista pidiendo información extraoficial, o algún familiar expresando su dolor por lo sucedido. El oficial Juan Ramírez, mi mejor amigo, que también estaba presente en el caso, atendió.
―Jefe, es para usted ―dijo Juan luego de escuchar la voz que estaba detrás del teléfono―, son los secuestradores.
Respiré profundo. Por dentro empecé a temblar, pero por fuera intentaba mantenerme normal, de pronto todas las miradas de la casa se habián posado sobre mí, no podía mostrar actos de flaqueza o debilidad, cualquier error o cosa que dijera podría costarnos la vida de la niña, debía ser astuto e inteligente. Agarré el teléfono, lo puse en altavoz y con voz firme respondí
―Diga.
―Seré breve y conciso, comisario ―dijo con voz gruesa e intimidante el secuestrador.
―Lo escucho atentamente.
―No me interrumpas, idiota, no estoy jugando. Dile a la familia que entregue 100 millones de dólares por el rescate o que se olvide de su hija.
―Puedo ofrecerte un trato mejor, entrega a la chica y nadie saldrá herido ―repliqué.
Sabía que no aceptaría, pero debía intentarlo, además, quería hacer tiempo para ver si lograba escuchar algo que de indicios de donde estaban. Estaba claro que no se encontraban en medio de la ciudad o en algún tipo de túnel o bunker, sino en algún lugar en el campo. Me había dado cuenta por el sonido del viento que sacudía los grandes árboles de alrededor, las 24 horas que se tomaron en llamar significaban que ya podrían estar en alguna provincia alejada de Buenos Aires, o incluso peor, que hayan llegado hasta Brasil o Uruguay, ya que sería muy arriesgado quedarse aquí. Mi cerebro empezaba a barajar todo tipo de posibilidades, desde las de finales felices, hasta las de finales tristes.
―Ja, ja, ja ―rió con tono irónico―. He dicho, tienen una semana para conseguir el dinero o les mandaré a su hija, pero cortada en pedacitos, adiós―. Luego de eso cortó.
―¡¿Que?! ―exclamó el señor Mancilla― 100 millones de dólares es una locura, nunca podríamos conseguir esa suma de dinero y menos en 7 días.
La señora Rosa entró en estado de pánico, tanto que se desmayó. Por suerte estaba la ambulancia afuera por si las dudas. La ayudaron a reincorporarse y le dieron un sedante para que se tranquilizara.
―Tiene que haber una manera de solucionarlo ―dije en voz alta.
―¿Cuánto dinero tienen acá y en el banco? ―preguntó Juan.
―Con todos mis ahorros en canciones, giras y conciertos solo podríamos llegar a 20 millones ―respondió Alma―. Nunca aceptarián menos de lo que pidieron, hasta quizá después podrián pedir mas dinero.
El reloj seguía corriendo, las horas parecían minutos y los minutos segundos. Me sentía inútil al saber que no se podía hacer nada, solo esperar a que ellos cometieran un error.
―Saldré a tomar un poco de aire por el bosque ―dije mientras me retiraba con la cabeza gacha y metiendo mi mano en el bolsillo para sacar un cigarrillo. Necesitaba salir a pensar con claridad que podría hacer.
―Espera, te acompaño, yo también necesito despejarme un rato ―Intervino Alma.
Luego de eso salimos a caminar juntos mientras conversábamos, bajo la mirada atenta de una radiante luna llena.
―Cuénteme algo de su hermana, cómo es, o algún recuerdo lindo que tenga con ella, tal vez recordarla la haga sentir mejor.
―Ella es muy…
―Shh ―la interrumpí mientras me acerqué despacio a su oído izquierdo. Luego de eso, la besé, y con mucha cautela desenfundé el arma y disparé